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HONOR A MIGUEL ÁNGEL BUONARROTI

Alianza Editorial acaba de publicar (en bolsillo) una biografía y estudio más -todos supondrán que la bibliografía es inmensa- sobre aquel genio atormentado y solitario que fue Miguel Ángel -Michelagnuolo- Buonarroti, nacido en 1475 en Caprese, una aldea cerca de Florencia, donde aprendería en el jardín/taller de los Medici, y que murió viejo, descuidado y cubierto de gloria en Roma, en febrero de 1564, cuando para el renacentista puro que fue Miguel Ángel, el barroco llamaba ya a la puerta. El libro publicado por Alianza es de Antonio Forcellino y se titula “Miguel Ángel. Una vida inquieta.” Sin duda se trata de un buen libro, pero no mejor que otros posibles españoles, y uno se pregunta inevitablemente por qué traducir -aunque traducir en sí sea muy bueno- si hay obras españolas. Admítase mi ejemplo, que no es único. Yo he trabajado años sobre Miguel Ángel. Traduje primero sus “Sonetos completos” (una parte sustancial de su notable obra lírica) que publicó Cátedra por vez primera , y no ha dejado de reimprimir, en 1987. Fruto de mucha inquisición sobre el florentino (su homosexualidad, su aspecto depresivo, su mundo solitario, su paganismo unido a sus fuertes tendencias por un cristianismo renovado) fue mi libro de 1991, “Yo, Miguel Ángel Buonarroti”, título que responde en efecto a imposiciones editoriales, ya que esa era entonces una colección boyante en Planeta. Pero yo no hice ese libro (que mezcla unas supuestas memorias del escultor, con un ensayo del todo clásico) por encargo ninguno, sino por mi necesidad de escribir sobre Miguel Ángel, artista plural y hombre convulso, amante de los muchachos. Por  eso, tras varias ediciones con el dicho título, el libro, sin otros cambios, terminó en bolsillo llamándose como habría de titularse ya siempre, “Miguel Ángel, el genio nocturno” (1997).

Tentado por el paganismo y por un cristianismo renovado (que no era Lutero) Miguel Ángel se consideró siempre escultor, desde la juvenil “Batalla de lápitas y centauros” hasta la madura y terrible “Piedad Rondanini”, pasando por maravillas masculinizantes como el gran “David” florentino (1500), la anterior y dulce “Pietà” vaticana o el “Baco ebrio” o el sublime “Esclavo moribundo”, entre tantas más. Pero al genio turbulento de Miguel Ángel no le dejaron ser sólo escultor: Fue un espléndido pintor (los frescos en el techo de la Sixtina, un gran arquitecto -la soberbia cúpula de San Pedro en Roma- y un poeta, nada petrarquista, duro y vibrante, lleno de calidad. Miguel Ángel dejó todo a su último discípulo y amado, Tommaso Cavalieri, pero sabemos que tuvo amores con bellos chicos callejeros -reflejados en sus sonetos- como Febo di Poggio, que dicen murió en una pelea nocturna con puñales y espadas. Miguel Ángel fue un genio total -ese sueño renaciente- y aunque se ha escrito mucho sobre él, nunca se lo alcanza del todo. No fue un hombre convencional -es imposible- sino un genio desarreglado, melancólico, sensual y titánico. Como Leonardo, en una vía muy distinta. Cuando se habla de genios (a veces con alguna ligereza) podemos estar seguros que no es Miguel Ángel, siempre buscador e inseguro. Como todo genuino genio -de veras- Miguel Ángel hubiese tenido más que rubor, ira, de haberse visto así etiquetado. Todo lo que se refiere a Miguel Ángel Buonarroti -hasta el discurso fúnebre del humanista florentino Benedetto Varchi- merece sin duda y mucho la pena. Termino con mi traducción de uno de los sonetos que Miguel Ángel dedicó a su entonces joven amor Cavalieri:

Tú sabes que sé, mi señor, y sabes

que me aproximo más para gozarte,

y sabes que sé que sabes quién soy:

¿a qué pues más retardo en saludarte?

Si verdad es la esperanza que me das,

y verdad mi gran deseo concedido,

el muro rómpase alzado entre los dos,

que son más fuertes los daños ocultos.

Si sólo amo de ti, mi señor querido,

lo que de ti más amas, no te enojes,

si un espíritu del otro se enamora.

Lo que en tu bella faz aprendo y busco

mal lo comprende el ingenio humano:

Quien saberlo quiera, ha de morir entonces.

¡Miguel Ángel Buonarroti! Un consuelo, además, para tanta chatura y plebeyez hodiernas. Nos salva, todavía, un genio semejante.


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