Nuestros muertos
(Este artículo se publica el viernes en los periódicos del grupo Promecal).
Estamos en los días en que, en muchas partes del mundo, y en diversas creencias o religiones, se honra o se recuerda a los muertos, a los difuntos. A todos, pero claro, cada quien a los suyos. La fiesta cristiana (no sólo católica) se dice estar constatada desde el año 373 de nuestra era, en un sermón de Efrén, el Sirio. Luego el culto piadoso se ha ido mezclando –parece normal- con tradiciones civiles y hasta festivas. El poner por estas fechas el “Don Juan Tenorio” de Zorrilla (tan fácil y tan bella) fue una buena costumbre nuestra que, tristemente, se está perdiendo. En su lugar tenemos (como fiesta discotequera y bastante vulgar) lo que queda de una vieja tradición irlandesa que se extendió por el mundo anglosajón, cada vez menos seria, “Halloween” que (dicen) es una contracción escocesa de la expresión inglesa “All Hallows Eve” o sea, Víspera de todos los Santos, que es lo que se conmemora la madrugada del 1 de noviembre, unido (queriendo o sin querer) a la fiesta de los Fieles Difuntos. Un par de días en que se visitaban cementerios y se aseaban tumbas con cierto descuido…
Todo ello es bueno, también las calaveras, las brujas y esos dulces que llaman “huesos de santo” repletos de yema y azúcar. Las brujas dan miedo y risa, como los esqueletosmexicanos, y así parece que le perdemos el respeto a nuestras inevitables postrimerías. Como en “Halloween” que, en España, parece un poco tonto y el invento de los dueños de la noche para sacar unos euros a la chavalería. Sin embargo lo serio, lo hermoso, lo digno (sea dentro de la creencia que sea o incluso sin creer) no es sólo recordar a nuestros muertos sino hablar también con ellos. No trato de fantasmas ni de visiones, digo llanamente, que todos llevamos en nuestro interior, dentro de nosotros, a cuantas personas difuntas hemos
querido, ¿qué de extraño hay entonces en sentirlas y platicar, pues conocemos sus maneras y voces? Los muertos viven en nosotros y sólo mueren del todo –se ha dicho muchas veces- cuando fallece la última persona que los conoció, y entonces es verdad que se van y alejan, hacia donde sea. Pero mientras siguen en nosotros (y quizá más queridos) ¿qué menos que sentirlos y acariciarlos interiormente, oyendo con nitidez aquellas voces que quisimos? No hay nada de fantasmagoría romántica. Hay sólo –y es lo que vale- puro y viejo cariño.
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