KARMELO C. IRIBARREN, LLUVIA Y VERDAD
El donostiarra Karmelo Iribarren (nacido en 1959) ha llegado a la poesía y a la literatura -aunque sus diarios deben mucho a su ser poeta- muy lentamente. Yo he dicho otras veces que en los 90 pasados -con la moda del llamado “realismo sucio”- Karmelo apareció casi como un seguidor o un epígono de quien por entonces parecía comandar esa secta, el británico/español Roger Wolfe. Pero este, entonces, trataba de ir a lo tremendo e iba. Karmelo -infinitamente menos conocido- iba y sigue yendo a lo cotidiano, a lo elemental con corazón herido, a lo sórdido o tierno benditamente cercano y vivo. La comparación foránea se impone: Por ahí andan Bukowski (que escribió tanto) y el también norteamericano Raymond Carver, muerto pronto. Dejando de lado influencias o cercanías que existen y no, pero que no son al caso; Karmelo está más cerca del diario corazón de Carver. El primer libro édito de Karmelo Iribarren fue “Bares y noches” de 1993, un título que le cuadra. Porque a Karmelo uno lo ve siempre, como lector de novelas policiales, en un bar de San Sebastián, con lluvia o llovizna, muy bebedor antaño, y hoy ya en senda sin tremendismos, pero de café, noche, melancolía…
Ahora en la sevillana Isla de Siltolá el crítico José Luis Morante publica una grata antología de Karmelo, llamada “Los cien mejores poemas”. ¿Lo son? Dado que Iribarren escribe cerca y lejos de sí mismo y de su orbe, es seguro que cualquier lector puede hacer su propia antología. En esta, a la postre, no importa nada saber el grado de acierto del antólogo, sino leer unos cuantos buenos poemas de un poeta humilde, septentrional y lluvioso. Siempre que leo a Karmelo (y se lo he dicho alguna vez) me asombra su “difícil facilidad” -una fórmula de los clásicos- para hacer de casi nada un poema emocionante o emotivo, y por tanto humildísimamente bueno. Así, como ajeno al Parnaso y a tantos vanilocos que sueñan asaltarlo como sea, Karmelo ha llegado alto y a muchos lectores sin hacer ruido. Y diría yo que sigue evitando ese ruido. “Mientras me alejo” (2017) es su último libro no antológico, y es muy suyo. Cafetines, lluvia, paraguas rotos, el tránsito de la vida, el amor que dura y no, el saber sobreponerse al palo y a la distancia, el recuerdo, la amistad, el adiós, todo es (y sus alrededores) Karmelo Iribarren, el mejor poeta de la vida, sencilla, húmeda y aunque no quieras, cruel. “Exiliado en mi interior,/ nunca en
venta/ni besando la mano de nadie,/arrastro mi minúscula épica / -por unas calles/que ni siquiera son ya mis calles-/ y me voy alejando.” Un alguien que puede ser casi todos, Karmelo escribe un buen poema con los mínimos elementos, y nos enseña bondad, tristeza y umbrío amor a la vida. Como Chandler, como Houston o como el Bogart con gabardina de aquellas películas en blanco y negro. Karmelo vale la pena.
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