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Rafael Álvarez Ortega, pintor de la adolescencia.

El título de esta necrológica se lo copio a Francisco Umbral que cuando casi era un desconocido, en 1961, y en “El Norte de Castilla” publicó un artículo con este título sobre la pintura y los dibujos de Rafael Álvarez Ortega. Rafael (de muy clásicas facciones, pero que usó pronto gafas y llevó el cabello blanco) era un hombre de carácter muy particular y a veces difícil. Su hermano mayor, el poeta Manuel Álvarez Ortega -con quien durante muchos años no se habló- decía que era orgulloso, pero que acaso tenía razón para su orgullo… Orgulloso, altivo o soberbio, Rafael también podía ser una persona solícita y encantadora. Yo compartí con él y algún otro amigo de la época muchas noches de más o menos farra en el Madrid de los últimos años 70 y sé de lo que hablo. Generoso y altivo, Rafael pasaba de un estrecha amistad a no saludarte sin que supieras muy bien porqué. Casi todos sus amigos de siempre se alejaron en algún momento de él, aunque sé que en estos últimos años de mucho y largo voluntario retiro de la vida artística había vuelto a recuperar alguna de sus antiguas amistades, como la del poeta Pablo García Baena, el último representante lírico de la gran revista cordobesa “Cántico”. Esa revista, junto a los poetas, tuvo también a tres excelentes pintores, Miguel del Moral (que ilustró en 1948 la portada del primer número de “Cántico”), el más joven Rafael Álvarez Ortega (que ilustró la cubierta del primer “Cántico” en su segunda época, 1955) y el único que aún vive, el longevo y fabuloso Ginés Liébana…

Rafael Álvarez Ortega nació en Córdoba (el séptimo de sus hermanos) el 9 de mayo de 1927. Cursó en su ciudad estudios de Bachillerato y Magisterio y  después vino a Madrid a estudiar arte en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Estudios que se completaron en 1952 con una beca que le otorgó el Gobierno francés para estudiar en París. Por entonces ya había vivido intensamente el primer episodio de “Cántico” y había hecho su primera exposición personal en 1951 en la Sala Municipal de Arte de Córdoba, en cuyo catálogo había un texto de Juan Bernier, el mayor en edad de los poetas del grupo. Entre cariños y enfados Rafael había tenido una particular relación con otro de esos poetas, Ricardo Molina, que en 1947 puso en sus manos dos libros que Rafael sólo editaría en 1975, en bella edición, años después de la muerte de Molina. Uno de esos libros, hoy ya al alcance del público, se titula “Regalo de amante”.

Poeta ocasional en sus primeros años, pero sobre todo pintor y excelente y finísmo dibujante (heredero muy personal de la famosa “poesía en línea”, los dibujos del manchego Gregorio Prieto) Rafael fue un dibujante excepcional y un buen y variado pintor de éxito cuyos cuadros están en más de cincuenta museos de todo el mundo, incluyendo el Reina Sofía de Madrid. Los 50, 60 y 70 fueron sus años dorados. Ilustró muchos libros, entre los cuales la bella edición de “Platero y yo” que sacó Aguilar por vez primera en 1955. Pero también libros y “plaquettes” de José Hierro, de Concha Lagos, de Jorge Guillén, de Vicente Aleixandre (con quien tuvo cordial relación, igual que casi todos los miembros de “Cántico”) y aún de Luis Cernuda (ilustró el poema “El amante divaga”) antes de su enfado cuando en 1958 Cernuda rechazó los dibujos que iban a ilustrar “Poemas para un cuerpo” por “obvios”. Eran dos temperamentos difíciles que chocaron en ese momento. En sus dibujos y en sus óleos -de muy distinto modo- Rafael pintaba paisajes españoles, y ese mundo de muchachos jóvenes callejeros ( a veces toreros, maletillas) que caminaban, se buscaban la vida o sesteaban en aquella España aún pobre y cerrada que acaso no imaginan quienes no la vieron. No obstante el fondo de pobreza, a Rafael le gustaba sobre todo mostrar esa belleza pura de la juventud a la que las dificultades no le hacen perder brillo. Eso pinta ( o dibuja) lo mejor de su obra y de ahí el título umbraliano.

Desde principios de los años 80 empezó a retirarse de todo, vendió muchas de sus cosas, y por eso muy poca gente sabía últimamente de él, con haber sido tan notable. Había vuelto a Córdoba, donde en 1996 el Ayuntamiento puso su nombre a una calle. Pero enfermo de cáncer en el digno silencio último, Rafael murió en Madrid -donde de antiguo tenía casa- el 27 de junio de 2011. Un gran artista. Un excepcional dibujante…


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