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Pepito Zamora: mundo, estilo, escritura.

(Este es mi prólogo a la edición que acaba de sacar Renacimiento de la obra narrativa completa -4 relatos, muy distintos- del gran figurinista y figura de la vida intelectual y mundana del Madrid de la anteguerra, José de Zamora. El libro se titula “Princesas de Aquelarre y otros relatos eróticos”).

El “arte decorativo” es, por naturaleza, efímero. Figurines, decorados de teatro o de varietés, diseños de trajeso ilustraciones de libros (a menudo en ediciones populares) , nada de ese “art deco” –pues no otra cosa era- ha podido pasar al “gran arte”, aunque el “arte efímero” tenga mucho predicamento entre algunos críticos actuales, pero no hablamos de la actualidad, sino de un mundo pasado, que fue vivísimo, lleno de esplendor y elegancia cosmopolita, pero que hoy ha muerto… Este arte de dibujo coloreado y líneas refinadas y exquisitas, con mucho de androginia, surgió en el París de la “Belle-époque” (según algunos en talleres de modistos) y como digo se volvió muy pronto internacional. Era el “chic” estruendoso de un maestro de ese estilo como fue Georges Barbier… (Saber que una de sus raices pudo estar en Aubrey Beardsley no lo explica todo, ni mucho menos).

Nuestro personaje se llamó José de Zamora y era menudito, no muy alto, y siempre de gestos y modos finos que no tardaron en ser tenidos por “afeminados” en una época que, con todo, ha pasado como tolerante… Coqueto, zumbón, culto, Zamora se quitó años enseguida –como algún otro amigo- y por eso cuando se buscan datos sobre él (tan injustamente olvidado, si no es en menciones de pasada) suelen encontrarse aún las fechas –falsas-que él quiso otorgarse, como también hizo Álvaro Retana. José de Zamora –muy pronto para amigos y no tanto “Pepito”- nació en Madrid en 1889, aunque no es infrecuente ver que tiene diez años menos, exactamente los que su aire juvenil y su coquetería le hicieron quitarse casi durante toda su vida… Tras estudiar el Bachillerato empezó a dedicarse a la pintura y al dibujo, para los que tenía dotes muy notables, pero no sabemos si estudió con algún maestro, aunque posiblemente sí… Sólo sabemos  que, hacia 1910, dibujaba para “Nuevo Mundo” y “La Esfera”, dos de las revistas ilustradas con prestigio mayor en la época. (Así sabemos, por puro sentido común, que no pudo haber nacido en 1899 como pretendió, pues entonces sus dibujos, ya notables, en “La Esfera” los habría realizado con once años o menos…) Poco después se marchó a París, que seguía siendo la meca del arte y de la vida libre, dorada o bohemia, y allí entró rápidamente (como dibjuante o figurinista) en el taller de Paul Poiret, uno de los creadores de la “alta costura”, personaje celebérrimo entonces, pues vestía a lo más famoso del “gratin” internacinal, rodeado de modelos y diseñadores que de ese modo también aprendían. Pepito Zamora vivió en París hasta finales de agosto de 1914, cuando el clima bélico de la “Gran Guerra” le hizo regresar a España. En el taller de Poiret conoció e hizo amistad con un joven ruso de su edad, que ya mayor, llegaría a ser uno de los más conspicúos maestros internacionales del “art deco” redivivo… Hablo de Erté (célebre pseudónimo de Romain de Tirtoff). ¿por qué no tuvo Zamora un esplendor semejante? Se impone una contestación triste y verídica: España es un país un tanto hirsuto y de fea moralina, que raramente ha cuidado de sus talentos. Erté triunfaba internacionalmente (incluso tuvo en 1974 y en Madrid  una bella exposición en Juana Mordó, en la que recuerdo al propio Erté, menudito, con abrigo de visón y rodeado de chicos guapos) y Pepito Zamora había yacido largos años en prácticamente total olvido. Pero, cuando en 1975, Erté publicó en inglés sus memorias, “Things I remember”, no dejó de citar con simpatía y elogio a su antiguo camarada español de “chez Poiret”.

De nuevo en Madrid (pero con más experiencia) Zamora entra rápidamente en lo que va a ser la etapa más fecunda y dorada de su vida: la “belle-époque” y su continuación modernizante que fue el mundo de los “felices veinte” con el “art deco” en cabeza… Zamora volvió a hacer ilustraciones para “La Esfera” y para muchos libros, pero además diseñó múltiples vestidos y decorados, en un estilo refinado y mundano, como él mismo y sus amigos se pretendían… También decorados y vestidos para espectáculos de varietés. Como este arte (muy refinado) pero hecho generalmente en papel o en cartón es muy frágil, hoy podemos decir –sin excesivo temor a equivocarnos- que de todo lo mucho que Zamora pudo dibujar en su vida, es muy posible que no se conserve ni el 50%…  Enseguida entró en contacto con los literatos “galantes” y con la gente de la farándula o del ballet. También con aristócratas, especialmente con los que hacían una vida más libre. La vida de Pepito y de sus amigos, oscilaría bastantes años entre el boato de la mundanidad y de las grandes casas y lo que entonces se llamaba “la tournée des grands ducs”, es decir esas nocturnas salidas que las gentes de postín solían hacer a los antros o colmados o cabarés peor famados, donde la juerga era segura y se podía conocer gente de toda laya, especialmente chicas y chicos, cupletistas incipientes o torerillos, ansiosos de “protección”. Como se ha contado a menudo, los grandes amigos y acompañantes de Pepito Zamora, en la vida madrileña, fueron el aristócrata y novelista Antonio de Hoyos y Vinent (1885-1940), marquñes de Vinent con Grandeza de España, y que vivía en un palacio en la calle Marqués de Riscal, junto a la Castellana, y la bailarina exótica (y muy refinada, mereció un poema de Rubén Darío) Tórtola Valencia (1882-1955) una suerte de Mata-Hari española, no exenta de prestigio intelectual. Se han dicho muchas cosas sobre el nombre y la vida de esta mujer (nacida es Sevilla, sus padres la llevaron a Londres donde la adoptaron otros) y ella jugó a confundir sus orígenes y su muy probable lesbianismo, pero su nombre verdadero no era sino Carmen Tórtola Valencia… Parece que el trío era deslumbrante en aquellas noches madrileñas: Grande y alto el marqués, alta y delgada la bailarina de la “Danza incaica” y menudo y bajito Zamora, los tres homosexuales y los tres excéntricos y ataviados con rareza y elegancia para llamar la atención, lo que conseguían sin el menor esfuerzo. Los tres viajaron bastante en esos años, y Pepito esencialmente a París  donde también se hizo amigo próximo de mundanos y escritores:  la cantante Mistinguett, la cabaretera modernísima Jósephine Baker o los escritores (famosos, además, por sus gustos exquisitos y su apertura moral) Jean Cocteau o Colette…

En Madrid, junto a los conocidos aristócratas “perversos”, como la condesa de La Laguna o el marqués de Villalobar, Zamora frecuenta también a literatos más célebre o al menos más prestigiosos, así Valle-Inclán, Rafael Cansinos Asséns o Ramón Gómez de la Serna. Pero algunas anécdotas revelan la fama elegante pero “dudosa” de Pepito. Cuando le dice a Ramón que le gustaría asistir alguna noche a la tertulia de la botillería de Pombo, parece que Ramón le contestó: “Faltaría más, Pepito, usted puede venir cuando quiera…pero sus amiguitos no, ¿eh?”. También en sus póstumas memorias “La novela de un literato”, Cansinos pinta con leve sorna a Zamora, y deja caer alguna frase como la que copio: “habla y gesticula como una jovencita, en quien la feminidad fuera congénita.” No pensemos que esas cosas debieran importarle demasiado a Pepito Zamora que, en esos años, lleva una vida magnífica entre sus dibujos y lo que alguien ha llamado “la tribu dorada” de esa “high life”. Donde también le acompañan otros escritores y pintores más cercanos a su estilo, como Álvaro Retana –sólo un año más joven- o el gran dibujante extremeño Antonio Juez, tan necesitado asimismo de una revalorización… En 1918, y en San Sebastián, Zamora dibujará trajes para los “Ballets rusos” de Diaghilev, especialmente los que lució la gran Ana Pavlova. Hizo también portadas y dibujos para las célebres canciones del maestro Padilla.

Quizás alentado en emulación por sus amigos escritores, José Zamora hará unos pinitos literarios, a lo largo de varios años (relatos o novelas cortas, en general) nada desdeñables. Si bien es muy importante –a mi ver- no perder la perspectiva de que estamos ante un escritor aficionado pero que en realidad era y siempre fue un pintor. A su vuelta de París, en 1914, publica su primera novela corta, y en cierto modo también la más cuidada estilísticamente de todas, “Princesas de Aquelarre”, un texto signado por el decadentismo modernista. Un pintor, algo neurasténico, que vive sólo en una gran casona campestre aislada, se encuentra con una hermosa mujer rubia, Belkis, que podría ser una sílfide, una princesa bizantina de sueños, y que termina manifestándose como una perturbada… Como digo se trata del texto más bello de Pepito Zamora, aún bajo la estética de Hoyos y Vinent, que aparece en el texto – visitante ocasional de su amigo pintor- como “Antonio Zornoza, el novelista perverso y aristocrático, corpulento como un atleta y vestido como un efebo de diez y ocho años, a pesar de sus treinta confesados hacía cinco.”  Pero sin duda fue la segunda de sus novelas cortas, “Los cabritos”, publicada en 1921, pero que (según el autor) refleja sucesos vividos en 1919. Estamos ya en el reino de la “novela galante”. Las elegancias modernistas y decadentes dan paso a un estilo más vivo y directo ( más a lo Retana) aunque la moral se deshiniba casi totalmente… Se trata –como tantas de esas novelitas, pero esta es bastante atrevida- de una cierta y desenfada apología del “vicio”, como parte de una vida inevitablemente “chic”. En el “Diccionario del español actual” (1999) de Manuel Seco, la última acepción del término “cabrito” es el de “cliente de prostituta”. Y esa es la acepción que queda más cerca al uso que da al término Zamora, quizá basándose en un uso particular y acaso restringido en aquella época, pues según se texto “cabrito” (aplicable a un homde o a una mujer) es todo aquel que mantiene a una querida o a un gigoló… Tal es el caso doble dela sofisticada y andrógina protagonista, Arielle, una auténtica devoradora de hombres sobre todo jóvenes. Retirada a descansar a Ávila, antes de volver a París, acude a la invitación de un maduro provinciano que la busca, aunque ella se hace acompañar por un buen mozo atlético y pobre, Cosme, que le ha presentado su amigo el novelista aristocrático (y homosexual) Tony Regoyos, que busca como ella a los muchachos jóvenes, guapos y atléticos… Cosme le acompañará a Ávila en calidad de falso “primo”, y allí  (y de retorno) tendrán lugar multitud de escenas y “flirts” eróticos en los que lo que principalmente se exalta es la belleza masculina joven. Al final, cansada y deseando nuevas aventuras, Arielle retorna a actuar en París guiada por los faros básicos de la elegancia más extravagante (fumando cigarrillos orientales, vistiendo túnicas doradas y poniendo en la habitación, casi de contínuo, varitas de sándalo o de incienso) y el afán de nuevas conquistas de mocitos jaraneros, bucadores de “protección” y naturalmente hermosos y de planta estupenda… Sin parecerse, “Los cabritos” está a la altura y el género de alguna de las piezas mejores de Retana.

Curiosamente las dos últimas y más breves novelitas que publicó Zamora son (literariamente) las peores, aunque la última sea una suerte de sátira o burla, que quizá quería ser una parodia de las vanguardias. “Farsa” se publicó en 1926 y todavía puede pertenecer –aunque en registros más bajos- al mundo de la “novela galante”, aunque con un punto de desengaño o farsa, pues que trata de las infidelidades e hipocresías entre mastrimonios ricos o de la alta sociedad con el desengaño final de Mónica, mujer en el ocaso de su belleza y que ,por origen, pertenece a un estrato social distinto del de su marido, aunque no se avergüence. Pero se harta de un mundo fingido… Por último, Zamora publicó en 1931 (al poco del advenimiento de la República) una novela corta y burlesca como se puede deducir del título, “La señora que dio a luz un Citroën”. Como el hecho es real (aunque el coche sea de juguete) y proviene de un capricho que ha tenido la protagonista, con su marido, pobre y embarazada, no sabemos si estamos ante un juego vanguardista –algo chusco- o ante una parodia de esas vanguardias, que mostraban un mundo muy lejano al de Zamora. Poco después publicaría Retana “A Sodoma en tren botijo” título que en su novela anterior aparecía como proyecto futuro de Zamora… ¿Era un juego, un regalo, o Retana le copió el título a Pepito? No importa ahora, aunque podamos constatar que los títulos “nuevos” se salen claramente del estilo de los anteriores. Y en Zamora no sólo el título sino el contenido también.

Durante los años (digámoslo así) de su breve carrera literaria, por supuesto Pepito Zamora no abandonó su obra de diseño y dibujo. Pero su mundo dorado –su cenit- iba pasando o desapreciendo. Cuando estalla la Guerra Civil española, Zamora que es un apolítico forzosamente liberal, se exilia de inmediato en París. Pero al poco de la invasión nazi de la capital francesa (1940), Pepito regresa a España y tras una temporada en Madrid se retira a Sitges con un novio griego que se llamaba José, y allí vivirá el resto de su vida, cada vez más en sombra. Cuando cree que los refinados dibujos “art deco” chan pasado de moda –no estaba al tanto de Erté- se dedica a la pintura naïf, de la que llegara a hacer algunas exposiciones. Una de las pocas personas que habla, aunque de cuando en cuando de él, en esta época de declive, es un periodista (ahora muy famoso) al que conoció cuando era joven: César González- Ruano, que además de dedicarle algún artículo, lo cita, muy a menudo, en su “Diario íntimo” pótumo, que se publicó en 1970. Ruano va algunas veces a Sitges a casa de Pepito y de José, y en una  entrada de abril de 1964, anota: “Le quiero a Pepito y a José, el griego. Es sencillamente admirable esta elegancia suya de mostrarse siempre de buen humor aún en temporadas bien adversas. Jamás le he oído lamentarse de nada. Sigue jugando al joven frívolo a sus años. Hace falta para esto ser, de verdad, muy poco frívolo. Hace falta tener un alma muy seria para estar siempre riéndose. Hace falta ser muy hombre para empeñarse a través de una larga vida en no parecerlo.” Algo hay de verdad en esa declaración,aplicable en buena medida a Retana también, con el que Ruano, sin embargo, simpatizó mucho menos. En una entrevista que le hicieron en 1970, un muy olvidado Pepito marcaba con lucidez las diferencias entre el tiempo y la España que vivía ya viejo y los que vivió mucho antes. Declaró:  “Creo firmemente  que Pirri, El Cordobés, Manolo Escobar y Alfonso Paso son las personalidades que nos merecemos.” No, ciertamente Pepito Zamora no había perdido ni la razón ni el gusto. Murió en Sitges a mediados de 1971, cabe recalcar en un enorme olvido. Parece que José, el griego, que no concebía la vida sin su amigo, se suicidó al día siguiente. La ramplona España nacionalcatólica todavía tuvo un pobre nicho para José de Zamora. Sin embargo el griego José, Zeus le ampare, terminó en la fosa común. Reivindicar a Pepito Zamora no es sólo apostar por un hombre, un estilo y una época más bella y atrevida que la actual, es asimismo apostar (y enseñar) una historia de España, de otra España, a menudo menospreciada u oculta. Por ello seguimos siendo hirsutos.


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