Decadencias
Retorno a Brideshead
Evelyn Waugh (1903-1966) fue un notable narrador británico no demasiado conocido en España hasta su póstumo éxito televisivo. Publicó la novela “Brideshead Revisited” (Retorno a Brideshead, una nobiliaria casa de campo inglesa) apenas meses después de acabada la 2ª Guerra mundial, en 1945. Pese a un éxito rápido, Waugh nunca consideró “Retorno a Brideshead” su mejor novela, alegando entre otras cosas, que la escribió en apenas cinco meses de convalecencia, cuando el conflicto bélico acababa. Inglaterra era entonces un país pobre –aunque vencedor- semidestruido y con hambre. Y ello le llevó a Waugh (según más tardía confesión propia) a trazar una novela nostálgica y romántica –él que casi siempre era irónico e incluso incisivo- recordando el esplendor, en los años 20, de las casas solariegas y las decadentes familias de una aristocracia lánguida… Añadía Waugh que si la novela abunda en “buena comida y buenos vinos” era porque el público y él mismo habían pasado calamidades y venía bien la evocación de “un pasado reciente, en un lenguaje retórico y adornado, que ahora con el estómago lleno, encuentro de mal gusto”. Esto decía Waugh en una de las reediciones del libro, quizá pensando en el rigor y la acidez de su primera y gran novela “Decadencia y caída” de 1928, para muchos lo mejor de su obra. Pero en 1981 –con dinero y cuidado- la BBC hizo de “Retorno a Brideshead” una de las mejores series (en once capítulos) de la televisión europea de todos los tiempos. Muchos aún la recordamos: su exquisitez, su desvaído romanticismo, su ambigüedad. Fue dirigida por Charles Sturridge, y contaba con actores de solera como Laurence Olivier o John Gielgud, además de consagrar al inicial Jeremy Irons, entre otros. Ahora Julian Jarrold ha hecho una bonita película, que más pretende ser réplica de la serie televisiva que de la novela de Waugh (muy reeditada cuando la serie de los 80, pero no ahora hasta dónde sé) aunque inevitablemente sea una réplica, en varios sentidos, corta. Es obvio que lo que se contaba en unas once horas de emisión no cabe, ni con mucho, en poco más de hora y media. Desaparecen detalles, florituras, tiempos lentos, amores masculinos (en la película algo más difusos) e incluso algo de la vistosidad de esa clase decadente en el esplendor de una Inglaterra todavía plena de Imperio. Como Wuagh era católico sus aristócratas (la familia Flyte) también lo son, lo que en Inglaterra –es bien sabido- más que lo consuetudinario suele resultar en un incremento de la rareza. Hay que ver la película, porque queriendo o no, Waugh acertó a marcar un extinguido tono de época. Pero abstengámonos de comparar la serie televisiva –considera en 2000 una de las diez mejores de Europa- con una película bonita sin mayores intenciones. Y vayamos al libro (aunque insisto parece que no hay reediciones, entonces -1982-lo sacó la desaparecida Argos-Vergara) que es más rico que la cinta, quizá por ese fondo de deleite e ironía que Evelyn Waugh explicó en el prefacio a la reedición, algo corregida, de 1959. Una bella novela de amor, melancolía y lujo (todo muy japonés) cuando sabemos que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. ¡Maldita sea!
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