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Decadencias

Regino Pedroso, mulato-chino.

Creo que no se conoce mucho en España a un muy singular y más que notable poeta cubano, que fue singular ya desde su propia persona, Regino Pedroso (1896-1983). Pedroso era una muy cubana mezcla de blanco, negro y chino. Nació cuando Cuba era aún española y murió  con 86 años en pleno castrismo, cerca y lejos. Porque fue amigo y no del todo del poeta oficial, muchos años, Nicolás Guillén. Empezó en los coletazos últimos del modernismo,gustaba de lo lujoso y sonoro y era un trabajador humilde y autodidacta, pero en 1933 (y en el “Diario de la Marina” que era el periódico -culto- más de derechas de la isla) publicó su “Salutación fraterna al taller mecánico” que suele considerarse como el poema inaugural de la poesía social y de protesta en Cuba, entonces bajo la dictadura de Gerardo Machado…

Para Pedroso la poesía podía contenerlo todo, desde la ensoñación hasta la denuncia de lo intolerable, y así si su primer libro “La ruta de Bagdad” de 1927, es de sonetos resplandecientes, luego con Juan Marinello y Rubén Martínez Villena  entró en esa poesía que buscaba libertad y horizontes abiertos,  en libros como “Nosotros” o  “Bolívar, sinfonía de libertad” de 1945. Premiado, editado por Altolaguirre  en su imprenta habanera La Verónica, Regino Pedroso -como adelanté- concluyó respetado pero ladeado por el régimen de Castro, pues el poeta de eco social había sido también (en 1955) el autor de un hermoso y singular libro que quería homenajear sus raíces chinas, hablo de  “El ciruelo de Yuan Pei Fu” que ahora se ha reeditado en la notable     (y poco visible) colección Palimpsesto del Ayuntamiento de Carmona -Sevilla- con prólogo del poeta Manuel Díaz Martínez, que es uno de los buenos poetas cubanos de ahora exilados en España, concretamente en Las Palmas de Gran Canaria…

Sería fácil suponer sólo idílicos exotismos en un título como “El ciruelo de Yuan Pei Fu”, poemas que suelen ser diálogos entre ese sabio maestro que resume la cultura china tradicional y un discípulo que bien podría ser el propio Pedroso, que ciertamente no teme ciertas elegancias ornamentales con abanicos de joyas y pipas de jade, aunque estamos muy lejos de un texto como el muy bello pero meramente ornamental “Cui Ping Sing”, (1938) el drama poético de nuestro Agustín de Foxá. Lo que en Foxá es bello afán de huir entre grullas y sedas (hermosa huida), en Pedroso es un compendio hermoso sobre el sentir budista y sobre todo taoísta de la cultura china. Ese saber oriental se derrama por todo el libro, pero queda muy patente en el largo poema final “Yuan Pei Fu despide a su discípulo” donde el maestro habla de la fluidez de la vida y de su eterna presencia, muy poco cristiana: “Y no preguntes, nada interrogues, discípulo;/ nada responde a nada” Pero también: “Anda, anda ya, hijo mío./ Levanta, vive, sueña, niega, afirma, destruye./ Y cuando de tus fiebres adiós, fe, ni amor queden, / al ciruelo regresa./ Aquí estaré esperándote, debajo de sus ramas,/ en la sombra sin sombra del camino más largo…” Como supo muy bien el francés Victor Segalen el exotismo nos enseña a vernos desde la opuesta orilla, pero no es sólo caligrafía (con serlo) sino otra manera de entender el mundo que nos complementa. Mulato sabio taoísta, veo al “inmortal” Pedroso partir hacia celestes moradas. Pero no se ha ido. Al contrario ha vuelto para que lo conozcamos. Merece la pena.


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