UN RECUERDO DE JUAN EDUARDO CIRLOT
Gracias a un poeta que pasaba entonces (1971) por moderno o por frívolo, el valenciano Alfonso López Gradolí -lo he contado en “Dorados días de sol y noche”- tuve la dirección de Cirlot en Barcelona, y la fuerte recomendación de que le enviara mi reciente primer libro, “Sublime Solarium”. Lo hice y Cirlot me contestó pronto con una carta muy generosa y con el envío, dedicado, de uno de los pliegos que él se editaba del ciclo “Bronwyn”, que creo había iniciado en 1967. Yo conocía ya a Cirlot y había consultado no pocas veces su magnífico “Diccionario de símbolos” (1969) y sabía que era un muy notable crítico de arte, que se había iniciado joven junto a “Dau al Set” . Tenía su libro “Espíritu del abstracto” y su libro sobre la pintura gótica, pues yo adoraba también los primitivos flamencos. Pero ciertamente no sabía (y como yo muchos) que Cirlot (1916-1973) era
poeta. Tenía , supe enseguida (cuando comencé a cartearme con él, nunca llegamos a vernos) fama de hombre raro, que coleccionaba espadas y esvásticas. Según Barral -que lo quería y no- Cirlot era un hombre muy culto, cultísimo en verdad, pero prácticamente nazi. Creo que muchos poetas de Barcelona se alejaban de él. No era cierto, Juan Eduardo Cirlot era un hombre especial, en su propio sendero, y amaba lo singular, lo distinto. Lejos de todo
gregarismo. Llegó a enviarme bastantes de los pliegos de ciclo “Bronwyn” y en un momento le pedí, con insistencia, el titulado “44 sonetos de amor” (1971) que me parecía, de entrada, con una magia especial, como el antes titulado “Regina tenebrarum”. Cirlot me dijo que no le quedaban ejemplares -eran tiradas cortas- pero que si tanto era mi interés me enviaría el que había dedicado a su mujer (Gloria). Me lo envió y lo conservo. Es una joya. Cirlot murió poco después, en
mayo de 1973, con 57 años y aún me escribió una última carta desde la clínica. Solía terminar con esta expresión que le he copiado alguna vez: “Abrazos en la misma tenaza”. Admiré mucho al (como poeta) muy desconocido Cirlot. Hoy las cosas han cambiado afortunadamente y mi muy trabajador amigo Antonio Rivero Taravillo le ha consagrado una biografía y acaba de reeditar sus aforismos (Renacimiento): “Aforismos del No Mundo”. Pero es lógico recordar que este camino lo inició en 1975 -con una antología de sus poemas- el ahora muy olvidado crítico y ocasional novelista Leopoldo Azancot. Admiro todas las singularidades de
Cirlot y como el amigo Savater me sé de memoria el soneto “Princesa” que empieza su último terceto “la luz de tu tristeza de princesa” para culminar con este verso único de amor: “princesa del horror de ser princesa”. Gracias por los aforismos, Antonio. Te prometo que verás las cartas de Cirlot que guardo… Lejano en voluntad Cirlot, estupendo!
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