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Leonardo, siempre Leonardo.

El Centro de Arte del Canal (unas salas nuevas que dependen del Ayuntamiento de Madrid) ha montado una notable exposición sobre Leonardo da Vinci (1452-1519). La exposición se titula “Leonardo, el genio” y claro es no hay lienzos de Leonardo (pero sí algunas notables copias de época entre ellas una muy singular “Última cena” de Giampetrino) pero sí los códices originales que se conservan aquí con sus dibujos y anotaciones, muchos de sus diseños ejecutados (60 máquinas y artefactos basados en sus dibujos) incluyendo mecanismos ópticos y musicales , la reconstrucción –imaginada- del “studiolo” de Leonardo, algo así como su despacho en el sentido más amplio y –entre otras cosas- las fotografías que en 2007 tomó a “La Gioconda” el fotógrafo francés Pascal Cotte con cámara multiespectral,  que revelan notables secretos del óleo, como la tonalidad azul que dominaba todo el paisaje del fondo y que ya no es visible… La exposición se cierra con las obras de algunos de sus discípulos como Francesco Melzi, Bernardino Luini ( uno de los más singulares) y los españoles –que lo trataron en Milán- Fernando de los Llanos y Fernando Yáñez, propulsores aquí del “leonardismo”.

He visto con pasión la exposición, no sólo por lo que tiene (que es mucho y vario)  sino por la maravilla que todavía produce ponernos ante la mente inquieta de Leonardo. Por lo demás la exposición viene bien para acabar con tanta última y vana especulación sobre esoterismos leonardianos. Nada más lejos en un hombre que sintió la fuerza de la razón por encima de todo. La sonrisa de “La Gioconda” sólo es un enigma para los iletrados. Los humanistas de la época compusieron múltiples tratados sobre la sonrisa como manifestación delicada de la armomía interior. Leonardo era altivo y vestía elegante y algo anticuado, pero es que Leonardo, que ( por no saber latín ni griego) no podía contarse entre los humanistas estudiosos –y ese fue su sueño- tampoco quería que el artista (como aún era normal en la época) fuera tratado como un simple artesano. No, el artista estaba en otra escala. Era un ser distinguido y refinado, y Leonardo procuró que eso siempre estuviese presente en su vida… Leonardo (tan avejentado en su célebre autorretrato de  1517 –máximo-cuando sólo tenía 65 años, dos antes de su muerte en Francia) era un genio rotundo y esta exposición lo muestra muy bien, precisamente porque dando a la pintura del autor todo el valor que se debe (enorme) no se queda sólo en ella…

Para los más curiosos diremos que hay hasta comida leonardesca, naturalmente a cargo de Sergi Arola. En los códices de Leonardo hay abundantes  recetas y apuntes sobre la elaboración de platos. Se sabe también que (brevemente) Leonardo se asoció con Botticelli para tener una taberna en Florencia. Enfín, las recetas sacadas de los códices leonardescos y preparadas por Arola con nombres como “Alquimia”, “Sfumato”, “Italia” o “Geometría” se pueden degustar en un rincón culinario situado junto a la tienda del recinto. Al salir (lleno de contundencia y categoría mental) uno debe preguntarse ¿qué pensaría Leonardo de este tiempo nuestro? Quizá no haya tiempos buenos. O como el de Vinci intuyó –en medio de su amor por la joven belleza humana- lo malo no son los tiempos, lo malo es el hombre mismo, criatura llena de envidia y daño, ente harto, sobradamente imperfecto…


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