Decadencias
SALVAR, REDESCUBRIR (LUIS BELLO)
Siempre se ha dicho (sobre todo desde hace un siglo largo) que detrás de un buen periodista hay un escritor y a la inversa. Muchos no saben que hay libros célebres de Rubén Darío o de Azorín –entre tantos- que son sólo o nada menos que atinadas recopilaciones de artículos, por ejemplo “La ruta del Quijote” -1905- que los escolares de mi generación debíamos afortunadamente leer… Llegaron periodistas aún más nítidamente tales pero muy rozados por el diamante literario, digamos Chaves Nogales, González-Ruano o Julio Camba por poner nombres esclarecidos. Entre esa nómina mayor de lo que se cree -y que es una obligación de nuestra cultura ir redescubriendo- está el salmantino, que vivió casi siempre en Madrid, Luis Bello (1872-1935) que en su faceta estrictamente literaria acaba de reeditar Renacimiento -edición de José Miguel González Soriano- con el llamativo título de “Una mina de oro en la Puerta del Sol”.
El editor lo deja claro: “ya como director, ya como colaborador y siempre como destacado periodista”. Ese era Luis Bello en “El Imparcial” o en “El Sol”, diarios famosos. A Bello le interesaba la modernización de España, la ilustración de su atrasado pueblo y todos los flecos a los que se alude como “la cuestión social”. Era un hombre de izquierdas, pero de una izquierda liberal no marxista. Además de esa labor literaria combativa y didáctica, que se cumple en su obra última, “Viaje por las escuelas de España” que, ya en la República, da cuenta de un desamparo que resulta imprescindible solucionar, a Bello le interesa el relato o la novela corta (tan de moda esos años) y para la que acaso le faltó más tiempo. Pero dejó tres ejemplos –ahora en un volumen- donde la calidad literaria se aúna con una lectura llena de sentidos alegóricos y de ironía hacia un poder y una política mala que, tristemente, nos suena en exceso contemporánea. El primero de esos relatos (siempre personajes pobres, desvalidos o a quienes no dejan valerse) fue “El corazón de Jesús” (1907). Relacionado con un desdichado de buena entraña a quien toman por anarquista, poco después del atentado regio. Su mejor logro –política ficción, diríamos- es “Una mina de oro en la Puerta del Sol” (1913) que resulta lo que su nombre dice: debajo de la antigua casa de Correos se descubren unos sospechosos cadáveres, acaso restos de tortura. Y de repente una esplendente mina de oro, que levanta la codicia de todos y hace olvidar, magia del metal, todo lo demás… Finalmente (ya en 1922) y con ilustraciones de Bagaría, aparece “Historia cómica de un pez chico”, con algo de fábula y donde naturalmente después de mil penalidades, el pez gordo – parece no haber otra solución- se como al chico, pese a que este ha hecho lo que ha podido y nunca ha cejado en su intento de sobrevivir. Acaso pueda decirse que estas tres novelas componen una obra menor (aunque muy sabrosa y plena de connotaciones) pero es que al leerla y recomendarla –con su prólogo- pretendemos que el lector descubra a uno de esos tantos olvidados de nuestra “Edad de Plata”, que efectivamente, fue todo menos un tiempo falto de talentos. Luis Bello viene a unirse, con todo mérito, a una nómina cada vez más espectacular.
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