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Maiakovski, el futurista.

(Este artículo se publicó el sábado en el suplemento literario de El Norte de Castilla)

Juan Bonilla. “Prohibido entrar sin pantalones”. Seix- Barral, Barcelona, 2013. 382 págs.

Juan Bonilla (Jérez, 1966) es narrador vario y poeta. Como narrador –su veta más conocida- predominan los que dicen que se mueve de maravilla en las distancias cortas: cuentos o relatos que parecen ensayos o viceversa. Naturalmente “Prohibido entrar sin pantalones” es una novela-biografía larga, pero hecha en muchos capítulos cortos, por lo que es obvio, que sin perder el norte, Bonilla se mueve más a gusto en lo que parece su cuadratura mejor. Uno diría que “Prohibido entrar sin pantalones” (el título viene del libro más clásico de la vanguardia maiakovskiana “La nube en pantalones” -1915- y de un cartel que ve a la entrada de la ciudad de México, cuando la visita hacia 1923, “Prohibido entrar sin pantalones”) es una biografía novelada y apasionada de ese vanguardista ruso, el más popular de todos, Vladimir Maikovski (1893-1930) que terminó cayendo en desgracia con la burocracia de Stalin y suicidándose de un disparo  con 36 años, entrando en el mito de la revolución bolchevique, a la que durante algún tiempo encarnó y de la vanguardia futurista en poesía, teatro y cine, hasta ser arrumbado por un régimen de burócratas dictatoriales, que lo veía excesivamente indócil, excesivamente libertario… Pese a que había estado contra los líricos acmeístas (Blok, Ajmátova, Pasternak) y hasta había puesto en apuros al propio Marinetti.

Pero estamos ante una novela. Es decir el narrador se habrá tomado licencias ficcionales –que no restan verosimilitud a lo estrictamente biográfico- y sobre todo ha adoptado la voz de un sosias de Maiakovski, de un alter ego perfecto, de una suerte de conocido cercano, que lo deja hablar, desfogarse, hacer disquisiciones literarias, vitales o políticas, adoptando siempre el decir coloquial (incluso vulgarmente coloquial), irreverente y novedoso, futurista siempre del propio Maiakovski, hombre alto, excesivo, poco culto, pero lleno de rayos iluminadores, que vive un trío erótico con el matrimonio que forman el crítico formalista Osip Brik y su hermosa y un tanto ninfómana esposa, Lily –propiamente no es un trío, las relaciones eróticas funcionan por separado- que será el gran amor del futurista, aunque al fin se alejen, porque todo se le alejó a Maikovski, tras la muerte de Lenin en 1924.  Bonilla ha escrito una novela  -rápida, sin temor al exabrupto- pero nunca deja de estar en la piel del futurista perpetuo, que se rapa el pelo para dar un aire más duro (como su colega el gran pintor y diseñador vanguardista Ródchenko) porque quiere hacer la novela- biografía del sueño y del fracaso futurista, de la locura jovial del gigante Maiakovski, cantor de Lenin, desdeñado por los stalinistas, hasta que sentimos como las puertas cerradas le abocan a la soledad y a la muerte. “No había dejado de ser futurista un solo momento. Ahora lo veía claro: futurista no había sido un adjetivo en él, sino la parte sustancial de todo lo que hacía.” También lo entendía así otro amigo, el gran crítico formalista Viktor Sklovski, que sería uno de los primeros en escribir del poeta tras su suicidio. Piruetear, vivir, saltar, gozar soñando un futuro mejor que el Nueva York capitalista lleno de miseria, eso era Maiakovski. Tanto en “La flauta de vértebras” (1916, vanguardia pura) como en los poemas al servicio de los bolcheviques, menos estimados al final, como “150.000.000” (1920). Luego  la Revolución de Octubre –a la que sirvió- terminó traicionando ese audaz vitalismo. El libro de Bonilla se lee con placer y soltura, porque se busca algo sanamente irreverente (como el personaje) pero es verdad que no serán pocos los lectores que sientan que novela y biografía se han interpenetrado tanto –y las ficciones resultan tan verosímiles- que, a la postre, parece triunfar esa feliz biografía –aunque triste al final- que ha hecho un amigo que conoció las claves del biografiado, su talante y hasta la cualidad que poseía , en ocasiones, de ver transparentarse el corazón de los otros, de ver lo que de verdad había en el corazón de enfrente. “Para él la Revolución ha sido una experiencia poética, verdadera y real, porque la Revolución cayó como un rayo sobre todas las cosas que él combatía y odiaba.” Un libro vivo. Un libro, sobre todo, apasionado, maikovskiano enteramente.    (Pequeño lapsus sin importancia atribuible al raudo Maikovski: en la plaza Vendôme no hay ningún obelisco, sino una columna, el obelisco está en la vecina Concorde).


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