por Bernardo M. Briz
Algunos esperábamos por estas fechas una nueva entrega de las “memorias parciales” (siempre singulares) de Luis Antonio de Villena, pero el escritor madrileño no ha seguido esta vez la pauta de los últimos otoños. A primeros de año publicó un ensayo, La felicidad y el suicidio, y ahora nos ofrece El sol de la decadencia. Viendo la cubierta -y conociendo al autor- uno podría fácilmente pensar que es otro ensayo, pero no, es una novela y -digámoslo ya- además magnífica. Se trata de la historia “de dos chicos enamorados y un raro y desusado caballero inglés. No es un cuento”. Bueno, al menos el caballero no lo es en absoluto, pues Alfred Taylor fue un personaje real, que a finales del XIX fue condenado por los escándalos que también llevarían a prisión al ilustre Oscar Wilde, que aparece en algunas páginas -también lo hace Bosie- de la novela. Pero la obra arranca en 1940, en California: Mr. Sheen (Taylor), un decorador cinematográfico ya retirado, un “famoso a medias”, ha decidido escribir sus memorias, y busca ayuda para ello. La encontrará en Phil y Toby, encantadora pareja de estudiantes veinteañeros. La historia irá avanzando con numerosos saltos en el tiempo; la voz narrativa irá cambiando, ora Toby, ora el narrador, ora el caballero, que en ocasiones no está sino dictando. En realidad, Taylor (Sheen) provenía de un pobre arrabal londinense, pero su vida cambió al ser reclutado por una sociedad filantrópica -y secreta- llamada Liga para la Defensa del Uranismo, dirigida por un lord. Fue instruido en los buenos modales y, con el tiempo, pasaría de prostituto a proxeneta. Una vez en Estados Unidos, Sheen (Taylor) conoció a mecha gente del mundo del cine: Garbo, Dietrich, Valentino, Chaplin, Cukor. Estos nombres servirían de “anzuelo” para hacer de la biografía del decorador una obra amena y banal, pero a los jóvenes les interesa más el otro libro, el que nunca se podría publicar. La mayor afición del anciano es la fotografía de muchachos, reflejo de su obsesión por la hermosura juvenil. FMI se siente fascinado por el personaje, cuyo mayor drama es no haber amado nunca; Toby tiene ciertos reparos morales. Esteticismo, belleza, juventud, pasión, decadencia... temas muy atines al autor, que ha conseguido hilarlos con mano maestra. “Algunos podrán juzgar que historias como esta no debieran contarse”, dice la primera frase de la novela. Pero otros estamos encantados de que Luis Antonio las invente para nosotros.