Decadencias
Gide/Barthes, maestros perversos.
J. Benito Fernández (biógrafo de Leopoldo M. Panero y de Haro Ibars) acaba de publicar en Montesinos un librito muy ameno y de grata lectura sobre dos santones de la literatura francesa que, al pronto, pocos unirían: “Gide/Barthes. Cuaderno de niebla.” En efecto, yo mismo que los he leído con devoción (antes a Gide, naturalmente) y que conocí a Barthes poco antes de su accidental muerte, no habría caído en unirlos… Ambos nacieron en noviembre, ambos padecieron tuberculosis en su juventud, ambos tuvieron una madre protectora y dura… Pero uno fue un narrador y el otro un ensayista que sólo al fin de su vida (algo cansado de la semiología) tenía ganas de una novela que no llegó. Sus apuntes narrativos se quedan en el misceláneo volumen póstumo “Incidentes” (1987) donde por vez primera narra sus aventuras sexuales con chicos en el norte de África. Como el joven Gide, claro. Pero ¿es eso bastante?
Gide (1869-1951) fue una figura capital en la primera mitad del siglo XX. El rostro más moderno de la libertad absoluta. Liberador, individualista, comunista un tiempo y anticomunista después cuando vio la dictadura del proletariado, optó por revelar su vida homosexual (pederástica a lo griego, diríamos hoy) y cantó todos los himnos libérrimos, empezando por su hermoso libro “Los alimentos terrenales” (1897) que algo debe a la pagana figura de Wilde. Gide escribió: “¡Familias, os odio!”. Buscó con Lafcadio Wluiki, su personaje, “el acto gratuito”. Y sin ser surrealista fue más lejos. Homosexual declarado, anticolonialista, intelectual comprometido, Premio Nobel en 1947. Muere en santidad laica y deja un telegrama para su amigo Mauriac (ferviente católico): “Peca. No hay Infierno”. Fue el gran “maestro de pecar” –maître à pècher, algo muy francés- de varias generaciones. Pero Roland Barthes (1915-1980) -aunque su primer trabajo fuera sobre Gide, al que admiraba- fue un homosexual oculto, “armarizado” casi toda su vida, que resultó la de un intelectual subversivo sólo en sus métodos estructuralistas o semiológicos de investigación, como se ve en una libro sobre “Sarrazine” de Balzac, como fue “S/Z” de 1970… Sólo cuando empezaba a envejecer , en sus últimos libros, más personales y literarios (menos estrictamente científicos) muestra la oreja el gatito travieso que, anónimamente, iba los veranos magrebíes con chicos árabes… ¡Ah, la liberal grandeza de Francia! Todo se perdona a un gran hombre de letras. Barthes fue un maestro subversivo de la metodología y por ello de la sociología y sus mitos, pero nunca fue el pecador con los libros en el “Índice” católico que fue Gide, al que le gustaba (mirada honda, bella cabeza casi calva) que vieran en él “signos demoníacos”, como decían los bienpensantes de los años 20…
Con tantos rasgos unitivos, quizás hay algo muy fuerte que separa la grandeza de Gide de la de Barthes. Gide vive tiempos que están rompiendo siglos de represión y tienen inaudita sed de libertad; Barthes (al contrario) vive tiempos que ya se creen libres, pero donde el fracaso de varias utopías, comunistas o libertarias, nos ha devuelto, soterrado y por ello más capcioso y peor, el viejo miedo a la libertad que diagnosticó Eric Fromm… Barthes tuvo miedo a ser libre (si no era en la cátedra) mientras que Gide se sobrepuso al miedo social para ser mucho más libre. ¡Maestro de pecar, falta nos haces!
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