POESÍA FÁCIL, POESÍA DIFÍCIL
No sé de veras si esta distinción (sumamente popular) en verdad existe. Pero sí es cierto que hay una poesía que quiere sondear oscuridades -en el mejor de los casos- y otra que busca luz, lo que en ningún caso implica en ninguna de las dos, falta de calidad o de misterio. La poesía fácil o la difícil nunca supone calidad ni ausencia de ella. Hay poesía difícil pésima, al igual que poesía entendible sin valor. Y libros fáciles o difíciles magníficos. Sí ocurre -y esto viene a resultar inevitable- que el público lector de poesía (que como sabemos no es mayoritario) prefiera en amplio número la poesía “que se entiende”, mejor que las sendas herméticas, que han dado poetas tan notables -por lo general cuando ese hermetismo les es intrínseco- como el rumano, que escribía en alemán, Paul Celan, o la gran argentina Alejandra Pizarnik, no fáciles de leer, pero hondos e intensos. “Intensidad” o “pasión” siguen siendo, de muchos modos, los ejes que validan -con la calidad, obvio- la mejor poesía. Dice un crítico italiano, que el poema hermético debe ser interpretando mientras se lee (pues sino nada dice) mientras que el poema más nítido, se lee fácil pero hay que entenderlo después de leído. Una apreciación que me parece sabia.
No es mal comienzo pensar en esas razones, al enfrentar los dos recientes libros de poemas que Visor acaba de editar: “El alboroto de los pájaros” de John Ashbery (1927-2017) y “Ya la sombra” de Felipe Benítez Reyes (1960). El norteamericano Ashbery -discípulo en última instancia de Auden- representó siempre la imagen del poeta intelectual, al que los críticos aman, porque da pie a todo tipo de exégesis o interpretaciones. “El alboroto de los pájaros” (editado con casi 90 años) resultó ser el último libro de su autor, muy prolífico y siempre polémico. Hasta libros como “Autorretrato en espejo convexo” -un gran poema- sí es una poesía claramente intelectual, vale decir asimismo “reflexiva”, luego y durante muchos libros (recuerdo “Galeones de abril”) Ashbery deviene un poeta joyceano, ha dicho alguien. Mezcla voces, perspectivas, puntos de mira, y el resultado -que inicialmente era muy novedoso- tanto puede parecer una trivialidad coloquial, pero como la conversación fragmentada de varias y distintas mesas en un banquete, como un sinsentido aburrido, pues si verso a verso es comprensible, el total resulta sin hilación aparente. Ashbery gustó mucho, hace unos años, a algunos poetas españoles más jóvenes, que no sé si han terminado cansándose de ese “todo es poesía”, porque el propio Ashbery -no podemos descartar la edad, pese al vigor del texto- resultaba últimamente en exceso predecible, y no siempre el lector -como el crítico- desea “interpretar”, pues más a menudo se conforma
con “sentir”. Como sea, Ashbery es un poeta imprescindible y quizá menos confuso en poemas como “La gente que se porta mal es una preocupación”. El título de este libro final de poemas podría definir una no escasa parte de la poética de su autor: “El alboroto de los pájaros”.
En otro lado (en una poesía cuidadísima, pero que busca limpidez, lo que no riñe con hondura) está Felipe Benítez Reyes, que hacía tiempo que no publicaba poesía, más metido con la prosa novelesca, pero que ha sido, desde sus inicios, creo que claramente, el mejor poeta de su generación (la del 80, suele decirse) con libros muy brillantes como “La mala compañía” de 1989. A partir de ahí -y hasta este último libro por hoy- la poesía de Benítez Reyes, entre el realismo meditativo y la tradición del Barroco y del Modernismo, va siendo menos biográfica, para señorearse de temas e incluso “topoi” ilustres, tratados con belleza y cierta tendencia conceptista a la sentenciosidad. Quien lea “Ya la sombra” -muy buen libro- creerá estar ante alguien de más edad que el autor, que en este libro fuertemente elegíaco, y siempre con su punto suntuario, siente cómo el tiempo se lo lleva todo y -según dijo otro poeta- no deja nada para nadie. Versos (casi al azar) como los que voy a citar avalan lo dicho: “Pareces una sombra disfrazada
de humo”. O “Hoy tengo el pensamiento de un azul Patinir”, para aludir a la tenaz melancolía en un cuadro aqueróntico. Por supuesto hay
vida, cultura, sentimiento y bienhechura. Y es evidente el retorno al inicio: ¿Hay poesía difícil y fácil? Optaré por una evidencia mía: Prefiero dirimir el poema tras el gozo de la lectura, que tratar de solventar el otro poema verso tras verso. Pero la poesía es siempre generosa.
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