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LA INFANTA CRISTINA

(Este artículo se publicó el viernes en los periódicos del grupo Promecal).

Llevados por las apariencias (que a menudo engañan) la infanta Cristina e Iñaki Urdangarín se presentaban como una imagen moderna y aún populista de la monarquía. Esa imagen de “somos como todos” que a los verdaderos monárquicos gusta poco… Como si la vieja Historia quisiera darles razón, resulta que la hermana de Felipe VI (que ya no es parte de la estricta “Familia real”) y su marido, el exjugador de balonmano, han sido prácticamente los primeros en dar una imagen baja de la monarquía, metidos en turbiedades varias de negocios fraudulentos. Es evidente           –aunque la Justicia va muy lenta, lo que no favorece su buen nombre, sobre todo en casos estelares, la justicia debe acelerarse- que a Urdangarín se le pide una pena elevada, sin duda con voluntad ejemplarizante, que no viene mal al caso. Debe pagar porque abusó de su situación privilegiada. No a mí, a la mayoría de los españoles, les parece bien que Urdangarín pague, no sólo lo que dicen que robó o malversó, sino también con su buen nombre, que usó para mal. Que usó de vergüenza. Pero si es obvio que con el consorte la Justicia quiere obrar con rigor, no es menos evidente que con la infanta Cristina (pese a su impopularidad y alejamiento de toda actividad de Estado) hay una clara tendencia proteccionista. Hija y hermana de reyes, es notorio que existe aún miedo o respeto –fuera de lugar a estas alturas- para encausar a la infanta o pedirle pena de cárcel. ¿Cuándo se ha visto a una infanta de España entrando en prisión?

Tampoco, en 1789 –ya ha llovido- se había detenido a ninguna reina de Francia. A María Antonieta se le guillotinó. No hay comparación posible. Lo que pretendo recordar es que la Historia (que no se para nunca) tiene primera vez para todo. Y la infanta Cristina –a eso iba- no debe tener ningún privilegio. Debe estar ante la Justicia, con presunción de inocencia (como cualquier ciudadano) pero dispuesta igualmente a recibir el veredicto que fuere, aunque vaya a venir tan tarde. Es llamarle “tonta” suponer que la infanta desconocía los lucros de su marido, hechos a menudo en su nombre o con privilegios que parten de ella. Puede no ser culpable por acción sino por omisión, pero es difícil dejarla inmaculada, puesto que a la mujer del exsocio de Urdangarín sí se le piden penas. Dicen otros que la infanta está ya juzgada antes de sentarse en el banquillo. Popularmente sí (por el lógico disgusto del público)  pero jurídicamente no, que es lo que importa. Y lo del sentir popular  –el matrimonio- debió tenerlo en cuenta mucho antes. ¿A quién se le ocurre con ese nombre y honores meterse en chanchullos financieros? El pueblo no condena como juez sino como pueblo. Y Cristina, tan populista decían, se rompió ya para la gente. Del todo, me temo.


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