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Decadencias

Joseph Roth, periodismo vienés

Todos sabemos que Joseph Roth (1894-1939), uno de los grandes novelistas de la “Mitteleuropa”, fue “el santo bebedor” que se suicidó en París, acaso también con aguacero, después de haber huído en 1933 de Austria y de Alemania por miedo a los nazis y a su terror, tras escribir novelas tan emblemáticas de un mundo en decadencia como “La marcha Radetzky” o “La Cripta de los Capuchinos”, ambas con recuerdos y tramas del caído Imperio austrohúngaro. Pero es mucho menos sabido que Roth (llegado a Viena en 1913 desde su natal Galitzia) sobrevivió a los tremendos embates y a la crisis global de la República austriaca –tras la desaparición de la plural monarquía de los Habsburgo- escribiendo en periódicos urbanos –de aquella Viena empobrecida- crónicas que son periodismo vivo y espléndida literatura, desde 1919 hasta 1923 al menos. Parte de esos artículos, seleccionados por temas, son los que presenta Helmut Peschina con el título (un sí es no es irónico) de “Primavera de café. Un libro de lecturas vienesas.”, publicado por El Acantilado. Desde luego se habla mucho de Viena y salen muchos cafés (la ciudad siempre ha sido rica en ellos) pero la primavera que a veces puede ser real, raramente es también simbólica. Porque los bellos textos de Roth –a ratos poemáticos casi- se acercan esencialmente a los perdedores y a las clases más menesterosas y castigadas tras la caída del Imperio. (Fotografías de la época, en tibio blanco y negro, completan la impresión). Roth se detiene en los mendigos de las calles, en las viejas cantantes de variedades sin oficio, en sesiones de cine popular en el Prater, en niños vagabundos que hacen pompas de jabón por todo entretenimiento, en los tranvías abarrotados y misérrimos (“Aquí no subimos. Esa es una imposibilidad física. Uno es encajonado, asfixiado, estrujado, desmayado…”) en la carencia general, en los cafés pobres, en los “calados” de las cartillas de racionamiento, en la proletarización de las casas (“Todas las casas se han vuelto sórdidas.”), en el otoño que fue y ya es de otra manera, más gris y áspera: “El emperador otoño ha sido destronado y se ha vuelto pobre y miserable.” En los que llama “hijos de la calle” (a lo mejor hoy diríamos “sin techo”) o en los pabellones de locos que rodean la espléndida iglesia de Steinhof, obra maestra de Otto Wagner y del “Jugendstil” vienés: “Ahí está, la ciudad ajardinada de los locos.” Al final hablará –acaso hay más política detrás- de los germanoparlantes que han quedado en los límites de la Hungría occidental… ¿Cómo no acordarse de los buenos tiempos del longevo emperador Francisco José, en medio de la catástrofe? Es difícil sobrevivir y sobreponerse a la caída de un mundo, aunque pareciera tan esclerótico como el Imperio Autrohúngaro. Pero Roth (con el pseudónimo de “Josephus”) nos muestra como el artículo vuelto literatura, estampa lírica, pintoresca, sentimental y ágil, nos ayuda a desentrañar -sin recurrir directamente ni a la mera queja ni a la a menudo (tras el batacazo) inútil y misérrima política- lo que era esa Austria que, destruida y presa de sí misma y de sus valses quebrados, se entregaría casi a la Alemania de Hitler en la llamada “Anschluss” (incorporación, anexión) de 1938, para formar parte de la autodenominada “gran Alemania”. Todo esto puede leerse y gustarse en Roth, desde el principio, en artículos valientes y bellos, que demuestran que el mejor artículo siempre debió y debe ser literatura.


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