Decadencias
SACHS, MEMORIA Y ABYECCIÓN
Leí “EL Sabbat” (publicado ahora por Cabaret Voltaire) en 1979 y en francés. Entonces el libro me gustó mucho, porque a través del gran tangerino Emilio Sanz de Soto –que me prestó su ejemplar- conocí a Maurice Sachs (1906-1945) un judío francés de origen alemán, apellidado en verdad Ettinghaussen. Poco después Manuel Mujica Láinez me contó el mucho efecto y escándalo que las varias memorias póstumas de Sachs (donde habla de robos, delaciones, afán de medro y homosexualidad) tuvieron en el París de la posguerra y en los ámbitos cultos de lengua francesa, entonces más y mucho más notorios que hoy. Mujica me dijo: “Parecía
que hablábamos de un Proust de las cloacas”. “El Sabbat” apareció en 1946 y hasta los primeros 50 fueron apareciendo otros libros complementarios. Acaso el subtítulo diga más que el título, que es un aquelarre, “recuerdos de una juventud tormentosa”. Por lo demás en 1946 nadie sabía qué había sido de aquel pobre golferas, conocido de Cocteau y de Gide que, con todo, tenían una pésima o pobre opinión del personaje, que antes de la guerra sólo había publicado libros mediocres pero que andaba en todos los saraos y casi todos los trapicheos. Durante el París de la Ocupación, Sachs –pese a ser judío- no vivió mal, sin duda (entre otras cosas) robando, delatando y escribiendo memorias. Se le suponía colaborador de las SS y aunque a mediados de 1944 lo habían deportado a Alemania, se tardó años en saber
que murió a fines de enero de 1945 cuando, entre la nieve, los oficiales de las calaveras, trasladaban prisioneros ateridos, moribundos, de un campo a otro. Sachs cayó al suelo cerca de Neumünster y ahí mismo le dieron probablemente el tiro de gracia; pero esto no se sabía ni en 1946 ni aún diez años más tarde.
Sachs atrae porque es un valiente escritor póstumo que refleja sus muchas flaquezas y las de los demás en un estilo cálido y ágil, aunque muchas veces diga que robó sin entrar en detalles. Acaso uno de sus hallazgos fue hacerse amigo de Albert Le Cuziat (el Jupiende Proust) que regentaba una suerte de sauna, burdel masculino, cerca de La Madelaine. Era el burdel que frecuentó Marcel y al que regaló los pesados muebles de la casa de sus padres. Le Cuziat y Sachs se entendieron muy bien. Les gustaba Proust y eran benévolos con el vicio. Sachs no era un hombre atractivo, tenía una alopecia prematura y algo como amorfo en su figura de personaje torturado, vividor y amante de la literatura. Con todo y ser un libro notable hoy (lo digo tras releerlo) “Le Sabbat” no puede producir el afecto de entonces. Sachs está muy estudiado –como evidencia el prólogo a la edición- y el nivel de lo que escandaliza ha subido
mucho. Buen libro, de lo mejor del autor, no es Proust (obviamente) ni Genet tampoco, ni Gide o Cocteau. Maurice Sachs es un maldito nato y un atractivo escritor menor. Atrae pero no produce el vértigo de 1946. Y aunque interesen la abyección o las cloacas, aquí se mientan más que se estudian. Libro atractivo no tan sulfuroso ahora. Pese a Sachs mismo.
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