VIEJOS PROBLEMAS DE LA NUEVA GRECIA
(Este artículo se ha publicado en La Aventura de la Historia.)
Recordemos dos cautelas de inicio: Muchos griegos de hoy día (e incluso de hace cien años) creen que la actual Grecia es aún un país sin hacer, acaso por ello Grecia sea uno de los países del mundo con mayor emigración –hay muchas comunidades griegas en EEUU y en Australia- y ello pese a que la población actual de Grecia apenas alcanza los 12 millones de habitantes. Dos: La mayoría de los europeos sabe muy poco de lo que se llama la Grecia moderna (la que se desprende del Imperio Otomano) pues hasta no hace mucho “Grecia” era siempre la antigua, la Grecia de Pericles, de Platón o de Alejandro. Pretendo mostrar someramente que Grecia es acaso en verdad un país incompleto y que sus problemas actuales (graves) han estado ahí de una manera o de otra desde la fundación en 1828 de la 1ª República Griega, ello sí, en un territorio –básicamente la Grecia central- mucho más pequeño que el actual y sin apenas islas. Para muchos la Grecia antigua acaba (aunque ello sea muy discutible) cuando el cónsul romano Lucio Mumio –que venía de luchar sin gran éxito en Hispania- vence a la liga aquea en la batalla de Corinto (146 a. C.) con lo que Grecia pasa a ser un protectorado primero y una provincia romana más tarde. El cruel Lucio Mumio –de ahí parte la idea inicial que los griegos tenían de los romanos como “salvajes”, pese al posterior “conquistador conquistado”- hizo matar a todos los hombres de la ciudad y vender como esclavos a todas las mujeres y niños. A esta conquista se incorporaron en el 133 a. C. las islas egeas. Grecia era romana (se llamará Acaya, por los aqueos) y para muchos, decía, ese es el fin de la Grecia clásica. Otros ven un renacimiento cuando el emperador Constantino I en el año 300 de esta era traslada la capital del Imperio a Bizancio o Constantinopla (“la nueva Roma”), que luego será la capital del Imperio Romano de Oriente y del Imperio Bizantino después, hasta su caída en manos de los turcos otomanos en el año 1453. Por tanto Grecia deja de existir para los propios griegos en el 133 a.C. o en 1453 de la era cristiana, momentos –obvio será recordarlo- harto distintos. Romana y luego otomana con el paréntesis bizantino, para Occidente –desde el Renacimiento- Grecia será la de Platón y Aristóteles o la del helenismo de Alejandro Magno.
En 1814 (Grecia lleva ya casi cuatro siglos de dominio turco y musulmán) se funda en el Peloponeso una “Sociedad de Amigos” –Filikí Etería- que busca la independencia griega,aunque al inicio sea sobre todo un movimiento teorizante. Sólo en 1821 –para algunos ahí está el año del nacimiento de la Grecia moderna- los asociados se sienten con fuerza para atacar a los turcos –un Imperio que empezaba a debilitarse- y un ejército al mando de Theodoros Kolokotronis vence a la guarnición turca de la ciudad de Tripolitsa en el Peloponeso, claro. ¿Es esto –tan poco- el nacimiento de la nueva Grecia? Además los turcos reaccionan y en 1825 mandan desde Egipto un ejército al mando de Ibrahim Bajá (hermano del gobernador egipcio Mehmet Alí) que tras pequeñas batallas y otras escaramuzas, acaba con el movimiento de los sublevados. Cierto que para ese entonces la causa independentista griega –menos que en mantillas- halla el apoyo de la Europa romántica, desde un personaje y poeta ilustre como Lord Byron que había ido con su propio y pequeño
ejército a luchar con los griegos y que murió en 1824 en Missolonghi, sin haber participado en batalla alguna y no poco desencantado, hasta un grupo de grandes potencias (Reino Unido, Francia y Rusia) que deciden apoyar la causa antiturca, menos por simpatía hacia una Grecia independiente que para mantener a raya al Impero Otomano que había sido o era aún un enemigo belicoso e incómodo. Así, en 1828 una flota otomana-egipcia que se dirigía a Hidra es destruida por las potencias aliadas en Pilos. No es una batalla extraordinaria, sino la constatación de que el tema de la libertad de Grecia ha empezado a interesar fuera del núcleo de los patriotas griegos
que por sí solos hubieran tardado mucho en llegar lejos. En 1827 se ha constituido la 1ª República Griega que apenas comprende otro territorio que la actual Grecia Central y que es presidida por el gobernador Ioannis Kapodistrias. La nueva Grecia (bastante pequeña aún) surge en 1828 con el reconocimiento internacional del llamado Protocolo de Londres. Como vemos, esta nueva Grecia no se mueve sola sino que necesita la constante ayuda de las potencias europeas que intervendrán de inmediato, además de que esa Grecia queda muy lejos geográficamente de ser lo que Grecia había sido. En 1831 el gobernador Kapodistrias es asesinado y ello da pie a las grandes potencias europeas a decidir que Grecia debe ser un reino, una monarquía gobernada por un rey alemán. Se ponen de acuerdo todos a este respecto y en 1832 Grecia pasa a ser un reino cuyo primer monarca será Otón I, de la dinastía de los Wittelsbach. ¿Era esa la Grecia que soñaban los patriotas? ¿O más exactamente cuál era esa Grecia nueva soñada por los independentistas? Alejando por absurdo nacionalismo el mundo romano y obviamente el turco, a los griegos sólo parecen quedarles dos modelos a seguir: Sentirse herederos de la Grecia más clásica, la
ateniense, lo que no debía dejar de parecer difícil y remoto, desde luego; o volver a la herencia de Bizancio, recuperar el sitial de Constantinopla, donde podía triunfar la Iglesia ortodoxa, bajo el palio de la Santa Sabiduría. Ese hubiera sido el camino más acertado, pero debemos añadir que ambos dos parecían casi imposibles. De un lado Moscú (y Rusia, la “Santa Rusia”, era una de las potencias que se supone ayudaban a Grecia) decía haber heredado el cetro de Constantinopla y la primacía de gran país de la Iglesia ortodoxa. No se podía (ni se debía) competir pues con Moscú. En cuanto a decirse de alguna manera herederos de la Grecia clásica, ¿no podía ser, no era de facto, un arriesgadísimo viaje en el tiempo, cuando todo aquello tan marmóreo y excelso estaba asimismo tan lejos? Pero este segundo será el camino –aunque nunca conseguido del todo, al fin la Grecia antigua pertenece al sustrato común de Europa- que han intentado seguir todos los gobiernos de la nueva Grecia, desde mediados largos del XIX hasta prácticamente nuestros días de crisis. Ya adelantamos como una no pequeña dificultad para ese sendero que el griego demótico hablado a fines del XIX estaba muy lejos del griego helenístico y además las fronteras
geográficas de la Grecia nueva no coincidían ni remotamente con las clásicas. Pero es el sendero hacia una recuperación de la Grecia clásica, de la Hélade, el que se inició lentamente…
Las potencias que salvaron a Grecia del Imperio turco nunca dejaron de intervenir en sus asuntos. En 1862 el rey alemán Otón es destronado por una conjura y en su lugar esas potencias “amigas” buscan otro monarca para Grecia menos autárquico y algo más liberal. Para ese puesto escogen al príncipe danés Guillermo que, llegado a Atenas, ese mismo año, pasa a ser rey de Grecia como Jorge I. Como presente de entronización una generosa Gran Bretaña (¿ha sido generosa Gran Bretaña alguna vez?) regala al rey y al pueblo de Grecia, el dominio de las islas jónicas. El proyecto griego crece algo más. Conviene recordar, con todo, que las islas jónicas no fueron nunca turcas, pertenecieron a varias repúblicas italianas, sobre todo a Venecia y en 1809 pasaron a dominio británico de donde salieron (lo acabamos de ver) como un regalo de coronación, oficialmente en 1864. Entre otras cosas por esa directa vinculación itálica de siglos, el griego hablado abundaba de italianismos… Jorge I es un rey que busca lo más democrático pero tiene que aceptar en 1875 que uno de sus jefes de gobierno, Charilaos Trikoupis, limite algo el poder real instaurando el “voto de confianza” que muchas decisiones regias deben recabar de la Asamblea o Parlamento. Pero no sé si decir que ya esta Grecia nueva empieza a parecerse a sí misma (a la que vemos hoy) pues en 1893, en gran parte debido a la corrupción del poder y de la clase política y en parte –aunque debió estar previsto- por los grandes gastos de la construcción del Canal de Corinto, la economía griega vive un período de debilitamiento y caída que culmina con la declaración de bancarrota por parte del gobierno nacional el año citado. Grecia entonces tiene que aceptar (otra vez) la ayuda de las potencias internacionales que le prestan fondos pero que instauran un llamado Control Financiero para que Grecia pague sus deudas. Insisto, ¿no suena todo esto atrozmente contemporáneo? Por otro lado, esta Grecia formándose, no acabada, no plena en ningún momento, sufre un notable problema lingüístico. La gente (casi en un 100%) habla una lengua evolucionada -recuérdese el llamado “iotacismo”- que choca con el afán del poder, a veces secundado por la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa, oficial en el país, de retornar o ir lentamente retornando hacia el griego clásico. La Iglesia usa un griego litúrgico más bien medieval –como el latín de la Iglesia católica de entonces- pero aún se quiere avanzar más. Así es que la lengua del poder y de las instancias oficiales es un estrato intermedio de lengua que favorece las formas antiguas y que se conoce como “katharévousa”, esto es lengua o idioma “purificado”. Demás está decir que todo el que no tiene un cierto nivel de estudios, ni lo habla (nunca fue muy hablado) ni lo puede leer o entender. ¿No vuelve a ser muy extraño, que el poder –muy nacionalista siempre- imponga hasta un nivel lingüístico? Los escritores más notables usarán el demótico (“dimotikí”) pero no podrán sustraerse del todo a esa lengua purificada que sin imponerse nunca, tampoco puede dejar de decirse que ganaba lentamente terreno. De hecho el problema perduró –con sucesivos episodios- hasta 1978 (¡!) cuando se declara griego oficial a la lengua demótica, ya bastante filtrada por los usos “purificados” o clásicos. Pero no sólo respecto a la lengua, sino incluso geográficamente Grecia se sigue construyendo a fragmentos. La guerra ruso-turca de 1877-78 es finalmente perdida por Turquía quien en 1881 es obligada, como parte de los tratados de paz, a ceder a Grecia
(amiga de Rusia) la región de Tesalia. No sería equivocado, creo, ver aquí un nuevo y pugnaz conato de la enemistad greco/turca, aún no resuelta tampoco. Y eso que conviene recordar antes en el Imperio Otomano, sobre todo en las costas mediterráneas y en Estambul (Constantinopla), la capital, vivía desde los días de Bizancio, sino antes, una muy nutrida colonia griega. El Imperio Otomano toleraba bien a la Iglesia Ortodoxa –aunque hubiera hecho de Santa Sofía una mezquita, agregando cuatro minaretes a la enorme iglesia antigua- y en el distinguido barrio de El Fanar, en Estambul, vivían los antiguos griegos nobles con Bizancio que no pocas veces habían trabajado, incluso como ministros, para la Sublime Puerta, los reputados fanariotas. El verdadero o el más lacerante problema greco-turco llega después de la 1ª Guerra Mundial –en la que Grecia participó, aunque tangencialmente- cuando se deshace el Imperio Otomano y nace con Kemal Atatürk (nacido en la actual ciudad griega de Salónica) la República Turca. Un Imperio es por naturaleza plurinacional pero una
República ya no y menos cuando Atatürk intenta la creación de una Turquía laica y moderna, que tampoco terminamos de reconocer en la actual. En 1919 estalla la guerra greco-turca que durará hasta 1922 y que supondrá grandes movimientos poblacionales y de fronteras. Grecia ha de aceptar que el Asia Menor (parte muy notable de la antigua Grecia) sea ya Turquía, mientras que esta devuelve a Grecia regiones del norte como la provincia de Salónica que abandona ese nombre medieval –una ciudad llena de sefarditas antes de la 2ª Guerra Mundial- para volver a su nombre antiguo que es el actual, Tesalónica, la segunda ciudad de Grecia hoy día, solo incorporada al Estado heleno en 1922. La ciudad de Éfeso, sin embargo, donde es fama que murió la virgen María, pasa a ser (era ya) la turca Izmir. El tratado de Lausana valida la salida de más de millón y medio de ciudadanos griegos de la República de Turquía. En Estambul sólo, pasa de haber 300.000 griegos a quedar apenas 3000. El conflicto greco-turco no puede sino ahondarse al nutrir la ya famosa tendencia migratoria (hacia el extranjero) de la población total de Grecia. Además Grecia vive su propia crisis: en Atenas está el rey Constantino I, mientras que su exministro Eleftherios Venizelos intenta desde Tesalónica la proclamación de una República que aún no llega. En 1941 las fuerzas del Eje y finalmente sobre todo el Reich alemán ocupan Grecia y la bandera con la esvástica ondea en la Acrópolis. Grecia (liberada) ve reinstalada una monarquía de origen nórdico que aprende el griego pero cuya lengua materna es habitualmente el
alemán. Salvo por el turismo, Grecia (hecha o no, terminada o no, según quien mire) sigue siendo un país pobre y Atenas –salvo por los magníficos restos antiguos, bien cuidados por el emperador Adriano- una ciudad no bonita ni de mucho fuste. En 1967, reinando Constantino II (ahora en un destierro que parece definitivo) se hace con el poder una muy severa junta militar y nace “la Grecia de los coroneles”, que dura hasta agosto de 1974. Y ello porque en ese momento Turquía invade la isla de Chipre, habitada por griegos y turcos, y ese hecho consumado al que responden tarde los coroneles, precipita la caída de estos y a la postre, con la llegada desde Londres de Constantino Karamanlís, el fundador del partido conservador pero republicano, “Nueva Democracia” (Nea Democratía) la organización de un referéndum que convertirá a Grecia en 1976 en una República, de nuevo. Vendrán luego los Juegos Olímpicos y la famosa y terrible crisis económica en la que Grecia ya ha sido rescatada tres veces por la Unión Europea, creando el fenómeno del partido izquierdista “Syritza” que, de momento, pese al primer ministro Tsipras cada vez menos agresivo y más sumiso a Europa, no parece en absoluto la salvación de una Grecia que,
como he bosquejado a grandes líneas, jamás ha dejado de estar en distintas crisis desde su advenimiento al mundo moderno. Grecia es hoy (en griego) “Ellinikí Demokratía” es decir, República Helénica. En griego actual Grecia se dice “Elláda” mientras que en griego clásico era “Hellás”. La pregunta final sólo puede ser una: ¿Se ha terminado de construir de veras Grecia? ¿O la Grecia moderna –muy manejada desde el exterior- ha sido desde sus inicios un proyecto de bases quebradizas o mal organizadas? ¿Es Grecia el país que debiera ser? Sólo los propios griegos y su de momento poco estimulante futuro inmediato nos darán la respuesta. Sin olvidar que una Grecia queridamente occidental, nunca ha dejado de mirar ni a Rusia ni a Turquía.
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