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Decadencias

Karen Blixen, la enferma exquisita.

Creo que la escritora danesa (aunque la mayor parte de su obra fuera escrita en inglés) Karen Blixen –o Isak Dinesen, su pseudónimo más conocido- fue conocida tarde en España. Blixen, de origen noble, nació en 1885 y murió en 1962, siempre en la propiedad familiar de Rungstedlund. No fue escritora de inicio; se casó para escapar del medio encorsetado en que vivía y se fue a Kenia (entonces colonia inglesa) donde tuvo una casa, un buen criado, una plantación de café y un ocasional pero profundo amor con un distinguido aventurero británico, Denys Finch-Hatton, que se mató en su avioneta en 1931. Poco antes de que los precios del café comenzaran a bajar y la baronesa Blixen se arruinara y tuviera que vender su plantación y volver a Dinamarca…

Esto (y el que su marido le hubiera contagiado la sífilis, ya en 1915) es lo que el lector quizá sabe por el espléndido libro “Memorias de África” que Karen publicó en 1937, y que mucho más tarde llevó al cine   –con gran éxito- Sidney Pollack. Entre sus libros de cuentos (Blixen o Dinesen fue una espléndida narradora) se encuentran perlas como “Carnaval” o sus inaugurales “Siete cuentos góticos”, su primera publicación en 1932, dicen que buscando dinero. Su vida en África está también en el volumen póstumo “Cartas de África. 1914-1931” que su estudioso Frans Lasson publicó antes que este tomo nuevo (que acaba de editar Nórdica, también con largo y detallado prólogo de Lasson) “Cartas desde Dinamarca. 1931-1962”, uno más exótico si el nuevo más interior, pues asistimos a los dramas íntimos de la escritora, narrados a familiares y amigos, que poco dicen al público hispano. Pero no interesa el destinatario, sino lo que la carta dice, con el nexo africano de Gustav Mohr, un amigo danés que se quedó en África y al que le escribe en los años 30, antes de su muerte pronta: “Mi corazón yace enterrado en Ngong Hills –las colinas de su plantación- y lo que hago no son sino gestos fantasmales”. Las cartas (incluso en la que agradece a Hemingway haberla citado en su discurso de recepción del Nobel, en 1954) nos ponen siempre ante una escritora que lucha con su talento y su fragilidad (incluso sus dolores), que no sabe si padece los signos últimos de la sífilis u otra enfermedad –acaso más grave- causada por el exceso de medicamentos mercuriales tomados para curarla. Una mujer fuerte que cree que lo mejor de su vida (en tanto “vida”) ya ha pasado, pero que ahora debe luchar y ganar al prestigio y al lenguaje. Una moderna, que se empeña en vivir a la antigua, con servicio doméstico, en una Dinamarca donde apenas existía ya. Una dama refinada y deteriorada, que deja crecer la leyenda (cuando le prohíben alimentos sólidos) de que sólo vive de champán y ostras. La que viaja “in extremis” a EEUU diríamos que para hacerse la foto con Marilyn y Miller o  (mejor) con Marilyn y Carson McCullers… Gran escritora por encima de sí misma si en las cartas ves biografía ¿y qué íbamos a ver, sino?


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