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Decadencias

Wilfred Owen, poemas de guerra

Entre los poetas ingleses que escribieron y a menudo murieron en la 1ª Guerra Mundial, sin duda el mejor  fue Wilfred Owen (1893-1918). Rupert Brooke, que por su físico personal y su temprana muerte se convirtió en un icono, escribió una poesía en que domina la exaltación a la patria; Sigfried Sassoon, uno de los pocos que sobrevivieron, pudo hacer una poesía pacifista, de clara protesta contra la guerra que había devorado a la mejor juventud de Inglaterra -y no sólo-, como lo narró Robert Graves en sus explícitas memorias sobre el tema, “Adiós a todo eso”. Pero, sin duda los “Poemas de guerra” de Owen, publicados tras su muerte por Sassoon y Edith Sitwell, son los más intensos y los más desoladores. Con belleza, con cuidado formal, Owen no canta ni protesta, llanamente describe. Y el horror ( las imágenes del horror) hacen todo lo demás. El libro, breve y poderoso, acaba de ser editado bilingüe por El Acantilado, con traducción y notas de Gabriel Insausti.

Owen, que había estudiado botánica e inglés antiguo y había formado su sensibilidad de poeta en el lujo delicuescente de los “nineties”, estuvo ya en Francia como profesor en 1915, y logró sobrevivir  -con algún descanso por “invalidez transitoria”- casi toda la contienda. Murió en suelo francés el 4 de noviembre de 1918, cuando aquella guerra que enloqueció a algunos, estaba casi a punto de terminar. Tenía 25 años. El breve y jugoso “Prefacio” que escribió para sus poemas, poco antes de morir, lo dice: “Sobre todo lo que no me interesa es la poesía./ Mi tema es la guerra y la pena de la guerra./ La poesía está en la pena.” Ese renglón (“The Poetry is in the pity”) fue repetido y memorizado por muchos de los poetas jóvenes, que como Auden o Louis McNeice, lo leyeron con enorme admiración. Claro que hay poesía (y mucha) en el libro, pero el autor sin duda quiso decir que no le interesaban los cisnes del lirismo, sino llanamente el dolor. Estar contra la guerra simplemente porque la cuenta sin tapujos: “Discapacitado” muestra a un soldado  al que le han cortado los brazos y las piernas. “H.A.I” (Herida autoinfligida) muestra a un chico que se suicida en las trincheras -no era infrecuente- porque no podía soportar más destrucción, suciedad, muerte y locura. A los padres se les decía (aunque la bala era inglesa) que había muerto luchando gloriosamente. Owen describe el espanto de la guerra (locos, ciegos, enfermos por inhalación de gas) contra el famoso dicho de Horacio, “Dulce et decorum est pro patria mori”  (Suave y honesto es morir por la patria). Owen sabe que es mentira -Horacio también lo sabía, pues tiró su escudo en otra batalla-  y lo escribe terminando el poema: “no dirías entusiasta/ a los muchachos sedientos de una ansiosa gloria/ esa vieja mentira: Dulce et decorum est…”   No sé si puedo decirlo más claro: pocos libros he leído en que la intensidad de la poesía sirva mejor para decir el espanto de una guerra. De verdad impresiona. Como en el poema “Enfermos mentales” donde Owen dice que los locos del frente  “son hombres cuya mente han raptado los muertos.” O cuando define a algunos combatientes como “hay hombres que han sangrado sin tener ni una herida”.  No sabemos qué habría sido de Wilfred Owen de haber sobrevivido a la Gran Guerra. Graves hizo novelas históricas, Sassoon no fue mejor poeta. Owen hizo este gran libro que Britten convirtió en su “War Requiem”.


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