Decadencias
MANUEL PADORNO, ATLÁNTICO
Como dice Jaime Siles en sus palabras iniciales a este primer grueso tomo de las “Obras completas. 1955-1991” de Manuel Padorno (Pre-Textos) y al haber nacido nuestro poeta en Tenerife en 1933 (aunque yo lo tuviera casi toda su vida por grancanario) sin duda pertenece a la Generación del 50. Y es fácil decir ¿pero todavía nos andamos con eso de las generaciones? Sabemos que ni es la panacea el tal método ni menos el catecismo, pero ayuda a situar e incluso a ver porqué alguien no se situó en su momento debido… La generación muestra tres momentos siempre –y esto no lo dicen los habituales teóricos-un inicial grupo aglutinador, con ideales y gustos cercanos. Ahí brota la generación. Un segundo momento que amplía miembros y tiende a la individualización de quienes son. Y un momento final que, paradójicamente, muestra una inequívoca pluralidad, con rasgos comunes que los primeros partícipes no supieron detectar. Manolo Padorno no estuvo en el grupo fundador del 50 (que se hizo en Barcelona) como no lo estuvieron Brines ni Claudio Rodríguez, por decir hoy nombres indiscutibles en la nómina. Pero Padorno edita ya un cuadernito –“Oí crecer a las palomas”- en 1955 y lo acompañan dos grandes artistas insulares, el pintor Manuel Millares y el escultor Martín Chirino…Cierto que hay que esperar al libro de Adonáis, “A la sombra del mar” (1963) para que comience el Padorno más clásico y más suyo, que falta en las nóminas oficiales, como los andaluces Quiñones o Vicente Núñez o el también canario –que entonces vivía en Madrid- Luis Feria. Ahora una antología buena los recogería a todos, mostrando que la singularidad que buscaron y hallaron no estaba tan reñida con el conjunto, ni con los poetas que vinimos después.
En Padorno se da siempre la experiencia de lo real, pero trascendida. No sólo no le asusta el mundo sino que lo simboliza en el mar o en las gaviotas. La geografía y sus matices brilla como en Brines, en esguinces, porque Padorno fue también pintor, pero cuanto más ahondador o metafísico se hace, como en “Una aventura blanca” (1990) más sale la concreción de lo material, a la par que cuando parece estar más cerca del realismo, no sólo del noble realismo meditativo sino en sus atisbos, tempranos, de poesíapolítica o rebelde, aparece la trascendencia artística y humana de la luz o el aire: En ese camino he sido siempre admirador del Padorno de “En absoluta desobediencia” (1989) como de ese poema florentino, en ese libro, donde ve en un bar a Luca della Robbia. La poesía no tiene límites si tiene pasión y Manolo Padorno –al que vi muchas veces con su mujer Josefina Betancor, editores además en ese momento- estaba sobrado de ella. Encendido de Atlántico, de luces, pájaros, colores y mundo, Manuel Padorno –que falleció en 2002- es un gran poeta vital de su tiempo. Imprescindible. “Ese señor escribe así, con naturalidad”. Y tan natural es la quimera de la luz como la quimera del habla que pretende dar cuenta de lo inmediato. La poesía de Padorno gusta porque arrastra y ello es esencial. Que además –ya desde este primer tomo- nos recuerde que las nóminas generacionales deben ser revisadas, es obvio. No para que entren todos, sino los mejores pero en los tramos de pluralidad que corresponda.
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