El aguinaldo
En mi niñez (y algo en mi adolescencia) había una costumbre muy española al filo de la Nochebuena, que todos los niños seguíamos. Pedir en nuestra casa y en las de al lado el aguinaldo. Con una pandereta o una zambomba cantábamos un corto villancico al vecino (solía ser la vecina) y le pedíamos el aguinaldo, que era un regalito navideño. Generalmente no pasaba de un trozo de turrón u otro dulce navideño y excepcionalmente unas pesetas… ¿Por qué se ha perdido esta costumbre? Sin duda a los niños de ahora todo esto debe sonarles un poco surreal o pobre, sin duda esperararían un regalo menos simbólico. Pero también es verdad que la confianza entre vecinos ha bajado mucho. Hoy somos muy poco sociables con los vecinos e incluso nos llevamos mal por cosas de ruidos y similares que se podrían arreglar hablando. Pero no lo hacemos, somos más toscos y peor educados y por eso también nos suena a viejo el aguinaldo. O a ingenuo. ¿Cantar un villancico con una pandereta, por un pedacito de turrón? Pero, ¿de qué me habla usted colega? La Navidad tradicional (nos gustara o no) ha muerto y ya no queda sino el omnímodo Corte Inglés, como dije otro día.
Aguinaldo es palabra rara. Proviene de “aguilando”, del latín “in hoc anno”, en este año, y de ahí derivó al regalito navideño, porque el gesto se hacía sólo una vez por año. Quienes vivimos de niños todo esto, podemos tener una vaga nostalgia. Pero -insisto- me parece cada vez más obvio que la verdadera e intimista Navidad ha muerto o agoniza entre abetos de plástico y comilonas de empresa. Creyente o no creyente, no hemos mejorado.
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