James Whale, el padre de Frankenstein.
Evidentemente la “madre” de Frankenstein sólo puede ser la autora de la novela, no muy larga, publicada en 1818, Mary Shelley (esposa del poeta romántico Percy B. Shelley) y autora de “Frankenstein o el moderno Prometeo”. Conviene no olvidar que Frankenstein es el apellido alemán del doctor que fabrica al hombre artificial (que resulta perverso y asesino) y no el nombre del ser mismo, al que en la novela se denomina como “la criatura” y alguna vez “el monstruo”. Pero dado el éxito que tuvieron sus dos películas sobre Frankenstein y la imagen cinematográfica que lanzó y que pervive, sin duda el “padre” de Frankenstein es el director británico James Whale . No hace mucho Calamar Ediciones de Madrid publicó una buena y muy bien ilustrada biografía de Whale, obra de Juan A. Pedrero Santos. Yo conocía la novela de Christopher Bram “El padre de Frankenstein” y la película que se hizo sobre ella, “Dioses y monstruos” de Bill Condon (1998), me ha gustado repasar eso y más con el citado libro… James Whale (1889-1957) fue un británico de clase humilde que se trasladó a Hollywood, donde ganó dinero y fama y posó con verdad de hombre refinado y elegante. Aunque tiene otras notables películas en su haber como “El hombre invisible” (1933) o “El puente de Waterloo” (1931), sin duda las dos películas que más fama le dieron tienen que ver con el monstruo interpretado por Boris Karloff, “El doctor Frankenstein” de 1931 y “La novia de Frankenstein” de 1935. Gay que no lo ocultó demasiado, Whale se retiró del cine en 1949, y vivió bien con su amigo David Lewis. En esos años viajó y tuvo muchos chóferes o acompañantes e hizo en la piscina de su casa de Los Ángeles fiestas gays llenas de chicos guapos, lo que hizo correr cierta mala fama sobre el director retirado. Se dijo que murió enfermo en 1957. Sólo treinta años más tarde su amigo Lewis (poco antes de morir) declaró la verdad: Enfermo cerebrovascular, e incapaz de sobrellevar la angustia y el dolor, Whale se suicidó en la misma piscina de su casa. Dejó algunas notas a sus amigos, pidiendo perdón. En una decía: “El futuro sólo me reserva ancianidad y dolor. Adiós y gracias por vuestro cariño. Tengo que tener paz y esta es la única manera de conseguirlo.” Pidió que lo incineraran para que nadie fuese a llorar sobre su tumba. ¿La maldición de Frankenstein? Todo lo contrario. La sabiduría (triste como todo final) de un hombre elegante, libre y lúcido. Me ha gustado repasar todo este pequeño e inmenso mundo. Y, claro está, recomiendo la biografía -ilustrada e ilustrativa- de Pedrero Santos. ¡Disfrutad!
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