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“LA VIDA LENTA” DE ABDELÁ TAIA

Abdelá Taia (nacido en Salé, un suburbio pobre de Rabat en 1973) surgió a la vida literaria, en lengua francesa, con un librito altamente autobiográfico, titulado “Mi Marruecos” , cuando tenía más de veinticinco años, y había logrado abandonar Marruecos por Francia, porque en su país natal no era feliz, acosado por la pobreza y la tremenda marginación de una sociedad muy homófoba, donde Taia fue acosado y violado por homosexual, entre sus propios vecinos suburbiales. El joven Abdalá, no mal parecido, concedía todas las virtudes al llamado “turismo sexual” que siempre defiende. Gustándole hombres mayores (como se ve en su última novela, “La vida lenta”, de nuevo no poco autobiográfica y publicada en español por Cabaret Voltaire) el joven Taia deseaba a un señor francés, aún mejor si parisino, que lo volviera su amante, le hiciera estudiar – ¿por qué no? literatura francesa- y a la postre se lo llevara a París, curándolo de la marginalidad y de la pobreza. Todo eso lo consiguió Abdalá, buen y aplicado lector, aunque su lengua materna es el árabe y no el francés, cuando un señor cumple esas expectativas y desde 1998 Abdalá vive en París, estudiando literatura francesa en la Sorbona.  El éxito de “Mi Marruecos”, un libro sencillo sobre su infancia y adolescencia, viene de que no puede publicar la obra en Marruecos, al ser el primer escritor de ese país (hubo otro pero con pseudónimo) que abiertamente escribe sobre la homosexualidad y sobre la represión vinculada a una sociedad islámica.  A ese libro han seguido otros, y alguna incursión en el cine, donde Taia, siempre entre la ficción y la amplia autobiografía, se va planteando su “falsa” condición de francés y su honda realidad de árabe marroquí.  Nuestro autor va publicando libros (en general no largos, con cierta predisposición al lirismo de algún modo reflexivo y siempre a la autobiografía) como “Una melancolía árabe”, “Infieles” -la mayoría editados aquí por Cabaret Voltaire, el autor mismo ha presentado algunos en Madrid- que culminan, antes del actual con “El que es digno de ser amado” editado en español en 2018.  En ese libro, Taia cuenta -en parte- su ruptura o alejamiento con el señor francés que lo “salvó”, cuando este, haciendo gala de ese autodestructivo chovinismo, que es uno de los más duros defectos de lo francés- insiste en que el joven marroquí olvide Marruecos, para devenir plenamente francés. Gran y torpe error, porque Abdalá por raza y cultura básica no es francés, y porque hablando en árabe con su madre y sus hermanas, ni puede ni quiere olvidar sus orígenes. El drama de sus últimos libros -también de “Una vida lenta”- es la de un árabe marroquí que vive en París (porque Marruecos sigue sin aceptar la homosexualidad, pese a que allí se practique tanto) y que no logra ni puede sentirse francés, aunque escribe en esa lengua, y siente cada vez con más fuerza el llamado de una cultura islámica. Taia no es francés y acaso ya no del todo marroquí, aunque esa sea su raíz, y se debate por tanto entre dos mundos. No deja de ser un francés de adopción que habla de lo mal, de lo imperfecta que es la “adopción” en una Francia cada vez más falsa y torpemente segura de sí propia.  “La vida lenta” continúa esa senda, viendo como Francia también ha marginado a los suyos ( por ejemplo a las mujeres que tuvieron relaciones con alemanes durante la Ocupación) a las que marginó y zahirió de un modo brutal. Narra un caso.

Abdelá Taia, un escritor refinado y de muy buen tono, aunque menor, sigue esa saga de fondo autobiográfico, que incide en el problema de la mala colonización francesa, que al rehuir el mestizaje (que se da en España y en Portugal) desdeña a unos nativos que pretende asimilar y al par infravalorar. Los temas, bien tratados por Taia, no nos incumben en exceso, pero son un feliz y lúcido testimonio de este actual mundo convulso y no bueno, donde la emigración es fundamental y creativa aunque en muchos países (Francia entre ellos) se acepte y se viva mal, incluso con un escritor como Abdelá  Taia que acaso un tanto a su pesar, sirve a la cultura francesa, sintiéndose más árabe cada día. Escribe en francés, pero el francés no es su lengua.  “El silencio, es la cobardía”.


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