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¿Qué fue del doctor Ovando?

(Nunca he puesto un relato es esta página. Pero como hacía tiempo que no los escribía y concluí este días atrás, os lo quería mostrar.)

Es sabido que las personas mayores (¿por qué no decir los viejos?) propendemos al recuerdo… Pero más si vivimos épocas pasadas que la mera memoria o la miseria presente nos hacen tener como paraísos perdidos… En esa situación me acuerdo yo ahora del doctor Santos Ovando. Todos le llamaban Santos y solo algunos doctor Ovando. Se llamaba (o se llama) Enrique Santos Ovando y nació en Galicia. Incluso tuvo unas tías solteronas que tenían tierras por allí y que se las dejaron enteramente al morir, y la verdad es que ahí comienza la verdadera vida, la vida un poco desaforada del doctor Ovando, al que no sé si la medicina le sirvió de mucho…

En los mediados años 70 (recién terminada la Universidad) yo llevé una vida magnífica, pues no me faltaba nada, me dedicaba a la escritura –a mi ritmo, sin excesivas prisas- y el dinero de mi familia, que pensaba que me preparaba para opositar a diplomático, me permitía vivir las noches mágicas de la ciudad, que entonces –con una libertad muy reciente- parecían llenas de pasión y novedad y creo sinceramente que lo estaban… Claro que la edad madura ya bien avanzada resalta la juventud, llena de nostálgicas llamas los placeres y la vida sin norte de esa juventud, es cierto, pero en este caso creo que la exageración es muy poca… Al menos la vida nocturna de esta ciudad ha mudado mucho. Todo se ha gregarizado y vulgarizado en el fin de semana sabadero, y no existen ya ( o eso me parece) aquellos tipos que sólo vivían de noche, y esencialmente entresemana, y que eran quienes de veras daban color y factura a aquel mundo… El doctor Ovando estaba entre ellos. Lo veía en todos los garitos y emporios de la noche de entonces, y mientras sólo nos saludábamos de refilón, otros me contaron que era un médico gallego que había “dejado la medicina por el vicio.” Había heredado dinero de unas tierras vendidas y ya no le interesaba otras cosa que eso que los vividores de veras llaman “vivir”.  Cuando quiero recordar aquella vida desordenada y feliz, y casi siempre ocurre cuando paso cerca del hoy medio muerto y turistizado Café Central, siempre recuerdo alguna noche de verano con los ventanales abiertos y al doctor Ovando (recién duchado y levantado, tenía ya canas en el pelo, pero era más joven que su apariencia) dispuesto a dar cuenta de una paellita con media botella de un buen Rioja… Charlaba con los camareros y bromeaban de corazón. Aquellos viejos camareros lo sabían todo de todo y todo les parecía bien. Una noche entré a tomar un café (yo también esperaba el despliegue de las mejores horas)  y Ovando me sonrió y me hizo un gesto cordial para que me acercara:

-Joder, tío, nunca hemos hablado y nos vemos todas las noches… Anda siéntate y pide lo que quieras. Tengo mucho gusto en invitarte…

La sonrisa de Ovando era tan franca como el dulce soniquete de su acento galaico.

-De mi ya te habrán contado…(Y echó una carcajada feliz). Y te puedo decir que, más o menos –porque las hay muy malas- todo será más o menos verdad. Y me han dicho que tu eres escritor y marqués… ¡Caramba, una combinación perfecta! ¿Y qué, no quieres un orujito con el café? Es una mecla perfecta. Yo prefería el coñac…

-Bueno, soy tan marqués como Valle-Inclán,sólo orígenes, pero no sé cómo me lo atribuyen…Lo de escritor es cierto. Pero he publicado  sólo un par de libros. Y uno de poesía…

-¡Carajo! Me tienes que decir el título para que lo compre… A cambio te presentaré a un buen amigo mío que te encantará. Es un viejo escritor gallego que vivió mucho tiempo en Buenos Aires. Eduardo Blanco Amor, ¿te suena? (Me sonaba) Era íntimo de Lorca antes de la guerra y cuenta unas cosas fantásticas. Ya lo verás. Pero, enfín, aquí andamos de otra cosa ¿O no es verdad? Chavales bonitos y buenos. Eso es .¿No es así carajo? Chavales de maravilla. Anda, tómate otra copita. Sírvesela, Julián, y la pones en mi nota… Yo pierdo la cabeza con los chavales, te lo juro… Cuando son cariñosos y buena gente…

Ese era el doctor Santos Ovando y así fue como le conocí una noche veraniega de 1976, por ejemplo. Claro que había bastantes otros tipos de esa cuerda. ¿Cómo olvidarme del exquisito y divertido conde de Casalmayor, elegantísimo y ocioso, que tenía un precioso chalet en el Viso? Sus pieles de leopardo, su mayordomo turco, su bridge… Era más viejo y acaso lo conocí algo más tarde. No, el mundo de sonriente juventud era el del doctor Ovando y sus delirios siempre simpáticos y sus contumaces borracheras. Es verdad que nunca fui amigo íntimo suyo ( si tal cosa era posible) pero compartimos tantas noches o madrugadas y hablamos o balbucimos tan a menudo que no lo puedo olvidar. Era un buen tipo alocado. Y una época feliz, como una fábula que el tiempo ha deglutido por entero. Es cierto que una noche me presentó a Blanco Amor, en el mismo Café Central, y el viejo amable y zumbón me habló de Federico:

-Se enamoró de un muchacho gallego que trabajaba en la Barraca. Un muchacho muy hermoso y entonces yo le dije que le hiciera unos poemas en gallego, que eso le sorprendería mucho al chico, y los fue haciendo y los corregíamos juntos, porque Federico no sabía gallego… Pero le quedaron estupendos. Y yo creo que el chico se enamoró, sino lo estaba un poco ya, pero llegó la guerra y ya te imaginas… ¡Todo se lo llevó el diantre!

El doctor Ovando escuchaba y sonreía. ¡Carajo, qué memoria tan buena tienes Eduardo! ¡A mí se me olvida hasta lo que hice ayer! Quizá no mentía porque el doctor Ovando cogía al menos dos buenas borracheras por noche, teniendo en cuenta que raramente llegaba a su piso (en una zona moderna y buena) antes de las seis o las siete de la madrugada. La primera borrachera se le pasaba –o amortiguaba- con el resopón que hacía a eso de las cuatro o cinco de la mañana en el malfamado Drugstore de Velázquez. Allí comía un plato combinado o algo sólido y bebía agua carbónica. Luego (decía él) podía empezar otra vez como nuevo… O eso afirmaba, insisto. Porque la apariencia era muy otra. Salía de las discotecas (o de la discoteca, porque era una fundamentalmente) dando tumbos y diciendo piropos y gracias. Cuando estaba peor –y entonces era muy pesado- tenía un ritornelo infaltable con el que se acercaba sonriente a los muchachos que le gustaban: ¿Te la enchufo? A que sí… Quieres que te la enchufe. Mira qué chico tan guapo…¿Te la enchufo?. A ratos hasta se caía y costaba levantarlo. Entonces todos sabíamos que teníamos que salir pitando y dejar al doctor Ovando solo en la noche, que era como dejarlo con su mejor compañera. Por mentira que parezca, Santos Ovando vivió esta fabulosa vida de crápula incesante unos cinco años consecutivos o algo más. Tal vez serán los mejores de su vida. Los chicos más guapos le rondaban siempre y no sólo porque les pagara sino porque los dejaba vivir unos días en su casa, los ayudaba si llegaba la ocasión y él y ellos se sentían libres… Alguno me contó que le fue a pagar los recibos de la luz porque Ovando (en aquel tiempo aún no debía estar domiciliado en el banco) se veía con la casa a oscuras pues le cortaban la luz al no pagar. No por falta de dinero, sino por falta de tiempo, puesto que en horas de oficina él dormía. Era una cabal  vida al revés.

Una noche perseguimos juntos a un maravilloso chico sueco y rubio que era modelo. El chico me prefería a mi (que era más joven) pero en mi casa no se podía quedar y en la de Ovando sí.

-¡Carajo, no hay problemas, escritor, lo compartimos!

Y así subí (con el alma saturada de aquella palpable belleza rubia) al piso de Santos Ovando, con un elegante y gran portal. La llave giró en la puerta y el segundo chico que nos acompañaba (al que he ovidado) dijo al entrar, y de eso sí me acuerdo muy bien: ¡Joder, qué casa tan degenerada! La expresión tenía sentido. La cocina estaba sucia e inutilizable. Y literalmente el suelo estaba todo él cubierto de cuanto sobrara: desde pares de calcetines o camisas sin lavar hasta envases vacíos de aspirinas y otros productos de farmacia… Al oír la frase, Ovando hizo un leve gesto como de infortunio: Claro, lo tengo que arreglar… Hasta donde sé ( y supongo que terminó vendiendo el piso) el arreglo propio no ocurrió nunca. ¡Caramba, la vida es la vida! Y para Santos Ovando (no sé hasta que punto lo adivinaba) la “vida” –la que merece ese nombre, vivir no sobrevivir- se estaba acabando ya…

Todos nos empezábamos a hacer mayores y cambiaban los sitios y los chicos. Oí que Ovando vendió lo útimo que le quedaba en Galicia porque el dinero se acababa (mucho más de seis años sacando sin ingresar) y un día apareció una hispanista noteamericana, una mujer alta y pelirroja, Doris creo que se llamaba, que se encaprichó de Ovando y fue a por él. ¿Gay? Eso carecía de importancia. Al principio (me acuerdo) Ovando se aferraba a su vieja vida y trataba de tirar. Pero algo fallaba: ¿el dinero? ¿el cansancio? ¿el cambio mismo? ¿los tres? Ovando fue rescatado de la ruina inminente por Doris Graham que no mucho después se lo llevó a Denver (Colorado). Y las noches no fueron iguales sin el doctor Ovando, porque las noches tampoco hubieran sido iguales con él. El tiempo se mueve y muda y esa es (indudable) la tragedia mayor. Con el tiempo- años- supe que el doctor Ovando pasó a ser profesor de español en Denver (Colorado) y aún más tarde oí que se había separado de Doris Graham y que volvía a ir con chicos pero, ay, ahorraba dificilmente dinero para regresar a España…

Soy sincero. Tampoco quise saber mucho más. Estoy seguro que Ovando ya no era el Santos Ovando que yo conocí en noches de locura y fuegos de artificio. Y, por supuesto, yo no era ya tampoco el chico joven al que él trató, bendita cigarra, ajena a los temores y sinsabores de la vida. Eduardo Blanco Amor había muerto hacía ya algunos años. Como decía el castizo socarrón, mejor no moverlo. Acaso Santos Ovando sueñe avejentado y sólo en un bar de Denver, ante un vaso de güisqui, en lo hermosa que fue la vida y en lo poco que duró… ¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde? Por mi parte, cuando quiero acordarme, en vivo, de lo hermosa y fugaz que fue mi juventud, paso por el decaído Café Central (procurando que no me conozcan) y sueño que es verano, más allá de esta llovizna, y veo las mesas en ebullición, los camareros parloteando, los ventanales abiertos a la noche del bulevar, y miro al doctor Ovando solo y recién duchado, pletórico de alegría de vivir, dispuesto a dar cuenta de su paellita con un buen Rioja… Luego me percato de que alucino, de que nada de eso existe ya. Y me digo con el poeta (los ojos algo húmedos, que no se note) : Qué bella y breve fue la juventud.  Y sé que no hay más, que nunca habrá más y sigo como todos caminando…¡Adiós!  ¿Qué significa estar aquí?


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