Decadencias
RETORNO A MUJICA LÁINEZ
Alguna vez con sabia burla y autoironía, visitando la RAE (de la que era correspondiente por miembro de la Academia Argentina de Letras) me confesó cenando: “Esta tarde me ha dicho Rafael Lapesa, que es un gran docto, que estoy mal acentuado. Sí, mal acentuado”. Y ahí venía calarse el monóculo y una sonrisilla irónica: “Yo digo –y diré- Mujica Láinez. Pero debe ser, dice Lapesa, Mújica Lainez, llano y no esdrújulo.” Añadió que había agradecido mucho la puntualización pero que, honestamente, él sabía de sí mismo que llevaba muchos años “mal acentuado”… Ese era Manuel Mujica Láinez (1910-1984) a quien sus amigos llamábamos “Manucho”. Creo que es uno de los grandes novelistas del idioma en la segunda mitad del siglo XX que, pese a sus muchos reconocimientos, no llegó al nivel de Borges –de quien era buen amigo- ni entró en el famoso “boom” que a su entender había dejado afuera a los argentinos, pues Cortázar (le gustaban sus cuentos, no sus novelas) vivía en París…
Periodista muchos años en “La Nación”, esteta consumado, homosexual casado y con hijos, lo que –a la postre- no le importó, pues yo le vi siempre con su novio o amiguito de turno, invariablemente joven, Manucho debía (debe) su éxito mayor a una tetralogía de novelas que empieza con la bellísima “Los Idolos” en 1952 y culmina en 1957 con “Invitados en El Paraíso”. Esa saga del fin de la extravagante oligarquía porteña se conoció tarde y mal en España, donde no creo que estén publicadas las cuatro novelas, sensitivas, refinadas y con una prosa tan suntuosa como perfecta… Su éxito mayor se debe a un clásico ya de la novela histórica (muy personal) “Bomarzo” de 1962, la vida de un duque del Renacimiento, Pier Francesco Orsini, que hace construir en Bomarzo –junto a Viterbo- el famoso y manierista “Parque de los Monstruos”. Pero hasta llegar a sus libros últimos (editados ya en España) “El escarabajo” –una novela que presentamos juntos en 1982- o los bellísimos cuentos de “Un novelista en el Museo del Prado” (1983), se eleva un inmenso país de prosa refinada y plural, entre la que se haya “De milagros y de melancolías” (1968) la novela muy fabulada e irónica que acaba de publicar, por vez primera en España, Drácena Ediciones de Madrid. Historia desde su fundación hasta bien entrado el siglo XX de una ciudad irreal en la América del Sur, Apricotina del Milagro, la fabulosa invención y los juegos varios, le sirven a Manucho para descansar de la Historia (todo es ficción) sin salirse de ella y al tiempo –eso no lo vio mucha gente- hacer una parodia feliz del famoso “realismo mágico” y del “americanismo” que está en novelas como “Cien años de soledad” o “La casa verde”. “De milagros y de melancolías” no es el mejor Mujica, pero es muy bella y tiene múltiples trucos ingeniosos. Es hora de volver a este autor de primera a quien (en vida) le hizo mal declararse “artista” y no “intelectual” –como pedía la corrección del compromiso político- y las consiguientes sospechas, pese asu inmenso liberalismo (homosexual que se exhibía) de ser básicamente de derechas. Todo ha pasado. Queda un escritor inmenso que –claro- con su monóculo de concha jugó al arte y al dandismo.
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