En la muerte de Ana María Moix (1947-2014)
(Publicado en El Mundo)
Conocí a Ana María en 1982 cuando me la presentó su hermano Terenci que empezaba a ser buen amigo mío. Entonces (parecía llevar años retirada de la literatura, de hecho estuvo más de diez) Ana María, no muy alta, tenía mucho de entrañable, cálido y huidizo. Entonces le gustaba ir a los casinos a jugar. Yo conocía –por amigos comunes, sobretodo Jaime Gil de Biedma- lo que había sido la Ana María joven, “La Nena”, en las noches barcelonesas entorno a 1970, con mucho alcohol, mucha madrugada, su lado lésbico y su amistad –esos años- con el otro joven
del grupo, Leopoldo María Panero. A veces los hacían pareja. No era verdad, sino camaradería de noches locas, que terminó separándolos. De entonces datan sus tres libros de poesía, tan del momento, porque después de “No time for flowers” (1971) nunca volvió a la poesía, como después de la novela “Walter, ¿por qué te fuiste?” (1973) dio por terminada aquella alegre vida joven, no falta de excesos aunque también de mucha creatividad, y donde según algunos está uno de sus mejores libros, la novela algo autobiográfica “Julia” de 1970… Otro año –con una preciosa dedicatoria- me dijo que me regalaba el único ejemplar que le quedaba de la primera edición. Valoraba mi amistad, pero sé que valoraba la mucha cercanía que yo iba teniendo con Terenci.
La Ana María que yo empecé a tratar (y que tenía una novia psiquiatra) parecía haber dejado atrás todo aquello de la “gauche divine”, y se volvió una firme intelectual en defensa del feminismo y de las minorías sexuales y en una mujer que traduciendo, escribiendo –cuentos o novelas, a otro ritmo que el inicial- o como editora, que lo fue excelente, se puso siempre de parte de la literatura seria, alta, importante. Y de parte del autor más que de la editorial. Y ese fue su “fracaso”: desdeñar el bestsellerismo y el mercantilismo cultural. Le dije una vez: Ana, de cuando en cuando, publica un libro muy vendible… Contestó: Lo sé, ya me lo dicen, pero luego los leo y no me gustan nada. La invité a un curso que dirigí en la UIMP en 1985 sobre los “novísimos” y me regaló entonces su antigua poesía reunida (por su amiga Esther Tusquets) en un tomo titulado “A imagen y semejanza” (1983). La obra posterior de Ana María Moix, cada vez más respetada como imagen del buen hacer cultural, incluye traducciones (Aragon, Beckett, Duras, Sagan) y libros de relatos como “Las virtudes peligrosas” (1985) o “De mi vida real nada sé” (2002), no sé si el último que publicó. O novelas como “Vals negro” (1994) sobre “Sissi”, la emperatriz Elisabeth de Austria-Hungría –que fue Premio Ciudad de Barcelona- o la colección de semblanzas “Extraviadas ilustres” (1996). Es obvio que esta segunda parte de la obra de Ana María es más de culto, sin prisas, de buena calidad, pero como si le importara más leer que escribir. Y acaso era así, pese a libros notables como “El querido rincón” (2002). Mis
recuerdos de ella como editora (sacó en Bruguera tres libros míos) son excepcionales. Uno de esos libros, “Bazar de metáforas cambiadas” era un colección varia de traducciones de poesía, ya publicada antes, pero entonces bastante aumentada. Yo sabía que ese no era un libro comercial (en este país) y me rebajé el anticipo que Ana me ofrecía. Ella no me dejó. Recuerdo los términos: ¿Por qué no se van a pagar las traducciones? Es un trabajo importante y una gran labor cultural… ¿Qué decir sino darle las gracias, aún sabiendo que los jefes económicos la iban a regañar? Pocos saben que cuando su hermano Terenci –eran muy diferentes pero se llevaban muy bien- quiso poner en castellano su inicial obra catalana, Ana María le hacía las traducciones literales sobre las que, después, Terenci trabajaba y ponía estilo. Icono de toda una época e intelectual seria que se negó al mercantilismo a cualquier precio, con Ana María Moix se va, además, un ser cálido, bueno, entrañable y generosa amiga de sus amigos. Una pérdida fuerte en un tiempo de miseria cultural y falta de luces, como este. Ana (como Terenci) fumaba mucho y nunca lo dejó. Su salud era delicada, desde hacía años, por un enfisema pulmonar. Es curioso –por encima del tabaco- que Ana María haya muerto como su hermano mayor. Se cierra una saga. Ambos solteros y sin hijos, nadie queda de esa familia. Espero que cuiden sus derechos y la obra de ambos. Ana María ha muerto con 66 años. Era estupenda. Uno no sabe decirle adiós…
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