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Decadencias

Melancolía, meditación, hondura

Conocí a Joan Margarit –un bravo corazón de sustancia humana- en un viaje que hicimos a Buenos Aires, con el gran Emilio Lledó, en la primavera de 1995. Antes había leído algunos poemas suyos en antologías de poesía catalana. Pero era un conocimiento defectuoso. Los días de cálida amistad porteña, en que los tres (en raros y lúcidos momentos de comunión) analizamos parte del más hondo dolor de nuestras vidas, nos acercaron enormemente… También (valga la anécdota) el libro que Margarit quiso releer en Buenos Aires: una antología de la aún mal valorada Alfonsina Storni. De entonces acá (con las lagunas que, a veces, impone la geografía o nuestros caminos vitales) nunca he dejado de ser amigo de Joan, de presentar algún libro suyo y de considerarme un privilegiado lector, por tener la clave íntima de algún poema. Joan –arquitecto que trabajó en las obras de la Sagrada Familia en Barcelona- empezó a escribir poesía en castellano, y sólo en 1980 comenzó a hacerlo en catalán, su lengua materna. Aún cita el último libro que escribió en español, “Crónica”, editado en 1975. Pero él –listo y con historia- jamás ha hecho la ridícula guerra lingüística de los nacionalismos. Las lenguas son vehículos de comunicación y de belleza y no armas arrojadizas. Por eso (y sobre todo a partir de su hermoso libro “Estació de França” de 1999, que salió a la par en catalán y en castellano) él mismo publica la versión castellana de sus libros, que debe llamarse “versión” mejor que traducción, pues más que traducir (y aunque el poema sea el mismo) es recreación. Llena de dolor, de belleza sencilla, de hondura y de meditación, el rótulo “poesía de la experiencia” (nunca afortunado del todo) queda corto para la poesía de Joan Margarit: poesía –diría yo- del realismo meditativo. Existencialismo humanista, lleno no de caridad –palabra ingrata por quienes la usan a menudo- sino de benevolencia. Margarit tuvo una hija, Joana, enferma grave desde niña, que murió hace unos años y que le enseñó, mejor que nadie, la honda, perturbadora y transformadora experiencia del daño. De ahí vino el libro “Joana” (2002) y de ahí viene, con otro sosiego, y menor particularismo, “Casa de Misericordia”, el libro ahora premiado. Con 70 años ya cumplidos, Margarit recibe un Premio Nacional que -como ocurre a menudo, todo premio es un azar- merecía desde hace mucho. Siempre recuerdo cómo me pidió permiso para dedicarme un poema que muestra a Wilde, zaherido y más rico de humanidad que nunca, cuando el populacho lo escupe en un alto camino a Reading… No era mi caso sólo (por similitudes, por metáforas) era el de todos, que nos debatimos con una vida generalmente cruel y bella al mismo tiempo. La poesía de Joan Margarit no ha dado saltos en el vacío, se ha limitado a seguir buscando la hondura, sabiendo que melancolía, sensibilidad, belleza y aún sentimentalismo, no pueden ni deben estar negados. Y certificando (por si hiciese falta) que la claridad no es sólo la cortesía del filósofo –Ortega- sino la fuerza de una mente lúcida y emocionada. Escribe en su poema “Recuento”: “Esta parte de mí que te es/ desconocida,/ la del dolor desordenado y frío/ la que más te repugna/es la que ha estado siempre/ junto a ti,/ la que, sin condiciones, más te ha amado”. Humanísimo y cálido (lo dije otra vez) Margarit es hoy uno de los mejores poetas de Cataluña y de la España plural que deseamos.


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