JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ, “UNA DESAMPARADA HERMOSURA”
José María Álvarez (lo aviso) es un buen amigo mío y aunque somos, nada más natural, diferentes en muchas cosas, coincidimos en las fundamentales: arte (poesía), placer de vivir, tolerancia absoluta, pero educación civismo, exquisitez y cultura. También estamos hoy de acuerdo en que vivimos tiempos plebeyos y horrendos en los que todas esas cosas que amamos Álvarez y yo, están por los suelos. Un tiempo malo o muy malo de la Historia. José María Álvarez estuvo entre los “novísimos” de Castellet, antología que tiene por floja en general, pensando que los novísimos de verdad es el grupo que se formó -y creció- partiendo además de otras antologías epocales… Álvarez nació en Cartagena en mayo de 1942. Alguna muy pasada vez (por mitología fílmica) dijo haber nacido en Casablanca. El Álvarez novísimo y posterior era el de ese libro, muchos años en crecida, que se llama “Museo de Cera” y que se cerró definitivamente con la edición de 2016. Si el Álvarez del inicio -por debido homenaje a la cultura amada- podía parecer a menudo, poco más que un brillante amasijo de citas, su poesía , al contrario de la de muchos de sus contemporáneos, ha ido en franca y hermosa crecida. Y en sus últimos libros, desde “Sobre la delicadeza de gusto y pasión” (2006) hasta el recién aparecido -todos en Renacimiento- “Una desamparada hermosura”, su poesía se
vuelve en ellos, por derecho propio, una de las mejores del actual panorama español.
En “Una desamparada hermosura”, Álvarez evoca y recuerda los grandes momentos de una vida muy hedonista (nunca falta sexo, alguna vez muy explícito, bebida y tabaco), lugares famosos por su hermosura o su historia y -como siempre- muchos libros o cuadros, música, muchos autores. Todos los poemas están titulados por hexámetros o fragmentos de hexámetros virgilianos. Un subtítulo más modesto, guía al menos latinista. Es extraño decir que un libro que celebra (con melancolía, por el paso inevitable del tiempo) el placer, la belleza física y la grandeza del arte, sea al tiempo mismo, un libro de gozosa y espléndida falta de corrección política, tonto mal de un tiempo lerdo. Álvarez no duda en decir que el esteta está solo, y que el público agoniza en un mundo (España no puede ser una excepción) gobernado por “gentuza”. Por ello aunque José María Álvarez pasa no poco tiempo en Cartagena, tiene un piso en París, que viene a ser la residencia oficial de quien se considera autoexiliado de la vida española, que casi toda le disgusta. Gozo, lectura, tabaco, buenos alcoholes, sexo con chicas jóvenes, absoluta libertad moral, a Álvarez
(como a mí) sólo belleza y libros nos consuelan de un mundo dominado por unos nuevos bárbaros groserísimos. Claro que importa en este Álvarez último, la perfección, cincelada y coloquial, de unos poemas mayoritariamente magníficos. Déjenme repetir, casi al azar, algunos versos, entre los nombres -y muchos más- de Villon, de Manrique o de Pound: “Esa soledad herida de grandeza”. “Porque como Eliot dice de la Cultura/ puede incluso ser descrita simplemente como/ aquello/ que hace que la vida/ merezca la pena/ de ser vivida.” Durrell, Beckett. “Bebamos por tu crepúsculo y el mío.” “Cualquier cosa puede suceder./ Pero una es cierta.Soy testigo/ de nuestro ocaso,/ de lo que amamos,lo que somos.” “Saboreando un armagnac y un buen cigarro” (mirando a una mujer desnuda) o esa otra definición de civilización y cultura, lo que nos enseña “A pensar, a vivir con dignidad, a ser libre.” Y una cita que siempre he suscrito del dieciochesco Príncipe de Ligne: “J’aime mon état d’étranger partout.” (me gusta mi situación de extranjero en todas partes). La teoría de los epicúreos, ser extranjero incluso en tu propia patria.
Con “Una desamparada hermosura” el querido José María Álvarez, al dejar constancia de su desprecio por el mundo actual y de su amor por toda la mejor y libérrima cultura, revalida alto su condición de excelentísimo poeta. Estupendo.
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