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Nobles, bodas, duquesas.

(Este artículo se publicó en los periódicos del grupo Promecal de Castilla y León. el 7 de Octubre de 2011.)

Se nos ha casado la XVIII Duquesa de Alba, como estaba previsto, muy sevillana y pimpante. Quizá se quede ya tranquila la “prensa del corazón” (que, a veces, habría que llamar “prensa de los intestinos” por su tremenda vulgaridad) pero, no creo, pues tras la boda viene la luna de miel…

El caso de la duquesa Cayetana (85 años, bien cuidados y curados) resulta algo chocante. A unos les encanta que una linajuda mujer mayor se vista todavía de maja, como su antepasada goyesca, y sea un espectáculo popular. Otros creen que el circo mediático alrededor de la duquesa más titulada de España, es algo triste o incluso patético. Todos sabemos que el papel histórico de la aristocracia -en toda Europa- ha desaparecido y que, ahora mismo, sino es por el título, el hijo de un marqués no se diferencia absolutamente en nada del hijo de un rico altoburgués, aunque sea nuevo. Pero, en general, los grandes aristócratas, suelen vivir retirados con cierta altivez y a veces riqueza, como si en su retiro  saborearan mejor el patrimonio y el valor histórico que representan para sus naciones. Raramente son el presente, sino un pasado a veces suntuoso y honorífico como el de la Casa de Alba. Según esta visión, Cayetana Fitz-James Stuart debiera ser una digna dama, más bien oculta, dedicada a cultivar y cuidar su patrimonio y ayudar a estudiosos y ¿por qué no? también a necesitados. Así es como uno se imagina a la exreina Fabiola de Bélgica, primero aristócrata española. Cierto, aparentemente (y respeto a ambas) la distancia entre Fabiola y Cayetana es enorme. Una es una viuda noble, serena y hasta algo monjil y a la otra siempre le han gustado el flamenco, los toros y el populismo, ya digo, según esa tradición de las duquesas chulapas. Otros dicen que ese despendole está bien, pero que la edad debiera ser un límite. No sé qué decir. El entorno folclórico  de Cayetana me gusta poco, porque preferiría verla más culta, más seria, igual de abierta pero más digna. De otra parte (me digo) en un país tan tradicional y clerical como el nuestro, no deja de tener su chispa que una vieja duquesa, cargada de títulos y grandezas de España, se case a su edad, con un discreto señor de aire tímido y que parece no terminar de creerse lo que le pasa. Ponerse el mundo por montera está bien. Vivir la genuina nobleza estaría mejor. Creo.


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