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EN LA MUERTE DE JUAN MARSÉ

Con Juan Marsé me ha pasado algo muy extraño. Admirando la parte de su narrativa que conozco y teniendo o habiendo tenido muchos amigos comunes, lo he tratado muy poco y no puedo decir que haya sido amigo por dejadez mía. Algo en Marsé (mea culpa!) no llamaba mucho mi atención, sin embargo supe pronto de él y lo conocí en Canarias en 1979 en un incidente con un comandante de aerolíneas que narro en mis memorias. Luego bastantes encuentros ocasionales -cordiales siempre- y un último regalo que me llegó de él -que había sido íntimo amigo desde su juventud de Gil de Biedma- cuando publiqué, con prólogo de Ana María Moix, mi librito “Retratos (con flash) de Jaime Gil de Biedma” (2006), Marsé le pidió a un conocido común que me dijera lo que le había parecido mi libro, la frase que era importante por venir de él, fue: “Es puro Gil de Biedma”. Creo que apenas he visto a Marsé después de esas fechas. Su mujer Joaquina y Ana María fueron las íntimas y últimas personas que cuidaron a Jaime…

Yo sabía que Marsé andaba bastante retirado de la literatura (o guardaba mucho silencio) y totalmente desengañado con la política nacionalista del catalanismo que él -hombre siempre de izquierdas- aborrecía. Silenciado o criticado por los poderes fácticos horribles de la Cataluña actual, Marsé tras una breve liza, se retiró. No quería saber nada de esa gente y se sentía viejo ya. Nació en Barcelona y ha muerto hoy en la misma ciudad con 87 años.  Pertenecía a la facción narrativa de la llamada generación del 50, y aunque de joven había trabajado como aprendiz de joyero, a fines de los 50 publicó sus primeros cuentos y pronto se dedicó a la literatura, al periodismo (más abierto a los escritores que hoy) y al cine, elaborando guiones.  Amigo especialmente de Barral, de Gil de Biedma y de Juan García Hortelano, el madrileño cordial que espiaba en Cataluña, publicó en 1960 su primera novela: “Encerrados con un solo juguete”. Marsé siempre buscó la novela legible, la prosa sabrosa y rica y una moderada experimentación con las técnicas narrativas. Su primera novela de éxito (y creo que la primera que fue llevada al cine) fue “Últimas tardes con Teresa” de 1966. Sus temas son siempre su viejo barrio de Guinardó y la generación de postguerra desubicada, derrotada de muchos modos, y que busca abrirse paso. Pero sus novelas son obviamente más ricas que el mero argumento.  “Últimas tardes con Teresa” recibió el entonces muy valorado premio Biblioteca Breve, y vio la aparición de un emblemático personaje de Marsé, que algunos dicen que era él mismo, un tanto golfo: Pijoaparte.  Entre sus novelas siguientes ya con claro éxito, aunque no las he leído todas, “Si te dicen que caí” (1973, editada en México para evitar la censura) y que creo uno de sus textos mejores; “La muchacha de las bragas de oro”, que fue premio Planeta, en 1978; “Ronda de Guinardó” (1984); “El embrujo de Shanghai” (1993) y las últimas que conozco, “Rabos de lagartija” de 2000 -una de las más experimentales- y “Esa puta tan distinguida” de 2016. El mundo de Marsé era hondo y circular. Publicó también cuentos, por ejemplo el tomo “Teniente Bravo” de 1987 y muchos artículos periodísticos de género muy variado.  Vicente Aranda fue el director que más lo llevó al cine, con la consiguiente popularidad. Era lógico y merecido que Juan Marsé recibiera el Premio Cervantes en 2008.  Fue una de sus casi últimas apariciones públicas notorias. Luego, como dije, fue eligiendo la ruta silenciosa.  Desengañado, es uno de los grandes novelistas españoles del último siglo. Catalán español y de izquierdas. Pienso en lo duro acaso de la triple decepción. Un gran novelista y narrador que merece homenajes (que tendrá) pese a las palurdas autoridades de esta Cataluña provinciana, llena de ladrones y  muy paleta…


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