GERARDO DIEGO, POETA-ORQUESTA
De Gerardo Diego (1896-1987) se puede decir casi de todo. Que volaba o que dormía. Que contaba rosas y tréboles de cuatro hojas, que miraba lo interno y se deshacía en sacras penumbras o en cotidianidades. En suma, era un gran poeta y por ello hay que releerlo. Yo lo conocí, siendo jovencito -1970- en el antiguo Café Gijón, del que sólo quedan sombras, presidiendo en las primeras horas de la tarde una tertulia de poetas, la gran mayoría no muy notables. Él era la gran figura, viejecito, enteco, sentado erguido en el borde de un diván, serio, atento o no, casi mudo… Ese Gerardo (lo confieso) a la gente nueva de mi generación nos interesaba muy poco. Presidía -en el Teatro Lara- unas públicas reuniones de poetas, sin mucho relumbre, que respondían al feo nombre de “Alforjas para la poesía”. Ese no era nuestro Gerardo Diego, queríamos al Gerardo del ultraísmo y del creacionismo, al poeta empapado de imágenes saltarinas o de delirios clasicistas, bajo la luz de Góngora o de Garcilaso. Además, en 1967 Gerardo había publicado otro libro de versos tauromáquicos (y nosotros no éramos nada taurinos) sobre un supuesto fenómeno de la época: “El Cordobés dilucidado”. ¿Cómo podía atraernos ese fantasmal Gerardo Diego, aunque en el colegio yo me hubiera aprendido de memoria su espléndido y viejo soneto “Al ciprés de Silos”? Pese a tantos peros -en el fondo
tibios- hicimos un homenaje al Gerardo Diego creacionista (al gran poeta de “Manual de espumas”) y él lo aceptó. Pero después de todos los encomios y címbalos al viejo y siempre nuevo creacionismo, compartido o no, con el chileno Huidobro, Gerardo nos dijo -agradecido- que él aún seguía siendo un poeta creacionista, de cuando en cuando, y leyó unos poemas para demostrarlo (era en 1972) que, ay, ya no nos parecieron lo mismo…
Nos gustaba el Gerardo Diego de la vanguardia o del sedeño clasicismo, pero creíamos -esa digamos crueldad es muy de joven- que su hora parecía pasada. Atrás quedaba la antología en honor de Góngora, la otra antología magnífica (1932) sobre la nueva poesía española, y el poeta del hermoso poema “Azucenas en camisa”. Atrás parecía quedar su cercanía con el enigmático Juan Larrea. Acaso Gerardo Diego sea un poeta sin hondura -acaso- pero es el poeta de la pura, absoluta y total magia verbal. Digámoslo claramente: la poesía para él (consumado virtuoso) no tiene secretos. Como a Ovidio, todo lo que intentaba decir le salía verso. Antípodas en lo ideológico -a Diego siempre se lo consideró de derechas- tenía múltiples puntos en común con Rafael Alberti. A veces faltos de profundidad (sin el drama de Lorca, Cernuda o Aleixandre) hacían versos con primor arcangélico, y tocaban el violín, el piano o la trompeta. Para releer al Gerardo Diego total tenemos recientes, los dos tomos en tela de su “Poesía completa” que ha sacado Pre-Textos. Y para ver su maravilla de volatinero genial, guste o no guste, pero imprescindible, Renacimiento acaba de sacar la antología -hecha por Juan Marqués- “Nueva lira te doy” donde se recoge con amplitud al poeta creacionista en todas sus variedades, desde el aludido “Manual de espumas” o antes aún “Imagen” hasta “Poemas adrede”, “Biografía incompleta” o incluso “Soria sucedida”. Queda obvio que lo mejor y más expresivo de tanto pirueteo y columpio verbal, se produce antes de la guerra civil. Siempre me ha encantado el poema “Paraíso”: “Danzar. / Cautivos del bar./ La vida es una torre/ y el sol un palomar/ Lancemos las camisas tendidas a volar. (…) Hurra /Cautivos del bar / La vida es una torre/ que crece cada día sobre el nivel del mar.” Es fuerza reconocer que esta poesía lúdica de saltimbanqui diz que feliz, no es la poesía de la hora cenicienta actual. Las psiques piden otras cosas, otras músicas astrales. Como no es poesía de la hora el soberbio y cantarín libro de Alberti, “A la pintura”. Y tampoco esa poesía creacionista de Gerardo Diego es hoy “experimental”, como adjetiva el antólogo. Fue chispeante y renueva en su tiempo. Es el caso (como fuere) que Diego es un poeta absolutamente genial que hacía virguerías y goyerías con el lenguaje, llamándolo a continua tensión lírica. A lo mejor el Gerardo Diego creacionista sólo nos deslumbra pero no nos interesa (ahora mismo) y preferiríamos sus impecables “Versos humanos”. Es posible. Pero a estos poetas portentosos hay que leerlos y aún releerlos con esmero -Diego, Alberti- porque sin su magia lingual seríamos nosotros, pobres, como gurriatitos sin nido.
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