Decadencias
PICASSO Y DALÍ
Todo el mundo sabe que Pablo Picasso y Salvador Dalí fueron dos genios españoles en la pintura del siglo XX total. Debemos saber que con más o menos alharacas ellos también terminaron sintiéndose “genios” y alguno (Dalí, que era naturalmente histriónico) a no mucho tardar. Ya lo dijo en su famosa conferencia en el teatro María Guerrero de Madrid en noviembre de 1951, donde cerraba filas en su adhesión franquista, lo que le granjeó una casi total libertad: “Picasso es un genio, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco.” Como en la Guerra Civil ambos (Dalí de lejos) apoyaron a uno de los dos bandos en liza, desde 1936 las relaciones Picasso/Dalí estaban rotas. ¿Entonces existieron antes, pues mucha gente cree que no? Existieron y siempre fue Dalí –y Gala-, quien se había declarado admirador de Picasso (a partir del cubismo) y quien aspiró de continuo a una amistad o cercanía que nunca llegaron. Eso es lo que muestran las cartas (muchas pero no largas) que Dalí no dejó de enviar a Picasso y que ahora edita Elba –con imágenes varias- en el libro “Picasso y yo”. Cartas de Dalí a las que Picasso –quizá más divino que el “divino”- no respondió jamás. Ni una sola carta.
Dalí conoció a Picasso en París en abril de 1926 gracias a una carta que Lorca le dio para el pintor granadino Manuel Ángeles Ortiz, muy amigo de Picasso. Y el gran y mutante Pablo se interesó por ese joven que prometía, y aunque por entonces Dalí aún era bastante picassiano, el maestro no dudó en recomendarlo a galeristas y marchantes como un valor seguro y futuro. Es la primera sorpresa que se dice poco: Dalí fue unos años altamente picassiano, casi un discípulo. Luego se fue alejando entre el surrealismo y cierta envidia (hubo otros encuentros, desde luego) y el aparente desinterés o vaga distancia del malagueño. “El Guernica” y el hecho simbólico de que Picasso fuera entonces director del Museo del Prado, crearon dicha distancia. Picasso en su grandeza permaneció en el París ocupado por los nazis, mientras Dalí y “Galarina” vivían sus años más dorados y lujosos en Nueva York, aparentemente ajenos a todo conflicto. Pero Dalí admiró enormemente el “Guernica” y aunque hablara contra Picasso nunca dejó de estar fascinado por el pintor, al que en muchas de sus cartas o tarjetas (siempre con no escasas faltas de ortografía) le manda “besos en las mejillas.” Dalí volvió a Europa en 1948 y se puso a bien con el Caudillo, entre otras cosas para volver al Ampurdán. Picasso ya no perdonaba y le gustaba que se hablara mal de Dalí, pero nunca dejó de seguir la pintura daliniana, de lejos pero con atención. A Dalí se le escapaba en cada momento la vieja admiración por Picasso. Todo ello está bien matizado en el prólogo a las cartas, obra de Víctor Fernández. Pintores que se detestaron y se quisieron (sobre todo Dalí a Picasso) y que nunca volvieron a
juntarse pese a los intentos de amigos comunes como el torero Dominguín, que no lo logró. Picasso era él y no contestó a ni una de estas cartas festivas, serias, locas, admirativas siempre.
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