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Decadencias

Mishima, acero y melancolía.

A pesar de la mucho más moderna fama de Murakami (un japonés que quiere parecer occidental) el escritor japonés preferido por los occidentales sigue siendo Yukio Mishima  (1925-1970), un japonés tremendamente occidentalizado, a través del simbolismo y diversos modos de malditismo, pero también un gran conocedor de la cultura clásica nipona que terminó reverenciando. Dentro de dos días (el 25) hará 41 años que Mishima se suicidó al modo clásico japonés (el “seppuku”) porque pensaba que su país estaba perdiendo su “alma”… No muchos lo entendieron, aunque conmocionó a todos. Pero lo que nos importa ahora: la literatura de Mishima en todos estos años no ha perdido un gramo de belleza. Posee un frescor, una calidad y una variedad exuberantes. Por ejemplo los 7 relatos recogidos en el tomo “Los sables” publicado por Alianza Editorial, en edición y traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio. Tras leer muchos años a Mishima en inglés o traducido del inglés es un placer leerlo ahora vertido desde el original japonés con gusto y cuidado. (Sólo en el relato “Pan de pasas” donde se usa argot juvenil de los 60, aunque se ha hecho muy bien respetando el argot, no creo que se haya acertado con los términos idóneos. Hay muchos niveles de argot. ¿Qué joven dice en lugar de “cerdo” -el animal- el caló “balinchó”? Queda raro.) Pero nada desmerece el extraordinario conjunto…

El libro es un repaso por la mejor narrativa breve de Mishima y por la variedad y diversa y rica cultura de sus estilos. En este camino, las dos piezas clave (dos verdaderas obras maestras) son las casi novelas cortas “Los sables” (que da título al volumen) y “Peregrinos en Kumano”. Esta última, erudita y melancólica (y uno de los pocos textos de Mishima en que aparece un viejo, sabemos que detestaba la vejez) narra la peregrinación de un viejo erudito y poeta, prestigioso y no muy agraciado, a los famosos santuarios sintoístas y budistas de Kumano, en compañía de su criada que lo reverencia de lejos. Aparte de una enorme cultura clásica nipona, Mishima llena este relato de una exquisita delicadeza lírica. Acaso en el polo opuesto esté el más esperable (pero impecable de ejecución) “Los sables” –una de las piezas que Mishima prefería de su propia obra-  y que narra la pasión de un hermoso y fuerte adolescente, Jiro, por el kendo y la tradición del “bushido”, mientras otro muchacho, Mibu, no deja de espiarlo con una silente adoración amorosa, que nunca se salta ninguna regla de la masculinidad. Belleza, fuerza, sangre, tradición, deseo, muerte, todo se entrelaza y aúna en un texto en verdad de primera. En la sala de kendo, “flotaba un vago olor a oscuro sudor”.

Nos han llegado últimamente muchos grandes japonenes contemporáneos (Kenzaburo Oé, Yasunari Kawabata, Tanizaki, Akutagawa) muchos de ellos magníficos. Pero creo que ninguno tienen tanto encanto (y tanto morbo) para los occidentales como Mishima. Homosexual y padre de familia, admirador de Grecia y del Fuji, amante de la katana y conocedor de los somníferos y de las grescas estudiantiles de 1968. Moderno hasta la exasperación y clásico hasta un punto dificil de seguir por un no niponólogo… Tennessee Williams iba en un crucero que paró en Yokohama, creo. Me hubiera encantado asistir oculto a esa conversación  entre dos cercanos parientes de espíritu uno con güisqui y ansiolíticos y el otro con sudor y katana. El ángel terrible de la juventud sobrevolaba el navío…


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