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Decadencias

Ted Hughes: el poeta y el mito

Ted Hughes (1930-1998) es sin duda uno de los grandes poetas en inglés del siglo XX, que fue rico en grandes poetas ingleses; pero fue también un hombre singular, con algo duro, de perdernal o granito, y mucho de chamánico en él al mismo tiempo. Escribió grandes libros de poesía, con una escritura inteligente y densa, donde desde el relato al himno cabe todo, sin concesiones. Véase el volumen “Gaudete”(recién editado por Lumen) que puede ser una suerte de novela resuelta en poemas o su último trabajo “Cartas de cumpleaños” que traduje yo para Lumen también al poco de salir , y de su enorme éxito anglosajón. Pero recomiendo empezar –es un poeta más que difícil, especial, con algo de intelectual y algo de antiguo druida en bosques celtas- por la antología que ha publicado Bartleby, “El azor en el páramo”, bien traducida pero mejor presentada por Xoán Abeleira. Como dijo Seamus Heaney (que algo debe a Hughes, lobo estepario) la Inglaterra de Hughes “es la Inglaterra del rey Lear”, primtiva y salvaje, pero fecundada por un poderoso espíritu de aves, zorros y palabras sagradas que recuerdan todavía el significado del menhir. Ted Hughes, desde su primer libro de 1957, “El azor en la lluvia”, fue tenido por un gran poeta, pero pronto también como un hombre difícil, solitario, hosco que (para sus detractores) cometió el error de casarse con la norteamericana Sylvia Plath, que se convirtió en un mito del feminismo al suicidarse (luego de una larga serie de crisis) en febrero de 1963 y al poco de haberse separado de Hughes –o él de ella- con dos niños, uno de los cuales, años adelante, siguió el mismo y dramático camino que su madre. Fue “vox populi” entonces y durante muchos años, que Ted había sido el inderecto culpable de aquella muerte y de la desolación de una mujer joven, sensible y sola. Desde particulares a colectivos feministas hicieron de Hughes el cebo a abatir, y hasta hubo bibliotecas que se negaron a tener sus libros… Es curioso en ese hombre de ricos saberes y añoranzas medievales, un hombre celta del campo inglés, esta extraña mezcla de fama y descrédito, de favor de la inteligencia y enconada enemistad de quienes llegaron a tenerlo casi como un bárbaro y no menos temido… Las comparaciones no son prudentes (y esta desde luego no lo es) pero ¿estaba el genio en Plath la supuesta víctima, o en Hughes el victimario altivo?. Sus poesías son muy distintas –y parece que, sobre todo al inicio, Hughes no admiró excesivamente lo que se mujer escribía- pero si en la de ella (también por los años) predomina una dolida espontaneidad a veces ingenuista, la de él es una poesía mucho más honda y grave, llena de nutricias raíces, mucho más madura. Ninguna está contra la otra y las dos brillan, pero Hughes fue un poeta más acabado que Plath, aunque sin mitos y sin ese dolor (que según él) parecía venir de una suerte de amor edípico hacia su padre alemán. Y sin embargo, Hughes podría bien tener su propio mito, como los lectores percibirán enseguida. El del chamán perdido en la vida moderna, el del visionario de los páramos, amigo del cuervo y del zorro, en una época que no ve sacralidad alguna ni en el poeta ni en la poesía. Ted Hughes fue un caudal de fuerza primigenia en la soledad onírica de las verdes tierras húmedas. Plath (tan sensible, tan valiosa) quizá no fue su tipo. Aunque ambos reluzcan.


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