Imagen de artículos de LAdeV

Ver todos los artículos


Decadencias

Navidad con Pepe Hierro

Yo no sé si al poeta José Hierro (1922-2002) le gustaba la Navidad. A mí no me gusta. Pero como este tiempo de vulgaridad y consumo aviva las nostalgias y además la editorial Visor ha tenido el acierto de publicar estos días las “Poesías completas” (1947-2002) de Pepe Hierro, su imagen y los muchos momentos compartidos se me han venido naturalmente a las mientes, releyéndolo… Hierro (léase un tomo tan anticipador como su “Libro de las alucinaciones”) era un hombre de una sensibilidad extrema y exquisita, pero al que le gustaba por fuera aparentar y mostrar una absoluta campechanía, aires queridos de hombre de pueblo (en su casa de Nayagua hizo muchos otoños su propio vino) quizás en recuerdo de una larga y triste postguerra incivil, en la que estuvo en la cárcel y pasó privaciones. Por eso se unió ocasionalmente y con estilo a la llamada “poesía social” ( que es una parte pequeña de su obra entera) y le gustaba, medio en broma como lo decía casi todo, encuadrarse entre los “poetas de la berza”, cuando en verdad –pero había que agradecer su constante solidaridad- nada estaba tan lejos de aquel rótulo como su poesía: “Juan Sebastián pliega el tiempo entre pétalos/ con la serenidad de quien pliega olas, nubes,/ pesadumbres, estrellas, ramajes y misterios.” (…) Su poesía canta y se llena de insólitas delicadezas aunque también sepa protestar o recordarse de los tiempos duros en un país duro, como es el nuestro. Por eso se acuerda de la entrañable Gloria Fuertes (yo también la quería) en un poema de “Cuaderno de Nueva York”: “Hablo con Gloria Fuertes frente al Washington Bridge”, donde entre otras cosas la piensa o dice –otro tiempo- “enhebrando una aguja, zurciendo una bufanda/ a la sombra de una lenteja.” Uno diría que “enhebrar”, “zurcir” y “lenteja” son términos de posguerra, cuando aún no había abetos de Navidad (costumbre anglosajona) y los niños poníamos belenes en casa con corcho y harina y papel de plata para hacer de río, cerca de la figurita de un pastor que cocinaba gachas. Pepe Hierro, con quien anduve largamente por Lisboa una primavera, mientras él se tomaba un vino verde en cada taberna… Nunca he visto un hombre tan sensible, tan sutil (aquí están los poemas, tantos magníficos) que pretendiera de modo tan tenaz pasar por un huertano o un marino cántabro. Un tipo de manos rudas y mucha cazalla. La máscara exterior era perfecta en Hierro (un buen hombre sincero y tosco) pero, ¿cómo si no era con ocultamiento iba a escribir con tanta galanura, a bordar la filigrana del poema, como en “Estatuas yacentes” (1955): “En la catedral vieja de Salamaca/duermen su eterno sueño/ don Gutierre de Monroy y doña Constanza de Anaya…”? No, tenía demasiado daño encima para que a Pepe Hierro le gustase la Navidad. A lo mejor (como me pasa a mí) le gustaba el recuerdo de aquel tiempo alegre y oscuro con niños con villancicos y panderetas. Todo eso acabó. “Después de todo, todo ha sido nada,/a pesar de que un día lo fue todo.” José Hierro es uno de nuestros grandes poetas del medio siglo. Y si él decía que le gustaba ir en alpargatas y escribía en la mesa de un bar de barrio, eso era sólo para despistar, porque la sensibilidad a flor de piel recibe más daño que huerto con pedrisco… ¡Hasta luego, Pepe! Tus palabras continúan.


¿Te gustó el artículo?

¿Te gusta la página?