LUJURIA Y LIBROS: GOLIARDOS EN LA EDAD MEDIA
Verlaine llamó a la Edad Media “enorme y delicada”. Según los renacentistas que usaron e inventaron ese término, la Edad Media era bronca e inculta. Podemos imaginar las guerras eternas, los cantares de gesta, pequeñas ciudades sucias, mucha miseria y mucha ignorancia, pero también el esplendor románico -antes del gótico- las catedrales, la Universidades que nacían, y los monasterios donde se custodiaba el saber, aunque no todos los monjes y copistas fueran tan cultos… Ovidio era el amor y Virgilio la perfección casi santificada, pero si en la Edad Media se hablan las lenguas
romances (“latín mal hablado”, decía un antiguo profesor mío) y otras lenguas vernáculas, también se habla y se escribe el latín medieval, que lejos de Cicerón o de Séneca, es el latín con rima y sintaxis casi románica, la lengua de Tomás de Aquino, la lengua de los goliardos -o clérigos vagantes-, la lengua para aprender y entenderse en cualquier parte de Europa. Siempre me emocionó ese mundo contracultural, rebelde, algo golfo (lo heredó nuestro Arcipreste de Hita, y también el espléndido Villon) de los clérigos -vale por estudiantes u hombres de cultura- que recorrían muchos países, de España a Alemania, buscando saber, mujeres, vino y jugar a los dados. Por eso en 1978 escribí y publiqué -Renacimiento lo volvió a reeditar algo corregido en 2010- mki libro titulado “Dados, amor y clérigos. El mundo de los goliardos en la Edad Media europea”. Había disfrutado con los “Carmina Burana” de Karl Orff (que, por supuesto, no es la música original, pero emociona) y con una singular película del gran John Huston titulada “Un paseo por el amor y la muerte”, que me encantó. Aunque pinta en buena medida un siglo XV de danzas de la muerte, su fondo es goliárdico en plenitud. Ahora Galaxia Gutenberg -en edición al cuidado de Francisco Rico- publica bilingüe -como mi antología final en el citado libro- los
“Carmina Burana. Cantos de goliardo y poemas de amor”. ¿Por qué no decirlo, muchos no saben que quiere decir “Carmina Burana”, con acento oral en la primera a, no? Se trata de las canciones o cantares (“carmina”) hallados en el monasterio alemán de Bueren, que se latiniza “Buranus” y en femenino plural “Burana”… Se trata de canciones de goliardos, las más famosas, muchas anónimas y otras debidas a personajes de nombre oscuro y casi perdido como el Archipoeta de Colonia (véase mi poema “Clerigo vagante”) o más singularizados como Pedro Abelardo o Galtero de Châtillon. Poemas de amor, pastorelas, sátiras, elogios
potatorios y tabernarios, estamos en un mundo lúdico, que aspira al saber y a la vida, pero que se sabe muy cerca de la muerte, y siempre en la Rueda de la Fortuna, que todo lo rige: “Fortune rota volvitur/ descendo minoratus;/ alter y altum tollitur…” (La rueda de la Fortuna va girando:/ voy yo de caída/ y a otro lo llevan a lo alto…) Canciones -como las de los trovadores o minnesinger en alemán- acompañadas de la música de los ministriles, por plazas de remotos pueblos de sueños románicos, con ecos arábigos al fondo. Esa era la música original de los goliardos. “Via lata gradior…” Ando por el camino ancho/ como joven,/ me meto en los vicios/ sin atender a la virtud,/ ávido de placeres/ más que de mi salvación;/ muerto de alma,/ me desvelo por el cuerpo…” “Meum est propositum/ in
taberna mori…” (Es propósito mío/ morir en la taberna.) No lejos de Ovidio Nasón y de las muchas amadas, está cerca también aquel duque de Aquitania (Guillermo de Poitiers, padre de la soberbia reina Leonor) que cantó en provenzal: “Haré un poema sobre absolutamente nada:/ no tratará de mí ni de otra gente;/ no tratará de amor ni juventud/ ni de ninguna otra cosa,/ pues lo habré compuesto durmiendo,/ sobre un caballo.” Damas que esperan a su trovador en la noche y que son avisados por el centinela, al clarear, para que no les sorprenda el señor del castillo. Andrés el Capellán había escrito en su “De Amore”: “El amor sólo existe fuera del matrimonio”. Como complemento a los “Carmina Burana”, Alianza
republica en bolsillo (al cuidado de Carlos Alvar) la antología “Poesía de trovadores, trouvères y Minnesinger”. Marcabrú, Jaufré Rudel, Bertran de Born (al que adoró Ezra Pound) ¿Cómo podríamos hablar aún de la bárbara Edad Media? Lo supo Remy de Gourmont en su libro, “Le latin mystique” y nosotros bien podemos sentir no sé qué nostalgia del siglo XII, como decía sentirla nuestro poeta Cirlot… Pena sí, honda pena de que no sigamos hablando todos aquel sabroso y fácil latín de la Alta Edad Media… ¡Cuánto ignoramos, hermanitos!
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