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Recuerdo a Eduardo Haro Ibars

Fui muy amigo de Eduardo Haro Ibars (1948-1988) por rachas, como todo, pero muchas y con mucha amistad cómplice. Por algo raro y elemental, desde que a fines de 1974 él escribiera un muy elogioso artículo sobre mi libro sobre El Dandysmo, yo me di cuenta de que a Eduardo (al que no conocía aún) yo le caía bien. Nos conocimos de noche en la primavera de 1975 y anduvimos ya en una vieja verbena. Volví a comprobar la buena sintonía que teníamos y que incluso con alguna divergencia -muy al final- nunca dejó de existir. Eduardo era difícil. Bebía mucho y podía resultar agresivo. Conmigo no lo fue. Era alguien muy moderno, muy atrevido y muy culto, mezcla espléndida que no sé si es muy de ahora. Ayer (30 de abril) de vivir hubiese cumplido 66 años. Imposible imaginarlo, porque murió de sida en 1988 -yo escribí su obituario en ABC, era agosto- y porque el mundo vulgar y adocenado y aplebeyado que se vive hoy, le hubiera asqueado más de lo que ya veía mal en el que vivió. No, no consigo imaginarme a Eduardo ahora. Respetaba a su padre (el periodista de izquierdas Eduardo Haro Tecglen) pero se trataban de lejos, eran caminos muy diversos. Su padre fue el último director del diario “España” de Tánger, a fines de los años 60, por eso Eduardito -como le llamaban los mayores- guardaba un recuerdo mítico de esa ciudad, a la que no volvió. Ritos de paso como el sexo con chicos, la droga y la calle, los aprendió allí. Pero también la gran cultura del Tánger internacional que guardaba nuestro amigo Emilio Sanz de Soto, amigo de los Bowles, de Tennessee Williams y de tanta gente… Eduardo fue para mi un amigo cercano y una parte de mi vida más feliz (con su hermano menor Eugenio, al que quise de otro modo) en las noches cálidas y estupendas de los años 70 finales. Eduardo detestaba que lo comparasen con Leopoldo María Panero, con quien había compartido celda en la cárcel de Zamora en 1968 por consumo de cannabis. Eso fue todo. Eduardo era (en sus buenos momentos) lúcido y clarividente, una razón aguda y fría. Leopoldo, al contrario (incluso antes de los manicomios) era intuitivo, fulgurante pero caótico. Ya enfermo -perobien cuidado- Eduardo solía decir: “Lo que más siento es morirme antes que Leopoldo”. Yo nunca los vi juntos. Si íbamos a entrar en un bar y sabíamos que estaba Leopoldo, Eduardo me pedía que fuéramos a otro, para evitar “a ese plasta”. Bisexual (como Leopoldo) Eduardo prefería el sexo con chicos jóvenes, y a poder ser con aire macarra o de “bad boys”. Él (como Genet o Gil-Albert, ambos autores que los dos admiramos) estaría en contra del matrimonio gay. Para él la homosexualidad no era plegarse a los dictados de la mayoría (el actual camino oficial del mundo LGTB comm’il faut) porque creía en la homosexualidad y en su larga historia como una rebelión, como una realidad “otra”. Cada vez le doy más la razón. Eduardo era un excelente periodista que tocó todos los palos (lástima que no exista una antología de sus artículos), era un poeta brillante -de origen surreal- pero descuidado, escribía en resacas matutinas, golpeando la máquina en raptos de lirismo. Hay poemas muy buenos. Quizá su prosa narrativa sea lo más caído. Quiso seguir la modo del “texto” que venía de “Tel Quel” y quizá no dijo lo que podría haber dicho con novedad y estilo. Era un lector voraz (y le gustaba la ciencia ficción) pero como a mi no le gustaba la novela convencional, narrativa a secas, gay o no. Nos gustaba lo raro y singular. Me sigue gustando. Era un hombre exigente y lúcido que llegó muy lejos. Uno de sus novios que conocí primero, Juan Ángel, dibujante estupendo, ilustró una canción de Lou Reed en tipo cómic, y se lo dedicó a Eduardo con esta frase: “A Eduardo Haro Ibars que hace poesía con el cuerpo.” No sé que fue de JuanÁngel. Nuestros mejores amigos comunes -además de los viejos tangerinos- fueron Mariano Antolín Rato y su mujer, María Calonge.  Eduardo llevó el pelo largo de  muy joven, desde que yo le conocí muy raramente. Fumaba sin parar y bebía como un dios de las estepas escitas. Se maquillaba, al final, para ocultar el daño.  No lo puedo imaginar hoy (ya lo he dicho) porque no lo imagino viejo -no lo fue, privilegio de los muertos jóvenes- y porque sé que detestaría esta época atrozmente mediocre. He escrito mucho sobre él, artículos varios, y es el inspirador de mi novela “Malditos” y de un poema de “Marginados” que se titula “Héroes”. Que me acuerde  ahora. Quise mucho a Eduardo (pese a sus momentos terribles) pero lo mejor es que siempre me sentí querido por él. Como dijo Madame Du Deffand: “Nunca olvidas a quienes te han querido”. Eso es. Una pequeña evocación de aniversario. (Guardo algunas fotos -pocas- en que estamos juntos y todas tus cálidas dedicatorias. Además de algún poema inédito que me regalaste, nada más acabarlo. Pero sobre todo la memoria de un amigo magnífico que quiso ser libre por encima de todo. No, este ya no es tu mundo, Eduardo.)


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