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EN LA MUERTE DE JOAN MARGARIT

Conocí a Joan Margarit en un viaje a Argentina en 1995. Era la época en que un Estado con buena economía, todavía ayudaba a los escritores. Hicimos pronto buenas migas, en compañía del filósofo y helenista Emilio Lledó, al que yo ya conocía. Margarit viajaba leyendo la poesía de la argentina Alfonsina Storni. Pertenecía Margarit (nacido en 1937) a una generación de catalanes perfectamente bilingües, algo que el actual catalanismo radical está ya rompiendo. La familia de Joan había vivido además algunos años en Tenerife, cuando él era adolescente, lo que acentuaba más su familiaridad con el español, que él decía “es mi otra lengua”. Una tarde -o noche- en un Café de Buenos Aires, Margarit, Lledó y yo, nos confiamos ciertos daños profundos en nuestras vidas íntimas: Yo fui un niño y adolescente acosado en el colegio por no ser como los demás; Joan tenía una hija, Joana, con una grave discapacidad, moriría unos años después, y el poeta se dedicaba enteramente a cuidarla. En cuanto a Emilio, era viudo, y la muerte de su mujer a quien había querido enormemente, le cambió por entero la vida. Esas confidencias nos unieron mucho, e hicieron que Joan me dedicara un poema en su siguiente libro, “Los motivos del lobo”, un poema que habla de Wilde, “Camino de Reading”.

Joan Margarit empezó escribiendo en español, nunca fue entonces un poeta muy conocido, y de esa época (él era arquitecto y siempre trabajó en su profesión) sólo conservaba el libro “Crónica” de 1975. A partir de ese momento siempre escribió en catalán, que era su lengua natural, pero como el español también lo era, se traducía él mismo, y ese camino (el que justifica su Premio Cervantes en 2019) llegó al punto de que sus ediciones en la lengua general no eran traducciones -nunca se decía “traducción de…”- sino recreaciones en su otra lengua. Tuve muchos años de cercanía y amistad con Margarit, y escribí sobre algunos de sus libros como “Estación de Francia” (Estació de França) 1999, donde volví a encontrarme con otro poema dedicado, “Poema en negro”. Margarit hasta la muerte de su hija y el libro que le dedicó “Joana”(2002) era un hombre afable y absolutamente lleno de solidaridad y ternura.  Creo que después se fue endureciendo en muchos sentidos, acaso la política catalana lo dañó íntimamente, casi obligándolo a tomar partido, algo muy lejano al Margarit anterior. Su cercanía a un antiguo amigo mío (que se portó muy mal conmigo) pero que ayudó a Joan, nos alejó extraña o normalmente. Aún así, y aunque apenas nos veíamos, hubo cálidas conversaciones al teléfono. Y al enviarme su “Todos los poemas” en 2015, todavía me escribe esto: “Para ti, Luis Antonio añorado amigo. Qué les ha pasado a estas tierras para que nos veamos tan poco. Y yo te echo de menos, eres una de las personas que añoro. Gracias por tanta amistad. La que me diste y que conservaré siempre. Tu Joan”. El amigo no perdido, extraviado acaso, que era tan buen poeta. Hablé con él, aún no hace mucho, cuando me llamó para agradecerme mi comentario (en un libro homenaje de Visor) a un poema suyo a la muerte -al suicidio en Barcelona- de José Agustín Goytisolo, al que ambos tratamos… La conversación fue cálida y me dijo que estaba delicado de salud -se lo había oído otras veces- sin especificar. Ha muerto ayer de cáncer con 82 años. Como el título de uno de sus libros “Se pierde la señal”. Sólo quiero decir ahora que Joan Margarit fue un gran poeta, que fue mi amigo -pese a ese tropiezo de unos años- y que fue un hombre bueno, consternado por su tiempo final con radicalismos que no eran suyos, porque fue español y porque fue totalmente catalán. Adiós, adeu, Joan, y buena travesía…


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