EL SÍNDROME RATO
(Este artículo se publicó en los periódicos del grupo Promecal)
Rodrigo Rato tiene ahora 66 años. Y ha tenido (viniendo de una familia más que acomodada, rica) una carrera fulgurante. Figura prominente del PP, fue (con José María Aznar) Vicepresidente del Gobierno y Ministro de Economía. Después fue Director gerente del Fondo Monetario Internacional, y más tarde –hasta 2012- director de Bankia… Todavía hasta el 22 del corriente estaba en varios consejos financieros que ha tenido quedejar –ese día precisamente- por sus líos con Hacienda y las causas judiciales abiertas contra él. Yo no lo voy a juzgar, eso debo hacerlo la Justicia y pronto porque si el público duda algo de la Institución de los Jueces, en casos como el de Rato (salva la presunción de inocencia) todo se vuelve más grave para la propia credibilidad de la Justicia misma.
Quiero referirme a personas que pueden ser como Rato –no sólo a él- gente poderosa y que ha acumulado millones, incluso estoy dispuesto a suponer que lícitamente. Mi pregunta es: ¿Por qué buscan más dinero aún estas gentes que tienen ya tantísimo, que nunca alcanzarán a gastarlo? ¿Afán de dejar pingües herencias más que a sus hijos, a su familia toda? ¿O es sólo ganar por ganar, como el adicto al póker o a la ruleta? ¿Ganar cuando tanta gente, en su propio país lo pasa mal? ¿No les remuerde eso que llaman conciencia? ¿O llanamente en ese continuado afán por ganar debemos ver tan sólo la tradicional y fea usura? A veces, una mirada al capitalismo, se convierte en una mirada por los lujosos santuarios de la moderna usura. Cambiar el nombre del titular en un contrato telefónico (por fallecimiento de ese titular, familiar tuyo) cuesta -me dicen- cinco euros, y eso que tú sigues siendo cliente. ¿Cómo denominar a esos cinco euros sino un discreto, modoso ejercicio de
usura? A partir de ahí, vayan subiendo las cifras. El gran poeta Ezra Pound dijo que “con usura nunca se habrían levantado las catedrales”, supongo que tenía razón. No hay usura en el arte, pero el mundo actual parece lleno, saturado de usura, que se hace muchísimo más llamativa cuando la ejercen poderosos que son ya millonarios en euros pero que quieren seguir acumulando.
Pobrecitos. ¿Es que se aburren sólo jugando al golf? ¿O es que tendrían que pasar por el diván del psicoanalista, para saber qué les mueve a codicia tanta? ¿La erótica del Poder convertido en dinero? La gente común desea que con estos altos y altivos personajes la Justicia sea un tanto ejemplarizante, porque no puede entender que los muy ricos quieran ser pluscuamricos o que los millonarios quieran esos millones centuplicados. Algo va mal también en todo esto. Algo huele a podrido en el síndrome Rato. Una sed de dinero infinita.
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