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Formas gays en la época de Lorca.

(Este artículo trata de recordar en literatura y sobre todo en pintura el rico mundo gay que hubo en España -como en otros países de Europa- antes de la desoladora Guerra Civil).

Es pertinente recordar que la tolerancia que hubo en los años 20 y 30 del siglo pasado (justo hasta antes de la 2ª Guerra Mundial) hacia el mundo gay y lésbico, no tendría parigual hasta los años 60  y 70 del mismo siglo, que son ya explícitamente reivindicadores. Desde formas notorias de la escritura o la pintura se empezaba a nombrar aquel amor que hasta muy poco antes “no se atrevía a decir su nombre”. Cuando en 1922 se ve por entero “En busca del tiempo perdido” se percibe que, entre otros múltiples temas, Proust analiza meticulosamente en su novela la homosexualidad. Desde las muchachas/muchachos en flor hasta la oscuridad del burdel de Jupien… Natalie Clifford-Barney tenía su templete sáfico en su casa de la rue Jacob.

Por otro lado la década de los 20 pone de moda el mito de los marineros (los dibujos de Lorca están llenos de marineros y un poema de Luis Cernuda se titula “Los marineros son las alas del amor”) que a su  vez poblarán muchos cuadros del pintor ruso expatriado Pavel Tchelitchev y del español Gregorio Prieto, indudablemente cuadros de su mejor época. También alguna canción del lusitano António Botto. Cocteau o Filippo de Pisis, dentro de ámbitos mundanos, retratan asimismo marineros o muchachos desnudos. Tamara de Lempicka –esa diosa del art-decó- tiene algunos cuadros de gran pintura con claras sugerencias lésbicas. En esos ámbitos mundanos o donde entraba la “vida moderna”, la homosexualidad masculina o femenina eran una manera de esa modernidad: como Greta Garbo o Marlene Dietrich paseándose con frac masculino y fumando, una escena ambigua en una película menos ambigua, como “Morocco” de Von Stenberg. Pero sin duda en la España de la época de Lorca hay tres pintores que representan fuertemente tendencias homo eróticas: El canario Néstor Fernández de la Torre o el granadino Gabriel Morcillo, situables ambos en la corriente simbolista de entresiglos, que a España llega  con fuerza ciertamente pero con algún retraso dada la situación de postración en la época. El otro es el ya mencionado Gregorio Prieto, manchego, que vivió bastante de ese tiempo fuera de España…

No cabe olvidar en esta atmósfera (eran además excelentes dibujantes) a los artistas que aparte de hacer decorados de revista o de “music hall”, dibujaban figurines o ilustraban las producciones, muy populares, de la “novela galante”. Me refiero a esa moda entre el simbolismo andrógino y el “art-decó” que pintan jóvenes de aire ambiguo o afeminado en la portada y las ilustraciones de aquellos libritos. No podemos no recordar que se trata de un trazo muy internacional que en Francia inauguraron nombres como Georges Barbier o Erté, que fue condiscípulo en el taller del modisto Poiret, en los inicios del siglo XX, de nuestro José o Pepito Zamora. Entre estos figurinistas e ilustradores destacan el también pintor extremeño Antonio Juez, una gran figura que está muy por reivindicar, y otros como el propio Pepito Zamora (íntimo del novelista “perverso” Antonio de Hoyos y Vinent) o el mismo novelista Álvaro Retana –autor de “Las locas de postín”, entre tantas novelas atrevidas aunque con pocas veleidades artísticas- que dibujaba en el referido estilo con mucha soltura…

Néstor Martín Fernández de la Torre, firmó habitualmente Néstor (1887-1938), nació en Las Palmas de Gran Canaria –donde actualmente tiene un delicioso museíto propio-  pero estuvo largo tiempo en Madrid, Barcelona y París, en pose de chic mundano, hasta regresar a sus islas donde moriría. Una característica común de estos simbolistas (no neosimbolistas como algún crítico ha afirmado, pues aquí no hubo simbolistas anteriores) incluyendo a Romero de Torres, a Anglada Camarassa y hasta a José María Sert, y que tuvieron no escaso éxito de público, incluyendo a las entonces muy ricas oligarquías de Argentina o Chile, fue hacer en su etapa final una suerte de costumbrismo o folclorismo estilizado o telúrico, en búsqueda de identidades locales, pasadas por el tamiz de un refinamiento mundano. Evidentemente esa parte de su obra (que a Néstor le llevó a pintar trajes y escenas canarionas y el Parador de Tejeda, en su isla) es también uno de los aspectos que menos terminó favoreciéndolos a todos, ya que vanguardistas y modernos sólo podían ver esa fase de tipismo –aún como el  más onírico que desarrollaron los “Ballets rusos”- como un claro síntoma de esclerosis. Néstor propendió claramente al desnudo masculino (siempre o casi con pretextos simbolizadores) pero a mi entender no falta una muy marcada, aunque en parte camuflada, pasión homoerótica propia. En su aristocratizante y juvenil autorretrato “Epitalamio o las bodas del príncipe Néstor” (1909), la idealizada pareja tiene a su lado  a un grupo de impecables muchachitos de adolescentes anatomías desnudas, que ofrecen a los desposados una suerte de gran cuerno de la abundancia. En la serie de 1908 “El jardín de las Hespérides” o “Gentil llevado por las aguas encantadas” (temas de leyenda) confunde voluntariamente –como volverá a hacer adelante- las anatomías viriles con las femeninas, de modo que todos los personajes quiméricos, de ambos sexos, podrían ser musculados andróginos. Entre otras obras, lo más notable de esta pasión masculinizante aparece en Néstor en la serie, muy hermosa, “Poema del mar”, realizada entre 1913 y 1924, y la acaso inconclusa y más tardía  (menos refinada) “Poema de la tierra”, serie llevada a cabo entre 1934 y 1938, cuando fallece. La primera celebra los estados del mar y sus colores, según los momentos del día, y son siempre enjoyados encuentros de gigantescos peces y angelotes desnudos que los montan o acompañan. A veces son “putti” y otras muchachos como el que hace la plancha en “Reposo”, un perfecto cuerpo rubio al que Rafael Alberti me identificó un día en el museo de Las Palmas con el famoso capitán Durán (“Andá, el capitán Durán!”, dijo Rafael) ese Gustavo Durán, personaje rico de aventuras que había sido capitán de milicianos durante la Guerra civil, y que al parecer en su primera juventud fuera novio de Néstor. Entre plantas típicas de Canarias, grandes, el “Poema de la Tierra”, fuertemente sensual, retrata parejas de amantes que quizá sólo recató un poco la época, sobre todo al final (plena Guerra civil) en que se pintaron. El revuelto amasijo de cuerpos eróticos y desnudos, besándose y casi copulando, son hombres y mujeres, aunque como ya anticipé, lo femenino salvo leves rasgos (insinuaciones de pechos) quede subsumido en la potente anatomía viril, joven y andrógina. Es imposible decir en un cuadro como “Drago” –las plantas titulan las obras- que no estemos presenciando el voluptuoso abrazo de dos hombres desnudos entre las ramas del milenario árbol, que asimismo les sirve de cúpula. ¡Extraordinario Néstor que los españoles no hemos sabido reivindicar todavía hasta el punto que se merece!

Caso similar pero distinto es el del granadino -Lorca hubo de conocerlo- Gabriel Morcillo (1887-1973). Pintó abundantes grupos de muchachos –antes sobre todo de la Guerra- entre sueños islamistas y grecorromanos, en una perfecta exaltación hedonística y desnuda de la carne y el placer: turbantes, ajorcas, frutas sensuales, esclavos árabes que se venden… Es curioso que nadie se cuestionara, en vida de Morcillo, bajo el sopor de los “Cuentos de la Alhambra”  y su tipismo, cuanto había –hay- en esos cuadros de sensualidad transgresora, aunque el pintor terminara celebrando a Franco en retrato ecuestre…

Por supuesto el pintor más cercano a Lorca y a Cernuda -a los que retrató realista o quiméricamente, a menudo con otras ilustraciones, con frecuencia en libros tardíos tan bellos como poco fiables-  fue Gregorio Prieto (1897-1993). Atrevido, mundano y viajero en los años 30, con alguna influencia surrealista como la de Giorgio de Chirico, Prieto pinta ruinas de la Italia clásica llenas de marineros amantes (“Lupanar de Pompeya”) besándose. En “Ruinas de Taormina” (1930) el paisaje dentro del derruido teatro griego está lleno de fustes donde sentados o de pie los marineros cuchichean en la noche como enamorados. Tras esa etapa (en Inglaterra durante los años anteriores a la segunda Guerra Mundial  y algo después) y en esa forma de dibujo muy limpio y como aparentemente fácil que Aleixandre bautizaría como “poesía en línea”, Prieto trazó los “shorts”, las piernas y los sexos de los muchachos atletas y ambiguos de Oxford y Cambridge que igual reman en primaverales competiciones que se reúnen en una secreta  nostalgia, bajo una estatua de Lord Byron. No importa que al volver a la España del franquismo con éxito y hacia 1950, Gregorio Prieto pintase, con paleta rica de colores, idealizaciones ambiguas de sus desaparecidos o alejados amigos del 27, molinos manchegos en un aire nada árido, Vírgenes y romerías o esos “collages” barrocos que nadan entre el “kitsch” y una difusa modernidad y que situaron a Prieto  (haciendo olvidar su excelente y atrevido primer tiempo) en una estética sin riesgos, vagamente deudora de la modernidad para un público sin turbulencias, amigo de lo bonito. Sus mentiras o seminventos finales en su libro sobre Luis Cernuda (a pesar de su excelente primer retrato) “Cernuda en línea” –lo último que publicó- lo dejaron al pobre y viejísimo Prieto en el baúl de los recuerdos, una suerte de poca cosa en arte, que desde luego ni merece ni había merecido antes.

No, desde luego a la poesía de Lorca y de Cernuda también les acompañó una plástica gay en España, ni mucho menos estuvieron solos. Pero debemos terminar preguntándonos (y debiera ser muy seriamente) porque todos esos dibujantes y pintores, desde el olvidado Antonio Juez, a los aún mal o torticeramente valorados como Néstor, Morcillo o Prieto, no han visto cambiar con el tiempo nuevo su antigua situación, mientras los poetas alcanzaban merecidamente la cima. ¿Cree alguien todavía que en España no existía un arte homoerótico? Pues manos a la obra y a reivindicar se ha dicho.


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