Decadencias
José Luis Sampedro, liberado por la edad.
José Luis Sampedro era un hombre que producía algo así (no es contradicción) como una ternura fuerte. Era un hombre mayor –luego muy mayor-alto y delgado, frágil, que hablaba con la cordial sensatez de la experiencia y del hombre que tuvo dos vidas. Aparte de haber sido muchacho en Tánger y de haber combatido en la Guerra Civil (por azares) primera en el lado republicano y luego en el nacional, su vida hasta bien entrados los años 70 es la de un caballero docto, casado y prestigioso economista. Ya en 1955 era catedrático de Estructura Económica en la Universidad Complutense. Pero no era franquista, así es que cuando en 1966 echan a sus amigos Tierno, Aranguren o García Calvo, el decide autoexiliarse como profesor visitante –temas económicos- en universidades inglesas y norteamericanas. Todavía en 1976 (ya muerto el dictador) es economista consultor del Banco Exterior de España…
¿Empezó, por esas calendas, a pensar José Luis, a los 60 años, que su vida no había sido su vida, la que de verdad quería? Junto a muchos textos económicos, había ya publicado dos novelas. Pero empezó a creer con más fuerza, entrando en la democracia, que su camino era la literatura, la narrativa (no la economía) y que tenían razón los contraculturales y hoy día los antisistema, al decir que el mercado no es la solución ni mucho menos el “capitalismo salvaje”. En 1990 –el año que publica la novela suya que prefiero, “La vieja sirena”- lo hacen académico de la lengua y sorprende con un discurso de ingreso (lejos de lo convencional) muy reivindicativo. Yo le llevé un día a que me firmara ese libro y al decirle que me había gustado mucho, añadí que le hallaba un parentesco íntimo con “Bomarzo” de Mujica Láinez, que fue muy amigo mío. Ví que le gustó. Me halagas (contestó) cuando leí “Bomarzo” me pareció una gran novela. Y sonreímos. También disfruté mucho de “Real Sitio” (1993) su novela siguiente, y no menos grande. Fueron sus años de más fama, quizá, como escritor. La edad lo llevó, curiosamente (por eso se sentía “liberado” por ella) a aumentar su descontento con el mundo actual, con los vigentes poderes económicos y a predicar un mundo más abierto, igualitario y generoso, sin desigualdades ni tantas injusticias. Uno está acostumbrado a oír ese discurso en bocas jóvenes, pero no en un hombre de más de ochenta años. “Cuanto más mayor me hago – le oí decir una vez, con templanza- más rebelde me siento.” Por eso no pudo extrañar a nadie que, en 2011, José Luis Sampedro escribiera el prólogo a la edición española de “Indignaos” de Stèphane Hessel. Pudo pensar que los “indignados” estaban faltos de organización eficaz y método (puede ser uno de sus errores) pero jamás dejó de creer que todos esos chicos y chicas que decían “Otro mundo es posible” tenían toda la razón del mundo para su ira. Que eso lo dijera un catedrático jubilado de economía, y prosista de ley y estilo, subía quilates. Echaré de menos a José Luis. Un sabio prosista que vivió dos vidas. O casi.
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