Imagen de artículos de LAdeV

Ver todos los artículos


ROMANTICISMO NEGRO (Pintura)

(Este artículo ha salido en la revista Conocer el Arte)

Para muchos (y entre ellos numerosos teóricos del romanticismo, seguidores del gran Mario Praz)decir “romanticismo negro” será casi una tautología, porque todo romanticismo genuino es “negro” u “oscuro”, si no se traduce correctamente aquí el término “dark”. La idea del “romanticismo negro” nace en Inglaterra, según algunos mirando a un autor norteamericano, Edgar Allan Poe, que con sus relatos fantásticos, poemas como “El cuervo” y aún su propia y corta vida, que termina en el “delirium tremens”, eran imágenes perfectas de la oscuridad romántica. Bien que el “romanticismo negro” estuviera ya en la casa inglesa desde fines del siglo XVIII con los dibujos y poemas de William Blake, por ejemplo. Además, ya a principios del XIX, un poeta y crítico como Robert Southey había hablado de una “escuela satánica” a propósito de poetas como Lord Byron    -con su “Caín”- o de Percy Shelley, marido de la  autora de “Frankesntein o el moderno Prometeo”, igual que el secretario de Byron, el médico William Polidori, escribió el relato “El Vampiro”, inspirándose, al parecer, en su propio señor. Nada pues de extrañar que el Museo Städel de Fráncfort exhiba estos días una muestra titulada “Schwarze Romantik”, es decir, “Romanticismo negro”. Para otros será más llamativo el subtítulo: “De Goya a Max Ernst”. De Goya sabemos que fue el precursor de casi todo, pero a Ernst sólo podemos tenerlo como un cabal surrealista. La idea, sin embargo, aunque aún no plenamente extendida, dista de ser nueva. Somos muchos los que hemos escrito que, en arte y en literatura, el “romanticismo negro” es la corriente que nutre y sustenta buena parte de la estética simbolista “fin de siècle”, llegando hasta el surrealismo, la última corriente contemporánea –mientras no observemos con más atención- que todavía puede tenerse como de obvias raíces románticas. Ello hace que la exposición pueda también mostrar cine, como el célebre “Un perro andaluz” de Dalí y Buñuel.

Francisco de Goya (1746-1828) fue un pintor abrumador. Es ya un tópico verdadero hacerlo padre indirecto del impresionismo, le podríamos relacionar con razones no menores con el expresionismo y con varias estéticas contemporáneas, además de con el neoclasicismo y hasta con el rococó. Yo no veo en Goya “intención” romántica, puesto que era un ilustrado, y la defensa de esa España racional y humanista le llevó a morir exilado en Burdeos. Pero si no hay íntimo romanticismo en Goya, aspectos de su “pintura negra” y de la serie de grabados “Los desastres de la guerra” (1810-1815), que se exhiben en esta exposición, bien pueden dar la sensación –para mí errónea- de que Goya fuese un romántico. Lo que sí hizo fue “pintura negra” acosado por trastornos psíquicos (convengamos en que ello le aproximaría a cierto romanticismo, si no existiera su fuerte pulsión de ilustrado) en cuadros como “Caníbales preparando a sus víctimas” o “Vuelo de brujas” (1797), alejándose más de todo romanticismo, pese a los horrores que representa, en “Los desastres de la guerra” que son mera y tremenda denuncia, diríamos hoy, del salvajismo y la barbarie que anidan en el corazón de los humanos, en este caso de las tropas napoleónicas a su paso por España. El horror de cuerpos mutilados y cercenados, es el espanto de un hombre ilustrado ante la tiniebla. Algo hay de Goya romántico, como no poco hay de Goya rococó. Pero sin llegar a llamarlo “romántico” sin más. Goya rompió con su genio demasiadas fronteras, pero es bueno recordar lo que le escribió a un amigo: “Sólo temo una criatura: el ser humano.”  Mucho más certero es cuanto la exposición recoge de romanticismo negro a la claras. Si se me permite la comparación literaria, algo así como “la estirpe de Byron”. O para alguien que sepa un poco más de Beckford, el autor de “Vathek” y constructor en sus dominios de la fomosa torre neogótica de Fonthill, reproducida en múltiples grabados, pero que siempre se derrumbaba como la torre del tarot… Entre los cuadros de romanticismo negro que la exposición muestra algunos son de autores muy poco conocidos en España, así Ernest Ferdinand Oehnes (1797-1855) con algún cuadro como “Procesión en la niebla” (1828) que muestra un paisaje centroeuropeo otoñal, con una hilera de monjes que parecen desvanecerse en la densa niebla, junto a la más visible torre de una iglesia. Yo no diría  que se trata de un cuadro excepcional, ni mucho menos, pero sí deja muy claro uno de los rasgos que distinguen siempre el “romanticismo negro”, el cultivo de la melancolía, como una sensación propia del derrotado Lúzbel. Porque está claro que el lado “negro” del romanticismo es satanista, bien por directo apetito del mal, bien (con mayor complejidad) porque se busca un trueque de valores. Si la creación de Dios –la directa- nos parece injusta, llena de desdicha y de intolerancia, la posible creación o el orbe de Satán, que llamamos “mal”, será –por el contrario- la genuina forma del Bien que sólo pueden entender los espíritus más selectos. Así hay que comprender mucha pintura y literatura de la época como –y es un mero ejemplo- el relato de Barbey d’Aurevilly, en “Las diabólicas”, “La felicidad en el crimen”. Es el caso de otro buen cuadro de otro pintor poco conocido entre nosotros, el inglés Samuel Colman (1780-1845) y su gran lienzo, muy vistoso, “The edge of the Doom” -1838- que puede traducirse como “Al borde del desastre” y que muestra como el apoteósico hundimiento de una civilización… Recordemos que, en inglés, “the day of the Doom” vale por “El día del Juicio Final”.  Todo cae al abismo, en el lienzo, dentro de una suntuosidad más que evidente. (No hay que confundir a este Samuel Colman, con otro homónimo pintor norteamericano más joven, 1832-1920, aunque algunos de sus cuadros no estén exentos de melancolía. Pero es el inglés el representado en esta muestra). Por supuesto no podían faltar dos de los grandes del  “romanticismo negro”: Caspar D. Friedrich y Henry Fuseli.

Este último fue el nombre inglés (Henry Fuseli) que adoptó allí ocasionalmente –vivió y murió en Londres- un singular pintor suizo (ahora se le conoce más por su originario nombre alemán)  Johann Heinrich Füsli, hijo de un retratista y anticuario, que trazó alguno de los cuadros más angustiosos de la época, como “La pesadilla” -1781- donde vuelve figura la verdad etimológica del término. Una muchacha duerme (sufriendo una pesadilla) que se muestra como un ser mostruoso sentado sobre su pecho, “pesando” sobre él, hasta causarle toda zozobra. En esa misma línea, aunque algo menos famosos, son “Soledad en el ocaso” -1800- donde vemos a un hombre solo de largo cabello, agarrándose una pierna desnuda, como si, en esa soledad estuviera atravesando unos momentos de profunda y terrible depresión doliente. O “Silencio” -1801- que es una mujer sentada cuyos largos y blanquecinos cabellos ocultan su rostro, y cuyo silencio, a la vista de la imagen, no puede deberse, nuevamente, sino a un profundo y devastador daño de origen psíquico. Estos cuadros (relativamente sobrios en su ejecución y que acaso van más allá del romanticismo, casi hasta el psicoanálisis) debieron parecer en la época, más lejos de la conturbación que implican, una clara rareza, probablemente no del todo entendida. En algún sentido Füsli anticipa elementos surrealistas. Mucho más vistoso, aunque no menos desolador, es el alemán  Caspar David Friedrich (1774-1840) que pintó alguno de los cuadros más agudos del espíritu del “romanticismo negro”, por ejemplo, “Abadía en el robledal” -1809- que muestra, en un paisaje desoladoramente invernal de árboles secos y renegridos, las ruinas –apenas un muro- de una reconocible abadía gótica. No hay seres humanos, no hacen falta. El hombre huiría de esa terrible hosquedad que acaso pueda ser un emblema de la desolación o del mundo todo del mal. “El caminante sobre el mar de nubes”   -1818- es uno de sus cuadros más conocidos: un caballero enlevitado y de espaldas, en lo alto de una montaña, parece contemplar entre embebido y turbado las nubes blancas que ocultan por completo un valle… ¿Melancolía? ¿Huída de un mundo que sólo frustración y desengaño puede propiciar o traer? De nuevo la desolación absoluta en otro cuadro relativamente célebre: “El mar de hielo” -1824- donde sólo vemos bloques geométicos de blanquecino hielo desolado, témpanos contrapuestos en lo que habría sido, lejos del invierno, un mar vivo. Parece que el cuadro aludiría, casi invisiblemente, a los restos de un naufragio en un mar helado, pero lo que sentimos (Byron, Shelley o Espronceda habrían dado la razón) es  la vista del páramo desolador y glacial del mundo. Un mundo contra el hombre. Este mundo… Delacroix pintaría los excesos románticos, no menos “negros”, pero al menos mucho más cálidos.

Como he apuntado, es fácil ver el lado “negro” en mucha pintura simbolista (Ensor, Munch) pero aquí se ha elegido a un alemán notable, Franz von Stuck (1863-1928). Junto con el misterioso Böcklin, von Stuck, alemán de Baviera, grabador y arquitecto, es uno de los más notables representantes en su país del simbolismo “art nouveau”. Se construyó su propia villa suntuosa –que fue abierta al público en 1968, tras un largo período de olvido- pintó también elegantes autorretratos, singulares homenajes a Velázquez (como Klimt) y sobre todo imágenes simbólicas, que no disgustaron a los nazis, de un “romanticismo negro” lleno de “femmes fatales” como en su conocido lienzo “El pecado” de 1893, donde una oscura y bella mujer nos mira fascinadora, bajando los ojos, mientras una gruesa pitón se desliza desde su cuello a sus senos… ¿Se diría que vamos, entonces, a huir del pecado? Antes bien, todo sugiere que aceptaremos con satánico regusto caer en esa voluptuosidad que estaba tan bien descrita y cantada en “Les Fleurs du Mal” de Baudelaire. El “Romanticismo negro”, ya está muy claro, no ha terminado con el romanticismo propiamente dicho. El “fin de siglo” se explayó ampliamente en sus perversiones, camino por el que no resultará difícil llegar al surrealismo y acaso especialmente a Dalí, que siempre admiró el arte simbolista, a Gustave Moreau, por ejemplo. No siempre podrá ser tenido Salvador Dalí (1904-1989), tan paradójico, por un pintor de tradición “negra”, y menos por el uso luminoso del color en parte de su obra más brillante. En esta exposición se muestra un gran cuadro de Dalí (a mi gusto) que está habitualmente en la colección Thyssen: “Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar” (1944). Es el cuadro en el que vamos viendo surgir un ser de otro, hasta concluir –pleno de vistosidad, incluso algo suntuoso- en dos grandes tigres que, rugientes y feroces, mostrando las zarpas, se avalanzan sobre el espectador… El surrealismo, más o menos ortodoxo, es evidente, pero no sé si todos admitirán ahí una clara herencia del “romanticismo negro”.  ¿Acaso en lo salvaje de los bellos tigres? No, más seguramente en el terror que procede del sueño ( como en la pesadilla) salvo que lo que allí era sobrio y oscuro, aquí se ha convertido en brillante, fulgurante casi, dentro del pretendido pánico. Más clara es la relación “negra” de “Un perro andaluz”, la película de 1924 o de buena parte del cine expresionista alemán de la época, empezando por el “Nosferatu” de Murnau, que en realidad es una soberbia y peculiar adaptación del “Drácula” de Bram Stoker…

Ciertamente esta importante muestra del Museo Städel de Fráncfort no es completa (sería imposible) pero abre caminos y vuelve a enlazar vías paralelas que parecían perdidas. Aparte de poner luz sobre parte del “romanticismo negro” germánico –frente al más conocido inglés- y de destacar las magníficas pero un tanto heterodoxas aportaciones españolas, la exposición parece dejarnos aún otra pregunta en el aire: ¿Es posible que las secuelas del romanticismo negro aún no hayan concluido, singularmente en estos tiempos tan crudamente sombríos, donde el Bien –como entonces- se pone contínuamente en duda? Probablemente la respuesta haya de ser afirmativa.


¿Te gustó el artículo?

¿Te gusta la página?