EN EL NOMBRE DE FRANCISCO DE GOYA
(Este artículo se publica en el número de Febrero de la revista Bonart)
Dijimos que Pablo Picasso fue todas las vertientes de la modernidad, incluidos sus importantes enlaces con el Simbolismo. Picasso es uno de esos nombres universales que lo llenan todo y dice tanto (¡tánto!) que a veces es como si no nos diéramos cuenta y hemos de parar unos momentos a pensarlo para ver y entender tanto fulgor, tanto brillo, tanto peso en arte… A esa misma constelación pertenece el aragonés Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) al que sólo llamamos Goya porque no hace falta más, porque Goya como Picasso (y antes que Picasso) fue una galaxia monumental. Hay un Goya rococó, un Goya neoclásico, un
Goya retratista cortesano y retratista con retranca (en ambos magistral) un Goya negro, un Goya preimpresionista, prexpresionista y presurrealista, en una tal enormidad de vectores pictóricos, que podemos quedar anonadados por su famoso y enigmático “Perro”. ¿El Goya que pintó juegos galantes
para los tapices, el que retrató a la Duquesa de Alba, hermosa y elegante, con un gozque muy lindo, es el mismo del retrato de Fernando VII, espléndido, cuyo rostro en rabia y pintado con rabia, deja ver el desdén del pintor por el monarca; el de la sangre de los “Fusilamientos” y el de las tantas escenas negras de aquelarre y crueldad, es, puede ser el mismo pintor, no sólo por fases de estilo,
sino por modos de esa psicología alerta, perturbada, rica, racional e irracionalista al mismo tiempo? Lo es. Evidente así que cuando queramos definir la voz “genio” hemos de hacer entrar en ella siempre –con varias otras cosas- la idea de una pluralidad multidireccional y en permanente movimiento.
El Goya que pintó el “Cristo crucificado” en la Academia de San Fernando, queriendo dejar nota del saber adquirido en Italia, y que quedó muy atrás, no es el del retrato de “La familia de Carlos IV”, un gran retrato cortesano (era pintor de Corte) donde sin embargo los regios personajes, sin falta de gala, están tratados con una peculiar y medio soterrañacrueldad. Por ejemplo la reina –de origen italiano- María Luisa de Parma, parece un ser oscuro y siniestro, y resulta que en su retrato como Princesa de Asturias, pintada por Mengs, era una muchachita coqueta y agraciada. ¿Puede ser? Por supuesto, es natural carrera del Tiempo, pero también la técnica y el corazón del pintor. Como la duquesa Cayetana es siempre atractiva y donosa, de buen cuerpo, sino plenamente guapa. Y cuando Saturno devora a sus hijos no se trata de una escena mitológica (aunque lo sea) sino de un gigante y caníbal viejo cruel y absurdo más que orate, como esos dos hombretones, que sin aparente por qué, se han liado a brutales garrotazos, en una escena española de la que la humanidad nunca se ha salvado. Dicen que a Goya le
gustaba Madrid, donde pintó lo mejor de su obra y vivió muchos años, donde estuvo casi loco y casi sordo… Pero el lúcido a pesar de todo, pasó la raya de los Pirineos para morir en Burdeos como tantos afrancesados. Goya que tan cruel podía ser en el retrato, también sabía dar textura de príncipe a quien la mereciera, como en su retrato magnífico del gran ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, por ejemplo. Lleno de ideas y rabia, genio nato y pleno de
fosforescencias, Goya es Goya, sin más. Y por eso toda exposición (como la madrileña especial de El Prado) es siempre parcial, porque llanamente el gran Goya no cabe en ninguna.
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