TENNESSEE WILLIAMS Y “LA NOCHE DE LA IGUANA”
Arreglando y podando la biblioteca ingente, salen (no es infrecuente) libros repetidos. Entre ellos un librito que compré adolescente de la benemérita colección de teatro de Alfil, “La noche de la iguana” de mi gran Tennessee Williams (1911-1982) según la versión estrenada en Madrid en 1964, en febrero, en el Teatro Cómico. Obvio, yo no la vi entonces porque aún tenía doce años. La versión es de un olvidado J. Méndez Herrera y es claro que la censura pasó por ella. Tennessee tuvo el mismo problema en el Hollywood dorado. Sus obras (como en España) eran consideradas “fuertes” y se rebajaban por esa vieja y oprobiosa censura moral. Las películas sobre obras de Tennessee (desde “Un tranvía llamado Deseo” a “La noche de la iguana” -1961- ) se salvan por los actores hoy míticos que las interpretaron. En “La noche de la iguana” -algo subidos ya de edad, Tennessee habla de 40 años- Richard Burton, Deborah Kerr o Ava Gardner… Con todo (recién releída, y sacada de un relato del propio Tennessee) “La noche de la iguana” me ha vuelto a parecer magnífica: Un teatro literario, lírico y lleno de personajes (como el propio Tennessee Williams, al que conocí una mañana en Tánger en 1973, la última vez que acudió a la vieja ciudad mítica) al borde del abismo, por libertad íntima e incapacidad de adaptarse a la vida “normal”. Todos somos la iguana atada que pugna por soltarse, en un hotelito de la costa mexicana del Pacífico en 1940. La mujer dura y deshonesta (pero espléndida) Maxine, el pastor expulsado y guía de viajes Shannon,
que ha violado -parece que con todo consentimiento- a una menor. La extraña pintora Ana y su casi centenario abuelo, el poeta al que llama “Nonno”, que viajan por el mundo para buscarse la vida, y las puritanas que llegan al
hotel Costa Verde, sobre el mar, guiadas y olvidadas con el extraño Shannon. Además los jóvenes y bellos chicos mexicanos, que alegran (marimba incluida) a Maxine, la dueña viuda. Tennessee poseía un extraordinario talento para dibujar vidas al límite, cerca del abismo. Y para imbuirlo todo de una poesía bella y desesperada. Por supuesto la obra dramática es mejor que la película, con ser esta notable. Las relecturas (verano o no) son imprescindibles, más hoy que apenas se publica teatro. Y Tennessee Williams -no hay duda- fue genial y
atormentado. Los grandes artistas aman una vida que detestan, sin contradicciones.
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