José Luis Martín Vigil, el éxito y la oscuridad
(Amplío, a raiz de un artículo que publiqué ayer en “El Mundo”, la historia que conozco de Martín Vigil, cuya muerte hace casi un año, fue absurdamente silenciada. ¿Hay que preguntarse aún “en qué país vivimos?”)
En el colegio madrileño en el que estudié Bachillerato había una hora de “lectura espiritual” (en realidad media). Por turno, cada alumno leía a sus compañeros unas páginas de un libro de tema religioso: vidas de santos y novelas de Palacio Valdés. A mí –cerca de los quince años- todo eso me parecía muy anticuado y no me interesaba. Pero eran los tiempos inmediatamente posteriores al famoso concilio Vaticano II y la Iglesia aspiraba a modernizarse a toda costa, como hoy vuelve a parecer esclerótica. Un día llegó un marianista más joven y nos dijo que íbamos a leer una novela cristiana, pero nueva y comprometida. Así oí por vez primera (sería 1966) el nombre de José Luis Martín Vigil, sacerdote comprometido, escritor “moderno” nos dijeron, y leímos “Sexta galería”, novela de muchachos “bien” de Oviedo que se van en verano a trabajar a una mina para tratar a los mineros hasta que ocurre un derrumbe en la mina… A partir de ahí ( yo ya leía otras cosas) seguí la pista del escritor, que –en efecto- resultó muy famoso, más cada vez y comprometido con la gente que sufría y con los adolescentes a los que quería guiar pues había sido o era aún profesor…
La nombradía de Martín Vigil no hizo sino crecer, sobre todo cuando en 1968 (yo estaba a punto de terminar el colegio) publicó “Los curas comunistas” donde por primera vez, en la España de Franco, hablaba bien de esos curas que como el luego célebre padre Llanos, se iban a vivir a barrios obreros para estar con los pobres. Esa Iglesia (supongo) sigue existiendo hoy pero prefieren no hablar de ella. Entonces hasta otro cura en la homilía dominical disertó sobre “Los curas comunistas” para advertir a sus fieles… Seré sincero, a mí la polémica no me interesaba porque había dejado de ser católico, pero sabía que Martín Vigil (nacido en Oviedo en octubre de 1919) era uno de los “bestsellers” de la novela española del momento y un cura, exjesuita –desde 1957- pero polémico y comprometido. En diez años “Los curas comunistas” tuvo dieciocho ediciones sólo en España, más otra especial de 350.000 ejemplares en el “Círculo de Lectores”…
Entre el colegio y la curiosidad, yo en esos años me había leído varias de sus novelas juveniles o comprometidas: “La vida sale al encuentro” -1955, su primera novela, editada por vez primera en México”- “Una chabola en Bilbao”, “Sexta galería” y “Un sexo llamado débil” (quizá la única de sus novelas que trata de chicas), pero era autor de muchísimas más. Un auténtico y prolífico “bestseller”, traducido de cuando en cuando al portugués y al francés, sobre todo. Claro está, yo no conocía al personaje. Un día (estando ya en la Universidad, creo que en 1970) fui a la Feria del Libro madrileña y oí que él firmaba. Me acerqué y lo ví de lejos. Vestía totalmente de paisano, jersey verde de cuello alto y chaqueta a cuadros. No quería acercarme, pero tampoco hubiera podido, la cola que tenía de gentes esperando su firma es (creo) la más numerosa que he visto nunca. Giraba dos o tres veces…
La verdad es que me olvidé del tema “Martín Vigil” (aunque era cada vez más famoso) hasta que un día, al filo de la muerte de Franco –en 1975- entré en un bar gay de Madrid (eran pequeños y discretos, pero los había) y lo ví allí –primera hora de la noche- hablando e invitando a chicos jóvenes que yo conocía. Aquella vez nada dije, pero como su presencia se repetía, les pregunté a los chicos si sabían quién era aquel señor. “Claro –me contestaron- es cura y le llaman “La Perejiles” (Supongo que por la fácil rima Vigil/perejil, sino no lo entiendo.) Y añadieron más: iban a su casa, les hacía algún regalo, pero sólo les pedía que se desnudaran y acariciarlos. Él (les parecía curioso) no se desnudaba. Yo sólo pensé en qué dirían los curas de mi casi olvidado colegio si supieran quién era el autor de su “lectura espiritual”. Algo después me decidí y me acerqué a saludar (en el bar gay) a Martín Vigil. Estuvo cordialísimo y gentil conmigo, dando por hecho –era una evidencia- lo que yo también daba por hecho. Yo había publicado ya algún libro, y creo que tuvo la cortesía de decirme que sabía que yo escribía y que me había leído…
No volví a ver a Martín Vigil (o sólo escasas veces más) en esos sitios. Pero noté que sus novelas habán parcialmente cambiado de rumbo. Ahora –muy al día- le interesaba la juventud lumpen o cheli y sus problemas, entre la homosexualidad y las drogas. El camino se había abierto al parecer con “Sentencia para un menor” y seguía con libros como “La droga es joven” (1978), “Una comuna en Madrid”, “El sexo de los ángeles” (coincidió en el título con Terenci) hasta “Ganimedes en Manhattan” (1988), subtitulada “La condición sexual del joven Townes”. Antes (hacia 1976) Martín Vigil salió en los pudorosos periódicos de la época, denunciado por un menor. Pero el asunto quedó en nada, salvo que la policía halló en su importante casa de la calle Velázquez, “pelucas de mujer”. Con la libertad mayor y la movida y el cambio de rumbo de la Iglesia, Martín Vigil –el inmenso y peculiar bestseller- se fue apagando. Lo ví, por última vez a fines de 1996, cuando Rafael Borrás, un gran editor, dejaba Planeta. Al cóctel fuimos muchos autores y ahí ví a un Martín Vigil avejentado que me dijo que le había dado un derrame cerebral (llevaba la cabeza rapada) pero que había sobrevivido… (Por cierto, fue uno de los primeros autores que utilizó en algunas novelas y hasta en ensayos fotos de chicos atractivos en portada para hacer más llamativo el libro. Así en un informe sobre los colegios masculinos durante el franquismo titulado “La España adolescente”, la cubierta era un guapo mozo en bañador). Después vino ya el olvido. No tiene otro nombre. Oí decir que Martín Vigil se había hecho afecto a Internet y que contestaba a quienes le escribían . Un tal Mario (que parece nuy amigo) cuenta en la red su final y como se escribían: “Querido chico mío: El despojo que voy sufriendo en todas las cualidades que un día disfruté es evidente.(…) Pero en esta vida cada cual debe asumir su ración y yo con la ayuda de Dios lo llevo bien.” (…) No hay ninguna razón para los silencios más que mi debilidad, mis alucinaciones por las veinticinco pastillas diarias”. Murió en Madrid el 20 de febrero de 2011. Hace casi un año. Fuera de Internet y tarde, creo que nadie dio ni una mínima noticia. Uno de nuestros mayores bestsellers (no era un genio pero sí un fenómeno social) murió en el total olvido. ¿Dice algo de nosotros, Iglesia incluida? Porque él nunca dejó de ser católico comprometido.
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