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Los últimos días de Luis Cernuda.

Este año se van a conmemorar los 50 de la muerte de Luis Cernuda (1902-1963) uno de los mayores poetas de nuestro siglo XX y uno de los pocos a los que Harold Bloom –buen crítico, pero mal conocedor de las literaturas hispánicas- ha puesto en su “canon”… Luis Cernuda murió en Coyoacán, un barrio hermoso de la Ciudad de México, de un infarto, en la residencia de su amiga Concha Méndez y familia. Manuel Altolaguirre, siempre amigo de Cernuda, llevaba bastante tiempo ya viviendo (en Cuba y  México) con una mexicana de fortuna, María Luisa Gómez Mena, con quien fundó una pequeña productora cinematográfica para sus propias películas. En julio de 1959, cerca de Burgos, Gómez Mena y Altolaguirre hallaron la muerte en un accidente de automóvil; habían venido a España para presentar la última cinta del poeta… Por eso Cernuda (no por primera vez) encontró acomodo en casa de sus amigos Cóncha Méndez –la primera mujer del poeta- y Paloma Altolaguirre, su hija, siempre afectuosa con Luis. En la espaciosa casa con jardín de Tres Cruces  11, en un pabellón del jardín, podía vivir retirado, en compañía de los nietos de Manolo y Concha, a los que quería mucho. Siempre que volvía de sus viajes a California , como profesor, iba a esa casa mexicana a la que quiso como al país en el que murió. Paloma Altolaguirre encontró el cadáver de Cernuda en albornoz y con la pipa en la mano. Murió cuando se disponía a tomar un baño.

Cernuda había publicado su último libro de poemas (y uno de los más notables) “Desolación de la Quimera” en 1962. Aunque sólo tenía 60 años, se sentía un hombre viejo y cansado. Nunca volvió a escribir poesía, pues en el último año de su vida sólo escribió alguno de sus cortos y lúcidos ensayos. Luis Cernuda tuvo siempre fama de persona difícil y terminó distanciado de personas de su generación que o le habían favorecido o habían sido buenos amigos (Salinas, Guillén, Aleixandre…) Pero es que Cernuda no transigía. No le gustó saber que Salinas y Guillén hicieron chistes –por íntimos que fueran- sobre su condición homosexual, parte decisiva de su persona. Y acaso –entre otras cosas- terminó no perdonando a Aleixandre el hecho (diríamos hoy) de que el futuro premio Nobel no “saliera del armario”.  Aleixandre vivía en la España de Franco y lo tenía más difícil. Pero Guillén muy pronto y Altolaguirre después, aunque sin aceptar jamás la dictadura, volvieron más o menos privadamente a España. Cernuda –como era propio de su carácter- se mantuvo firme. Él nada tenía que ver con su antigua patria. Y en su último libro lo dejó muy claro. En el poema “Peregrino” ya evidenció su nula intención de volver: “Vuelva el que tenga, / (…) cansancio del camino y la codicia/ de su tierra, su casa, sus amigos…(…) Mas ¿tú? ¿Volver?  Regresar no piensas,/ sino seguir libre adelante,/ disponible por siempre, mozo o viejo,/sin hijo que te busque, como a Ulises,/sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.” Esa es la condición del homosexual pero asimismo la del que escoge la gran libertad que aprendió en el surrealismo. Además Cernuda creía –y suponía tener pruebas, pese a ilustres y minoritarios homenajes- que los españoles de dentro no le querían. Así lo dijo en su último poema  “A sus paisanos”: “No me queréis, lo sé, y que os molesta/ cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende.” Es cierto que en 1956, Torrente Ballester, desafortunado, había ninguneado en “Panorama de la literatura española contemporánea” la poesía de Cernuda, escribiendo: “No participamos en esa poesía. No nos importa.” ¿Quiénes eran esos paisanos o quienes los gobernaban: los asesinos de su amigo Lorca, al que defiende (sin nombrarlo directamente) de Dámaso Alonso, notorio homófobo: “¿Príncipe tú de un sapo?” Y para finalizar esa defensa de Federico: “Ahora la estupidez sucede al crimen”.  Pocos fueron tan claros (en los años 50 y primeros 60) contra la España de Franco. No volvería. Esa no era su tierra. Y acaso con razón histórica –aunque las cosas hayan cambiado- Cernuda sigue enterrado en el Pabellón Jardín de México D. F. donde además el poeta recupera en la lápida su segundo apellido francés “Bidou” y no “Bidón” como por error manuscrito se apellidaba la familia materna en España.

En los últimos tiempos la salud de Cernuda era delicada, un oftalmólogo le había recomendado que visitara a un cardiólogo, pero el poeta no lo hizo. Por no someterse a un examen médico no podía obtener un nuevo visado para Estados Unidos y en México  había perdido la beca que le concediera el gran Alfonso Reyes. Su situación –una vez más- era precaria. Necesitaba a sus amigos. El día antes de morir fue con Paloma al cine a ver “Divorcio a la italiana”. Y ella lo encontró muerto, dispuesto al baño, leyendo un tomo de novelas de la Pardo Bazán. Uno de los pequeños ensayos que tenía pensado escribir trataría de sus paisanos los Álvarez Quintero… ¿De veras Cernuda odiaba o desdeñaba a España? Desde luego a la franquista, sí. Pero su nostalgia de la España de la grandeza histórica y de la literatura y el arte fue siempre enorme. Ya en “Las nubes” está el poema “El ruiseñor sobre la piedra”, un encomio de El Escorial. Cernuda tuvo una nostalgia especial de nuestro Siglo de Oro (Aldana, Cervantes, Góngora) y en el poema cuya segunda parte titula “Bien está que fuera tu tierra”, elogia la España de las novelas de Galdós: “La real para ti no es esa España obscena y deprimente/ en la que regentea hoy la canalla,/sino esta España viva y siempre noble/ que Galdós en sus libros ha creado./ De aquella nos consuela y cura esta.” Gran español Cernuda, de esa “tercera España” que muchos hemos añorado.

 

 


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