HOMOERÓTICA EN EL PRADO
(Este artículo se ha publicado en la revista “Descubrir el arte”)
Hoy en día -aún- ninguno de los grandes museos del mundo (Louvre, Prado, National Gallery…) tiene espacios temáticos, sino es en exposiciones especiales, pero es posible que alguna vez, igual que ha cambiado la disposición de las obras – más espacio alrededor- pueda también especificarse la mirada del pintor o de algunos pintores… Pero esto, ahora mismo, son meras divagaciones. Aunque yo no es la primera vez que estudio o testimonio temas homoeróticos –pintados con o sin voluntad de plantear, así sea subrepticiamente el tema: Di una conferencia y publiqué un texto, “Ganimedes en el Prado”, editado en un tomo de Galaxia Gutenberg sobre la mitología en el Museo y patrocinado por al amigos de dicha entidad… También he estudiado el “San Sebastián “de Bronzino –en el Thyssen- bajo la misma óptica… Ahora se trataría, someramente, de ver qué piezas del Museo del Prado admiten (o tienen, no es exactamente lo mismo) una “mirada gay”. Ello no quiere decir siempre, ni mucho menos, que el pintor lo fuera, pero sí que el tema –de la mitología o la historia clásicas- lo era, él sí, permitiendo sin duda esa mirada.
Podemos comenzar en la estatuaria, muy notable, aunque bastante tiempo un tanto preterida. Sabemos que una muy principal parte de ella, proviene de la colección que la reina Cristina de Suecia tenía en Roma. Y que Felipe IV compró, cuando Cristina tuvo que regresar a un país luterano que gustaba muy poco de imágenes paganas. De ahí proceden los excelentes bustos de Adriano y de Antinoo que el espectador sabe bien ya hoy cómo relacionar… Igualmente el mucho tiempo llamado “Grupo de San Ildefonso” (porque estuvo en La Granja), nombre a todas luces impropio. Se trata –como todas- de una bella copia romana de un conjunto helenístico, de la escuela de Praxíteles, que representa a Orestes y Pílades; el elemento gay se hace más ostensible si sabemos que como el grupo estaba descabezado, se le añadieron dos cabezas muy acordes, siendo una de ellas –otra vez, estuvo harto representado- la de Antinoo. Le falta la pareja, sin embargo, al busto de Aristogitón -falta Harmodio-, los amantes tiranicidas en la Atenas clásica, por lo que el busto de Aristogitón –aunque romano, no debe olvidarse- tiene un claro toque arcaizante. Hay también un Narciso, de aire muy joven, al que le falta de cuajo el pene. Es notable el delicado Ganimedes, romano-helenístico, que abre todos los elementos de uno de los más frecuentados mitos homoeróticos: el rapto del joven príncipe-pastor por un Zeus-águila, en las faldas del monte Ida para hacerlo copero y amante. El hermoso “Hermafrodita” dormido (de escuela helenística también) y para el que esculpió un colchón Bernini, se encuentra en Roma. Pero en el Prado está la imitación “Hermafrodita dormido” –se ven signos de los dos sexos, evidentemente- obra de Matteo Bonuccelli (1630-1654). Este joven y notable fundidor trabajó en Roma para el propio Bernini, y se le deben obras muy notables, no pocas de las cuales están en España, porque Velázquez, en su segundo viaje a Italia en 1649, le encargó bronces para decorar el Alcázar de Madrid, entre ellos este “Hermafrodita” (1652)-otros escriben Hermafrodito- además , baste un ejemplo, de los varios leones en bronce dorado que sostienen la opulenta mesa (1651) del valido don Rodrigo Calderón, hoy también en el Museo. Para no llamar a engaño, diremos que Bonuccelli, fue conocido
en España –erróneamente- como “Bonarelli”.
Un cuadro raro (porque hay muy poca obra de este holandés fuera de Inglaterra y porque le tentó muy poco lo masculino y aún porque su gran especialidad conocida es la Roma de Augusto) resulta “La siesta”, un cuadro relativamente temprano de Lawrence Alma-Tadema (1836-1912) además de tema griego. Pintado antes de 1887, cuando fue regalado al Museo por un cónsul de España, se ha llamado alguna vez “Escena pompeyana” (sabemos lo que a Alma-Tadema le impresionó Pompeya) pero es una escena convival ateniense, pintada como un friso. La flautista toca para amenizar la velada –eran las únicas fáciles mujeres autorizadas- mientras dos hombres reposan solos en la hora del vino, uno más mayor y otro más joven, algo según la relación erasta /erómeno de las relaciones masculinas en Grecia… La escena carece de erotismo pero claro es que resulta insinuante de esas masculinidades. Tomando otro cuadro sin explícito componente o intención homosexual, pero que muy nítidamente admite esa mirada, podemos ir a un conocido manierista holandés que perteneció a una familia burguesa y vivió de pequeño el asedio español a su lugar natal: Haarlem. Me refiero a Cornelisz van Haarlem (1562-1638) que aprendió el manierismo en Francia. En el Prado está uno de sus cuadros grandes: “Júpiter y los demás dioses urgen a Apolo a retomar las riendas del carro del Día”, obra de 1594 en óleo sobre tabla. Lo que la escena dice, el ruego conminatorio de los dioses a Apolo (se distingue bien a Marte y a Baco por sus caracteres) da pie a una simple exhibición de cuerpos masculinos desnudos, en general potentes y vigorosos, porque además no hay diosas. La misma predilección por un cuerpo masculino desnudo y fornido y en general visto por detrás, se ve en un buen grabado (1589) del mismo autor, “Combate entre Ulises e Irus”, que es buril sobre papel verjurado. Destacan los músculos tensos en la espalda de Ulises…
Yo dejaría fuera de una mirada gay (o más eventualmente lésbica) lienzos que en su momento, sólo querían retratar deformidades o casos “monstruosos” muy propios de cierto barroco, así, la llamada “Mujer barbuda” de Ribera, que es solo un hombre –de apariencia- que da el pecho a un niño, y así otros parecidos… Pese a su título, tampoco hallo en el grabado más que una malformación caricaturesca, en el capricho de Goya “El Maricón de la tía Gila”. Hay que volver a grandes pintores mitológicos como Rubens (nada sospechoso de homosexualidad él mismo, tan atraído por la carne femenina) para constatar cómo es la mitología clásica, la gran proveedora de temas que pueden complacer o contener una mirada gay. Así “Aquiles descubierto por Ulises entre las hijas de Licomedes”. Entre las muchísimas obras que el Prado atesora de Peter Paul Rubens (1577-1640) resulta ésta relativamente menor, que parece venir a ser nuevamente un pretexto para presentar, en este caso muchas mujeres juntas: La obra es de 1635 y podría abrir una mirada lésbica, más difícil de precisar en nuestro contexto si se excluyen, cierto, los muchos desnudos femeninos, trazados evidentemente para la mirada del varón. También en “Vertumno y Pomona” (1637) del propio Rubens, aunque se trate de un hombre y una mujer, vemos una cierta igualación de los sexos –podrían ser dos mujeres- lo que no sabemos qué intención tenía… Alguien podría hablar de la pansexualidad potente del poderoso Rubens (el gran flamenco al servicio de la Europa católica, es posible que estando en Madrid, pintara al lado de Velázquez) o de la cercanía entre los dos dioses menores. Rubens pintó varias veces el referido “Rapto de Ganimedes” y no evitó –acaso no podía- la sensualidad. Pero el cuadro que tiene el Prado (un curioso perfil lleno de fuerza, 1638) se pintó para la Torre de la Parada del Buen Retiro. El águila lleva al apuesto mozo que porta colgada una aljaba o faretra, que en una mirada atenta en un desnudo no especialmente subrayado aunque obvio, parecieran seguir las flechas una línea imaginaria que atraviesa sus partes pudendas empezando desde atrás… Es un cuadro muy original en su diseño. Hemos de seguir hablando de Rubens. Procedente de un pasaje de “Las Metamorfosis” de Ovidio, dio mucho juego de ambigüedades el tema de la diosa Diana y su ninfa principal, Calisto. La relación de las dos mujeres juntas halla su paroxismo cuando la cazadora y casta Diana, descubre que Calisto está embarazada de Zeus, es tema querido a Tiziano y que –consiguientemente- trató Rubens también ,como el cuadro del Prado de 1635, “Diana y Calisto”, sin duda óptimo para la mirada lésbica. Como vuelve a serlo gay, el dibujo rubensiano , “La muerte de Jacinto”, cuando Apolo mata sin querer, por un golpe del disco en la frente mientras juegan, a uno de sus principales amantes masculinos, el jovencito Jacinto, que yace muerto en la imagen, junto a los brazos del dios, que lo transformará en flor…
El tema, inicialmente sacro, de San Sebastián flechado es uno de los grandes temas de la mirada gay, al aparecer muy habitualmente el santo, joven atractivo y desnudo. Puedo recordar el gran “San Sebastián “de Guido Reni. Pero advierto que el tema va a ser tratado aparte. Una publicación gay francesa lo llamaba, hace unos años, “San Sebastián, Adonis y mártir.” Acaso Adonis debiera ser contemplado también en una mirada gay, como visto por Venus… Pero retornemos a Reni y a su espléndido “Hipomenes y Atalanta”. Algunos ven en el boloñés Guido Reni (1575-1642) una cierta complacencia propia respecto al cuerpo masculino joven y el gran lienzo del Prado –hay una copia posterior en Capodimonte- lo demostraría: el joven Hipómenes quiere casarse con la ninfa Atalanta, gran corredora y que se quiere virgen. Él gana la carrera inganable tirando manzanas que Atalanta se entretiene en recoger. En el cuadro de Reni, de hacia 1618, el cuerpo en verdad destacado y de blanco fulgor, es el del triunfante Hipómenes, mientras que Atalanta queda agachada y algo atrás. Ese esplendor de Hipómenes –clasicista y levemente manierista- lo convierte en uno de los desnudos jóvenes masculinos más atractivos del Museo. (Ambos serán después los dos leones que tiran del carro de Cibeles). Hay otros cuadros de Reni donde se prima la belleza juvenil masculina como su apenas anterior “Baco y Ariadna” (1617)
Otras dos similares apariciones de Ganimedes –como muchacho asustado y dulce en el estupor del rapto- es “El rapto de Ganimedes” de Antonio Allegri da Correggio (1489- 1534) que supone perteneció a la colección privada de Antonio Pérez, el problemático y singular secretario de Felipe II, un cuadro umbrío y bello y la copia que de este hiciera, notablemente, en 1604 el español Eugenio Cajés (1574-1634) hijo de un artista italiano que había sido llamado para la obra de El Escorial, pero que ya se quedó en España. Siguiendo a Correggio el tema es de suyo homoerótico aunque no resalte una fuerte sensualidad, como sí ocurre en Rubens. Evidentemente uno de los grandes pintores gays por antonomasia (junto a Miguel Ángel, al que admiró) es Caravaggio. El Prado tiene un muy notable cuadro en esa línea –de hacia 1600 o poco antes- que es uno de los varios “David con la cabeza de Goliat” (David es otro icono gay en la pintura y la escultura clásicas) y este es el de un jovencito David, bajito, en un magnífico escorzo, que se agacha a recoger la cabeza del gigante. Es curioso que el muchacho que sirvió de modelo sea el mismo del espléndido y desnudo “Amor triunfante”. Casi todo en Caravaggio es transgresión y homosexualismo. Finalmente (y se podría ahondar más) podríamos terminar entre mujeres: un “Diana y Calisto” donde las mujeres desnudas y mórbidas se besan, obra del pintor galante y rococó francés –no le falta un toque a lo Boucher- Jean Baptiste Marie Pierre (1714-1789) que murió significativamente apenas un mes antes de la Revolución, pues su mundo de galanterías se terminaba.
Como vemos la mirada homoerótica permite (entre otras) una nueva mirada a un gran Museo.
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