LITERATURA HOMOERÓTICA
Si echamos una mirada a buena parte de Islam de hoy (tan intransigente y áspero, tan brutalmente condenatorio) les será difícil suponer a muchos, que hubo un Islam tolerante, incluso con vino, mujeres y chicos como objetos eróticos y de deseo… No sólo el Al-Andalus califal o parte de los aquí llamados reinos de taifas, sino el califato abbasí en Bagdad y Basora -temo que ciudades hoy polidestruídas- alrededor del siglo IX de nuestra era. Las Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, que hace una labor muy valiosa, acaban de editar uno de esos libros sorprendentes de uno de los prosistas árabes por antonomasia clásicos, Al-Yáhid (literalmente “el hombre de los ojos saltones”, parece que no era muy agraciado) nacido hacia el año 776. La obrita, traducida y prologada por Pedro Buendía y Ignacio Gutiérrez de Terán, se titula “Elogio y diatriba de cortesanas y efebos”. Como ocurría en la segunda sofística griega y especialmente en algún diálogo de Luciano de Samosata, el autor asume las voces del pro y del contra, y entre anécdotas, reflexiones y muchas citas poéticas -no es ficción- nos muestra, sin condenar ni tomar partido, a quienes prefieren el amor de las mujeres, generalmente cortesanas, y a quienes privilegian a los chicos o efebos. Literatura homoerótica. Más allá de las diferentes bellezas de unos y otros – y de los versos del gran poeta del amor moceril, Abu Nuwas, uno de los grandes clásicos árabes, hoy prácticamente prohibido- sorprende la amenidad de lo que se presenta como un tratado -donde no falta algo de burla- y la enorme naturalidad con que se aborda el tema sexual (y homoerótico) en todas sus vertientes, como en “El jardín perfumado” del posterior Al-Nafzawi, que escribió otro tratado con el título de “Iluminación de los amantes en los secretos de la cópula.”. El vino lo servían muchachos cristianos -para quienes no estaba vetado- y los banquetes terminaban entre doctos, doncellas y garzones. Que esta literatura -como nos recuerda el prólogo- se moviera ante todo en un territorio de élite y entre gentes de poder y letras, no obsta para que sea lo que es. El amor a los muchachos visto con igual naturalidad que en el libro XII de la Antología (“La Musa de los muchachos”) de Estratón de Sardes, que traduje hace años. Dicen unos versos : “No cambio a los imberbes por rasuradas mozas/ ni antílope por conejo he de vender.” Literatura homoerótica.
Naturalmente no es momento para contar los enormes vaivenes de la literatura de tema homosexual -total prohibición o naturalidad- sino de acercarse ahora (de nuevo otra edición quizá más minoritaria, la de Amistades Particulares, casi todo de la mano de Carlos Sanrune, tan meritorio como acaso necesitado a alguna mayor variación) a una novela muy poco conocida de un autor, menor, raro y maldito, como fue el barón francés Jacques D’Adelswärd-Fersen (1880-1923) mejor sabido, como tal personaje que murió en su villa de Capri, en una sobredosis entre champaña y cocaína, por la novela -altamente biográfica- de Roger Peyrefitte, “El exilado de Capri” (1959). Yo hice una amplia semblanza del personaje, con la traducción de algún poema, en mi libro de 1997, “Biografía del fracaso”, que el traductor de esta peculiar novela, no conocía. Poeta, novelista, millonario y sin éxito, enamorado de los muchachos y en especial de un Nino Cesarini al que hizo pintar, esculpir y retratar y al que también educó, la novela “Lord Lyllian” de 1905 (y editada siempre con la misma portada de la primera edición) es un ejemplo muy notable, pese a sus irregularidades, de la “novela decadente” de entresiglos, que en buena medida inició el “Al revés” de Huysmans y que popularizó en cierto modo “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde. Fersen empieza a escribir esta novela en Ceilán (donde se aficionó al opio, llego a comprar las pipas de fumar de un emperador chino) mientras terminaban de construir su villa capriota de nombre platónico, “Villa Lysis”. En la novela hay una venganza contra los que le acusaron en París de “misas negras pederásticas” -por lo que se exiló a Capri- y el eco vario de un sosias de Wilde , Skilde, que trata de seducir al joven, hermoso y rico Lord Lyllian que puede, a veces, evocar a Lord Alfred Douglas. Curiosamente el perseguido Fersen, parece simpatizar más con Lyllian (Douglas) que con Skilde (Wilde) cuando solía ocurrir más bien lo contrario. Eros áptero, como le llamó Cocteau, el barón Fersen no puede dejar de ser un escritor menor y un personaje fascinante cuya obra, más nutrida en su estricta juventud (“Lord Lyllian” está escrito con 24 años) no es en modo alguno desdeñable. Aquí está. Pensemos lo que queramos de esa parte joven del “amor que no osa decir su nombre” -verso de Douglas- llega desde el mundo grecolatino , el Japón de los samuráis o el Islam califal, hasta el decadentismo de entresiglos y nuestros días… ¿Censuraríamos a Cernuda o a Gil-Albert? Pensemos. Literatura homoerótica.
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