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PASEO CON EL JOVEN ORLANDO MONDRAGÓN

Orlando Mondragón nació en 1993 en un pueblo (así lo llama él) del Estado de Guerrero en México. Su condición homosexual -tan dignamente vivida- le causó sinsabores y ocultamiento en ese pueblo, Ciudad Altamirano, y también la incomprensión de su propio padre.  Pero Orlando, un joven educado, elegante -hemos hablado mucho estos días en Ciudad de México- sabía que debía decir yo, y lo dijo y lo dice. Se fue a la capital, donde estudió Medicina en la UNAM, y ya médico y practicando, estudia ahora los últimos cursos de la especialidad de Psiquiatría. Lo hará muy bien Orlando, pues sabe que la medicina de la psique es la más cercana a la literatura y a la poesía. Creo sinceramente que es uno de los más prometedores activos de la joven poesía mexicana. Le interesan la poesía y los poetas, vivir bien su vida de joven gay y esa dedicación a la medicina de la mente. Para mí ha sido un agradable descubrimiento, no sólo nuestras charlas almorzando o tomando “margaritas” en la capital mexicana, sino la lectura de su primer -y por ahora único- libro de poesía que me regaló, “Epicedio al padre” (2017, Elefanta Editorial) Premio Poesía Joven Alejandro Aura.

Epicedio era en la Antigüedad un poema en el que se llora o alaba a una persona muerta. Y así “Epicedio al padre” es, acaso un único poema en partes, donde el hijo -que sabe que ese padre desdeña su orientación sexual- narra y lamenta y se turba ante los últimos días del padre que va a morir, apenas puede valerse, y necesita la ayuda del hijo al que ha sentido ajeno. El tema sin duda subraya el texto, que muy sencillo y eficaz, vale por su serena pulsión dramática y confesional, donde el hijo (dolido de amor) cuida a ese padre al que bien podría no querer. Es la emoción, el fuerte entreverado lírico, la intensidad -como en toda buena poesía- lo que torna memorable “Epicedio al padre”: “Se quedaba callado, mi padre, /cuando alguien contaba un chiste de maricas.”  El padre aguanta cuando le ponen una sonda en el pene, delante de aquel hijo que sufrió acoso escolar también: “Ese era mi padre,/ esa era su forma de decirme/ que no era un maricón como yo.”  El hijo vigila al padre enfermo final, rememora las antiguas disputas con la mamá, “le echaba la culpa de que yo fuera así.” El hijo comprueba que su padre tiene un lunar en el pene y también él, pero el padre intenta resistir, no precisar la ayuda de ese “hijo roto”. Abandona la casa cuando el padre fallece, pero sabe todo el amor y el dolor que deja atrás. “¿Cómo dejarse desnudar por su hijo maricón?/ Su hijo/que deseaba los cuerpos de los muchachos/ en las canchas de fútbol y las piscinas,/ que sentía placer adivinando la apretada hinchazón /de las braguetas./ ¿Cómo dejarlo acercarse a él sin sentir todos los cuerpos/ de los hombres tocados  con lujuria, todas sus manos?/ ¿Cómo taparle los ojos al acoso y al temor?” El padre muere sin conocer, desvalido, como el hijo de otro modo, asimismo lo estuvo. Hay amor y dolor, pudo haber rencor, pero lo diluye la piedad y la semejanza. Porque el padre lloró ante su vejez inútil, torpe, que el hijo respeta y sujeta, “es mi títere, mi padre./ Lo baño, le doy de comer, / lo aseo./ Esta es nuestra casita de muñecas,/ esta tranquilidad a la que jugamos…” (…) “En el momento exacto/ de su muerte/pude llamar a una ambulancia y me detuve,/ pude salir corriendo y me quedé,/pude acariciar su frente y preferí su mano,/ pude llorar y permanecí serio,/ pude decirle todo y callé./ En el momento exacto en que mi padre murió/ no pensé en nada más que en su muerte/ sucediendo frente a mí.” Breve libro o poema en partes exentas y complementarias, estamos ante un más que notable y valiente inicio poético, ante el que son lícitas todas las esperanzas. Orlando Mondragón es ya una clave en la poesía nueva de México, con un librito pleno de saber, valer, valor y atrevida y buena intensidad. “Aquí sigo, papá,/ con un oído despierto./ Aunque sé que ya no vuelves/ no puedo evitar levantarme/ cuando alguien toca la puerta.” Hermoso y pujante poema/libro, con perdón, pero sin olvidar. Se es libre, Orlando, porque se elige y se conoce -a menudo con daño- el papel y el valor de esa elección. Un estupendo primer libro. Buena poesía, de verdad.

 


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